Para Delibes, buena parte del secreto de la vida está en «no perder el ritmo». El campo, la bicicleta o la marcha, siempre a la medida del tiempo y de los años.

De la media ración

El autor recuerda las recetas de Delibes para mantener sus placeres de juventud en la madurez y senectud

Ramón García

Valladolid

Domingo, 23 de agosto 2020, 08:20

Terminaba mi 'hora' anterior con una cita de Delibes, de su libro 'Un año de mi vida', en la que confesaba que prefería dejar de fumar durante un tiempo limitado que para siempre.

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Es lo que él también llamó, tiempo después, el «recurso ... de la media ración». Se lo decía con estas palabras a un entrevistador madrileño con ocasión de su setenta y cinco cumpleaños:

–Lo cierto es que aún no he sacrificado casi ningún gusto a causa de mis años, sino que me he agarrado al recurso de la media ración. Recurso que ya empecé a practicar antes de abandonar definitivamente el tabaco: sólo seis cigarrillos al día y sin nicotina. Es lo único que he dejado por razones de bienestar. Por lo demás, sigo bebiendo vino, aunque apenas media botella diaria repartida entre comida y cena; como prácticamente de todo; juego al tenis, aunque en pareja y no más de una hora; cazo, pero no como antaño, de sol a sol, sino hasta que el cuerpo me pide dejarlo; monto en bicicleta de cuando en cuando... No me puedo quejar.

De hecho, en su diario de caza Delibes apunta el 22 de octubre de ese año, a solo cinco días de su cumpleaños: «Abrimos la temporada en Villavieja, a un paso de Tordesillas. Por mi parte, tras resolver satisfactoriamente la prueba de la ladera (con setenta y cinco años a las costillas), me uní a la expedición y tuve la fortuna de emplomar un pájaro volado por mi hijo Adolfo en el bocacerral, con un tiro de arriba abajo que siempre me resultó problemático. A la vejez viruelas».

El secreto es no pararse

Miguel Delibes se esforzó en no rendirse nunca. Particularmente en lo que a caminar se refiere. Dos pruebas al canto: en 1979, con casi 59 años, se apunta a la Marcha Solidaria de Asprona (tradicional en Valladolid de tiempos inmemoriales), y se mete entre pecho y espalda los cincuenta kilómetros del recorrido (el propio Delibes contó esta caminata en su libro 'Mi vida al aire libre'); pero es que diez años después, en abril de 1989, Miguel, ahora con sesenta y ocho años, vuelve a repetir la hazaña, recorriendo al completo todo el kilometraje programado por la organización.

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Lo comentábamos, paseando ahora cadenciosamente por Campo Grande, a los dos días.

–Mira, Ramón, el secreto en esto de andar, una vez cogido el ritmo y la medida del paso, es no pararse. Si te paras estás perdido. El día que yo me pare, ay –sentenció para zanjar la cuestión–, es que habré empezado a hacerme viejo.

Si sabré yo en esto de no pararse una vez emprendida la caminata. ¡Si en nuestros paseos urbanos –ya lo he contado en estas crónicas dominicales– hasta nos saltábamos a veces los semáforos en rojo para «no perder el ritmo»!

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Y curiosamente, en nuestros ires y venires vallisoletanos no recuerdo yo habernos atenido nunca al «recurso de la media ración». No, no lo recuerdo. El itinerario y el tiempo de cubrirlo fue prácticamente siempre el mismo.

Eso sí: Hubo un momento en que Miguel empezó a usar bastón al salir de paseo, y entonces agarraba y manejaba el bastón con una mano, generalmente la derecha, y con la otra me cogía el brazo. «Me siento así más seguro», me decía. Y aquello me halagaba mucho.

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Y me apetece acabar esta croniquilla de hoy volviendo a evocar el oxigenado libro delibeano 'Mi vida al aire libre', y particularmente el capítulo séptimo, que lleva por título «La alegría de andar».

A mí me invitó el novelista a caminar, a andar a su vera horas y más horas, y experimenté esa alegría incondicionalmente.

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