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Cada mañana Gustavo Martín Garzo se aventura a su teclado. Aparecen palabras, ideas, historias. Escribe, corrige, decanta hasta llegar a la productividad diaria que se exige: un folio, «eso sí, trabajado, impoluto, para enviar a imprenta». Cuando imprimía, lo dejaba dormir boca abajo, ... sobre sus letras. Ahora se lo confía al disco duro. Allí fue almacenando folios durante tres años y al reencontrarse con los cientos de personajes que pueblan 'El árbol de los sueños' (Galaxia Gutenberg) parecía como si no los hubiera creado él. Ha cumplido el sueño de escribir sus 'mil y una noches'. Casi 500 páginas de relatos entrelazados, dedicadas a Pasolini, quien también rindió homenaje cinematográfico a la seductora Sherezade que se salva gracias a su capacidad de entretener al sultán.
«'Las mil y una noches' es el libro que todos los narradores querrían escribir. Stevenson tiene el suyo, Isaak Dinesen lo intentó. Es un modelo muy atractivo, historias encadenadas como en una mansión con sus catacumbas, galerías, pasillos comunicados. La idea de la puerta que te lleva a otra lugar que no conocías pero que también es tuyo», dice el narrador vallisoletano. El hilo conductor es una madre que hiptotiza a su recua. Las historias emergen de sus viajes y de la soledad buscada.
«Escribo partiendo de una imagen fuerte, más que de una idea. La propia escritura me revela la historia que llevo dentro. Creo que un escritor es el lector de un libro que aún no existe». Ycomo la madre del libro, Garzo no se atribuye la autoría. «Estas historias que se me ocurren ya fueron contadas: las habré leído, escuchado, contado y dejado atrás. El sustrato del que proceden, el mundo hebreo, griego y oriental ¿qué peso tiene ahora? Son mundos olvidados que, sin embargo, siguen ahí. Mi escritura surge de esas voces que escuchas, que un día irrumpen y te dejas llevar. El deseo de aventura es exponerte a ellas, como los nómadas del desierto capaces de crear un mundo infinito en la noche en torno a la lumbre».
Nunca antes había publicado un libro de relatos. «He escrito muchos cuando me lo han pedido, pero no un libro». 'El árbol de los sueños', el relato que da nombre a la colección, revisita el génesis bíblico. «Hago mi versión del mito de la expulsión del paraíso. No lo interpreto tanto como el árbol del conocimiento sino como el árbol de los sueños, cuyos frutos permiten a los humanos soñar, crear, tener la misma capacidad que Yavé. Por eso este no quiere».
Visires persas, genios burlones, ladrones de tesoros que no se compran, fiamettas florentinas, niños pez, ángeles y diablos, mercaderes y pícaros comparten páginas con la reina de Saba, Circe y Orfeo y transitan por la Ciudad de la Seda, de los Muertos o las Perdidas.
«Siempre pensé que este libro tenía un único tema, el amoroso, una obsesión a la que vuelvo. Es el centro de todas las historias porque me parece una experiencia esencial en la vida. El amor supone la apertura a los demás, abandonarse al mundo del otro, ver todo como posibilidad. Supone la irrupción de lo maravilloso, el amor es un momento de encantamiento, el territorio de los desconocido, tiene el poder de arrastrarte y un lado perturbador. Maravilloso no significa siempre benigno. Empezaba a escribir y me quedaba asombrado de adónde me llevaba. También cuento cosas atroces. El libro habla de la muerte, el amor es la lucha contra la muerte».
Frecuentador del 'Cantar de los Cantares', el autor de 'El lenguaje de las fuentes', considera que 'El árbol de los sueños' «es una apuesta por el amor a costa de la verdad, una rebelión contra la muerte, única verdad suprema. Como dice Gabriel Marcel, amar es decir tú nunca morirás. Así se lo decimos a los niños, que con nosotros no les pasará nada, aunque sea mentira. El amor y la verdad no siempre pueden ir de la mano, y el contar surge de esa contradicción porque necesitamos alimentarnos no solo de realidad sino de lo que no existe, del arte». Aquí enlaza con la tesis de su último ensayo, 'Elogio de la fragilidad'.
Despedida de géneros
«Empiezo a pensar que me estoy despidiendo de lugares de este mundo donde estuve a gusto. Desde el 'Elogio de la fragilidad' no he vuelto a escribir un artículo porque creo que ya he dicho lo que tenía que decir. En 'El árbol de los sueños' vuelvo al lugar de los relatos, que nunca abandoné, pero esta vez he entrado más profundamente para cerrar el capítulo y el libro que escribo ahora, lo mismo», aclara quien confiesa no leerse, apenas «páginas sueltas cuando tengo que hablar en público. Jamás he leído un libro mío entero». Aunque el teclado siempre está abierto, junto a la escritura de fondo, proyecta un libro formado por tres novelas cortas. «Porque lo más gozoso de escribir es que te lleva a lugares inesperados y se convierten en mi experiencia. La escritura surge del deseo de ser otro, de convocar lo desconocido». Y como receptor considera que «el lector verdadero es el que se abandona por las páginas, no el que busca reafirmar lo que ya sabe». Por eso considera fundacional en la literatura y en la formación de lectores «la escena del adulto contando cuentos a un niño». Lamenta que los 'libros de emociones' suplanten a las historias en algunos hogares.
«La literatura ha perdido su vocación de asomarse al mundo del relato, al de lo humano. Me gusta mucho una frase de Merino que dice que no es el hombre quien crea la ficción sino que la ficción le hace humano. La literatura es siempre un viaje al corazón del hombre», concluye Garzo. Mientras que el colofón de su libro retoma el paraíso y de los frutos del árbol: «Recibir lo que no se espera, eso es la belleza».
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