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VICTORIA M. NIÑO
Valladolid
Lunes, 29 de enero 2018, 18:12
Gustavo Martín Garzo tiene, como todo escritor, el poder de rectificar la tectónica de placas. Ha hecho emerger del Índico la isla Taboada, donde transcurre ‘La ofrenda’ (Galaxia Gutenberg). En una hacienda llamada La Construcción se encuentran una joven española, Patricia, y una anciana sueca, ... Rose, a comienzos de los sesenta. Con el único compromiso de la «verosimilitud», esa tácita regla del juego que engancha o pierde al lector, se obligó a una vigilancia continua ya que partía de una impresión de la infancia, arcaica, recurrente, seductora.
Primera constante ‘martingarzoana’; el eco de los cuentos. «Esta novela se inspira en aquellas películas de serie B de los años cincuenta que nos transportaban a la oscuridad de bosques y pantanos para hablarnos de hombres lobos, muertos vivientes, mujeres pantera y otras criaturas anómalas. La película era ‘La mujer y el monstruo’, de Jack Arnold, otra versión de ‘La Bella y la Bestia’», explica Garzo. Pero en aquellos filmes, las chicas «solo gritan, nos fascinan los monstruos –King Kong, por ejemplo–, sin embargo ellas no se enteran de nada. En esta novela quería hablar del deseo de ella».
Segunda constante del escritor vallisoletano: el protagonismo femenino. «La mujer se sabe sin poder, por eso se pone a la altura de sus deseos y habita gustosa su propia pobreza», escribe Patricia Ayala, la protagonista. Las mujeres son las que están llamadas a mantener vivo el misterio que transe la novela. «En la vida, todo movimiento de fascinación tiene una segunda parte, hacerte cargo de lo que te fascina. Pasa en el amor entre amantes, en el de los padres por su bebé. Hay una misteriosa segunda parte, afrontar las consecuencias de los cambios que ese hechizo conlleva. Por eso cito el cuento de Kafka, ‘Un híbrido’, en el que un joven recibe en herencia un animal y su existencia gira, a partir de entonces, en torno a mantenerlo con vida, a hacerse cargo de algo que no comprende».
Tercera constante de la obra y el discurso del Premio Nacional de Narrativa: El misterio. «La criatura extraña es una metáfora del corazón. No sabemos qué es y, sin embargo, debemos cargar con él, siendo a veces odioso porque nos obliga a transitar vías que no controlamos. La vida consiste en compromisos inexplicables que adoptamos, presididos por la fascinación. Hechizados por un amor recorremos caminos que no sabemos donde nos llevan, ni sus consecuencias, solo sabemos que debemos recorrerlos».
Cuarta constante en la escritura de Martín Garzo que aparece en ‘La ofrenda’: el interés por lo irracional, por lo oscuro, por lo escapa de la lógica y está soterrado en los sueños. El autor de ‘El lenguaje de las fuentes’ fue psicólogo antes que escritor. Freud y Lacan son parte de su bagaje académico y, por momentos, se abren paso en sus intereses narrativos. «La misión de la literatura es explorar lo desconocido, no contar lo que ya sabemos. Se cita a Stendhal en su definición de la novela como ‘un espejo que se pasea por un ancho camino’, pero suele olvidarse la segunda parte de la cita: ‘Tan pronto refleja el azul del cielo ante nuestros ojos, como el barro de los barrizales que hay en el camino’. La literatura da cuenta de lo que no conocemos. Para mí siempre responde a la curiosidad de esa esposa de Barba Azul que desafía su autoridad y abre la puerta prohibida para saber qué hay dentro. Imagino el gusto del lector, como el mío cuando leo a otros, por ver más allá, por explorar esas cosas del autor que están en uno mismo también».
Dentro de lo soterrado, lo reprimido que dice Freud, Garzo abre en ‘La ofrenda’ la puerta estrella del padre del psicoanálisis, la sexualidad. «El mundo del deseo tiene que ver con la oscuridad. Podemos darle la espalda, evitar que nos perturbe e inquiete, pero nos perderemos una parte esencial de lo que somos.Es este el territorio del lobo de Caperucita que representa la noche, el sexo, el alcohol, el lugar al que el adolescente se siente llamado para descubrir más allá de lo que recomiendan sus padres».
Quinta constante: los límites de lo que puede ser nombrado, asomarse a lo inefable. Martín Garzo suele citar a más poetas que novelistas. Incluso ahora, que se reconoce bajo el influjo de Pascal Quignard, no se deja seducir por un narrador al uso. En su negociación con la verosimilitud, al ‘hombre que nada’, a la criatura extraña que se mueve por la laguna de Rose en ‘La ofrenda’, no le capacita para el lenguaje. «Esos seres que vienen del sueño, de lo oscuro, nos atraen. En esta novela, los encuentros con esa criatura no tiene palabras, no se puede contar, no cabe en el lenguaje porque no es humano. Esa criatura es una metáfora de la oscuridad de la sexualidad humana, que por más que queramos reducirla a un ejercicio de pilates, sigue siendo oscura. El sexo nos expone de una manera como no lo hace el resto de nuestra vida. Lo que les pasa a los amantes en sus encuentros no puede ser explicado. Cuando abandonan el lugar, no saben qué hacer con esa experiencia, no tiene encaje en su vida real».
A Patricia le otorga dos formas de sexualidad: «La oscura, determinada por su terrible vida anterior, –la falta de amor de su madre, el niño ahogado al que cuidaba, la experiencia sádica con Gonzalo– y la gozosa con Christophe, el amigo de la isla. Pero en el primer caso, con el médico, esa brutalidad la despierta a la vida. Ella tiene miedo a vivir porque es recordar lo pasado y someterse al dolor, sin embargo él la conduce a evolucionar, a dejarlo todo y comenzar una nueva vida al otro lado del mundo».
La infancia es para Martín Garzo otra extensión de lo inefable. «El niño no es enteramente humano por cuanto no pertenece al lenguaje hasta los cinco años. Su vida no cabe en el lenguaje, es un ser preverbal.La infancia es cuando vivimos con más plenitud, en comunicación con el mundo de una manera que el adulto no puede entender. El niño viene de ese mundo por eso tiene una percepción tan extraordinaria que nos deja fuera a los adultos, es imposible saber lo que pasa por esas cabezas. Desde la psicología tenemos que ocuparnos de traerles al mundo de todos, a lo que compartimos porque también las cosas soterradas son compartidas. Hay vasos comunicantes entre todos».
Sexta referencia habitual en la literatura de Garzo: El elemento espiritual trascendente. El periplo africano de ‘La ofrenda’ descansa en dos, el catolicismo de los colonizadores y los dioses de la población autóctona. «En una joven de los años sesenta no es llamativo el acercamiento a la Iglesia, asistió a un colegio de monjas, conoce a los santos. Me interesa la parte no dogmática de la religión y la iglesia como lugar de quietud, de secreto. Dice Quignard que quien tiene un secreto tiene un alma. Eso es algo importante a reivindicar hoy. Nuestro mundo lo ha profanado todo. La exhibición permanente en las redes sociales, en los ‘reality shows’, destruye la intimidad. Ya no se distingue el espacio público del privado. Por eso es tan importante el arte en general y la literatura en particular, para preservar la oscuridad, como el guardián de lo esencial, de la cueva, de la guarida, del lugar donde es posible la vida. Vivimos en una exposición lamentable de lo íntimo, no soporto este barullo que acaba con todo. Hay cosas que solo se pueden contar en ciertos momentos y hay que saber preservarlas hasta entonces».
Séptima y última constante ‘martingarzoana’ presente en su última novela: el amor como emoción motora. «Dar lo que no se tiene ¿es la paradoja del amor?», escribe Patricia en su diario. «Es la experiencia más intensa y decisiva de la vida. Todas mis novelas giran en torno a ese sentimiento contradictorio, como lo es el propio hombre. Te lleva a una búsqueda inagotable, frustrante, con sus momentos de deslumbramiento, te enfrenta a lo desconocido. Es el vínculo poderoso e inexplicable que tiene que ver con el deseo de cuidar aquello que aparece ante ti, te conviertes en su guardián y lo proteges de su muerte».
Aquí hace cesura Garzo y rechaza «por modernos» dos «mitos» que dominan las relaciones actuales, «la libertad y la identidad. Para mí el mundo empieza con la desaparición de ambos conceptos. Cuando alguien dice ‘quiere tener una vida propia’ qué es, a dónde nos lleva esa libertad ciega. Cuando alguien tiene a su cargo una misión mayor, lo asume y todo cambia a partir de ahí, ya no somos los mismos, pone en cuestión nuestra esencia». Y enlaza con el propio título ‘La ofrenda’, «¿quién se ofrece a quién? ¿Rose le ofrece una nueva vida a través del cuidado de esa criatura? ¿o será Patricia la ofrenda para el hombre que nada?». El escritor presenta este lunes su novela en Madrid y el día 15 de febrero lo hará en Valladolid, en el Palacio de Santa Cruz, dentro de la colección de arte africano de la Fundación Jiménez-Arellano.
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