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Lo interesante de la literatura –dice Gustavo Martín Garzo– es su capacidad para dar cuenta de la vida que palpita en nuestra imaginación». El escritor vallisoletano se asoma a los escaparates de las librerías con su novela más reciente, 'El último atardecer' (Galaxia Gutenberg), ... la historia de María, una joven médica que, todavía sacudida por la muerte de su padre, elige Torrelobatón como destino y que allí, en el corazón de los Montes Torozos, descubre el poder fabulador del deseo. «En el sentimiento amoroso vemos la importancia que puede tener la fantasía. La persona amada se transforma en un ser que no sabes hasta qué punto es real o no».
La semilla de la novela está en una imagen que desde hace años rondaba por la cabeza de Martín Garzo y que ahora por fin llega al papel: desvelar las inquietudes de una mujer que va a parar a un pueblecito en el que surge una historia de pasión con un joven pastor. «En un momento determinado, empieza a ver que este chico también se ha fijado en ella y que merodea su casa. Entonces, surgen las preguntas. ¿Qué quiere? ¿Por qué me siento yo atraída por una persona en principio es tan ajena a mí?».
Y junto a esta imagen, la inspiración de 'El señor de la guerra', película de 1965 interpretada por Charlton Heston y Rosemary Forsyth. Ella encarna a Bronwyn, una joven que se ha refugiado en el agua de una laguna porque un grupo de soldados la quiere violar. Heston intercede por ella y, al verla emerger, «como una Ofelia que renace», se queda embelesado ante esa mujer «que parece venir de otro mundo». El deseo, de nuevo como motor.
Y algo así vive María en Torrelobatón, en las calles de este pueblo, al pie del castillo y muy cerca del consultorio que a partir de ahora tendrá que atender. Su mirada se cruza con la de Roco, un hermoso chaval que trabaja en el pueblo de al lado, al que un día ve bañarse en la laguna de La Santa Espina y quien, a veces, cuando ella no está, se cuela en su casa vete a saber para qué. María, que vio 'El señor de la guerra' con su padre en el cine y que se siente fascinada por la película, «observa cómo empiezan a ocurrirle cosas que tienen una misteriosa afinidad con lo que sucedía en la pantalla. Así, la realidad y la ficción comienzan a confundirse.
El personaje de Bronwyn cobra una presencia fantasmal y se trasforma en una especie de interlocutor imaginario con el que ella dialoga, con el sentimiento de que en el fondo las cosas que le están pasando a ella son semejantes a las que ocurrieron en la ficción». Y todo esto, María, la médica, lo cuenta en un diario.
Así, los personajes de Martín Garzo tienen un pie puesto en la realidad y otro en la fábula, con el deseo como bisagra, con la pasión en el umbral. De ahí, esa reivindicación que de la imaginación hace el escritor. «A mí no me interesa que me cuenten lo que ya sé, lo que ya veo, como puede hacer una literatura o un cine muy realista. No lo desdeño, pero tampoco te desvela gran cosa. Hay que ser capaz de contar la vida de la imaginación de los personajes. Ahí es donde se pone en juego lo que de verdad es importante».
En el libro puede leerse: «Son las historias secretas del mundo las que cuentan de verdad lo que somos». Y el escritor lo explica más allá de la tinta en el papel: «Creo que esas historias secretas son las que persigue la literatura. Desde luego, son las que a mí me obsesionan.Por lo tanto, más que los actos, lo que les pasa a los personajes, me interesa lo que imaginan a partir de lo que les está sucediendo».
'El último atardecer'. Gustavo Martín Garzo. Galaxia Gutenberg. 240 páginas. 19,50 euros.
Y aquí, lo que le sucede a María es el extrañamiento ante un joven por el que, de una manera que no puede explicar, se siente atraída. «La vida no es únicamente aquella que se puede contar desde un punto de vista racional. De hecho, los momentos más intensos, enigmáticos y misteriosos son los que escapan a la razón. Es en esos momentos cuando aparece lo más deseable, lo más subyugador, puedes decir también que lo más peligroso», cuenta el escritor, quien explora con su escritura esa historia de pasión que comienza a despertar entre dos personajes hasta entonces totalmente desconocidos.
«El momento amoroso es especial, porque el enamorado transforma la realidad en una ficción», cuenta Martín Garzo. «Una gran parte de los problemas amorosos surge de ahí, de que la gente no ve realmente a la otra persona por lo que es, sino que la mira a través de sus propios sueños o deseos». Y eso puede ser un hechizo maravilloso o un embrujo que se convierte en condena.
«Vivir en el sueño del otro por un lado es muy halagador, porque te hace sentir protagonista de una historia que tú mismo no terminas de entender muy bien. Pero a la vez es muy peligroso, porque te das cuenta de que no puedes abandonar ese sueño, de que no se te deja ser aquel o aquella que en realidad eres. Transformar al otro en un prisionero es un poco lo que les ha pasado a las mujeres durante mucho tiempo». Lo resbaladizo es que ese encantamiento del amor «es peligroso y a la vez lo deseamos. Porque, fuera de ese sueño, ¿qué somos? Nos gusta estar en el pensamiento de las personas que nos aman».
La nueva novela de Martín Garzo está llena de referencias cinéfilas. María, su protagonista, iba de niña al cine con su padre y esto le sirve al narrador para evocar títulos como ese 'El señor de la guerra' con la escena de la laguna, pero también 'El último atardecer', la cinta de 1961 en la que Robert Aldrich dirigió a Rock Hudson, Kirk Douglas y Dorothy Malone. «Cuando ya tenía muy avanzada la escritura del libro, vi esa película y pensé: me viene al pelo». Tanto, como para titular así la novela y enmarcar la relación de María con su padre y con los hombres que vendrán después.
Pero esta es, sobre todo, una historia de poderosos personajes femeninos. En un momento del libro, varias de estas mujeres se reúnen en una suerte de 'Decamerón' para contarse unas a otras esos momentos de pasión en los que su amor se convirtió en fábula.
«Es un recurso que utilizo mucho en mis libros y es por mi fascinación por ese mundo del relato. En esa reunión de mujeres, cada una cuenta una historia. Y es por esa necesidad inherente que tiene el ser humano por contar, por hacer evidente la importancia de la ficción en nuestra propia vida», explica Martín Garzo.
«Cuando te pasa algo, cuanto más interesante es, más tienes el deseo de contarlo. Y de contárselo a alguien especial», dice el escritor vallisoletano. «Nos pasamos la vida transformando lo que nos ocurre en historias que merezcan la pena ser contadas y queriendo escuchar las de los demás. Por eso, en los primeros momentos del amor, nos interesa tanto saber del otro, que nos cuente su vida. Y por eso, es tan terrible el fin del amor, cuando la pareja ya no tiene nada que decirse, porque ha abandonado el mundo de la ficción para habitar otro mundo mucho más horrible».
Tal vez por eso, reconoce que no soporta el folio en blanco. «En cuanto termino un libro, inmediatamente me pongo a escribir el siguiente». Lo hace en un escritorio alumbrado por luz artificial, como si la bombilla fuera una hoguera ante la que conjurar a las musas. Y con multitud de libros alrededor. Como ese personaje secundario de 'El último atardecer', la maestra de Torrelobatón que, nada más jubilarse, se marcha a Mieres dejando toda su vida atrás, incluida su biblioteca. «No quiero los libros –dice–. Me he pasado la vida leyendo y, ¿de qué me ha servido?Para vivir la vida de los otros, no la mía».
«Hay que reconocer que esta mujer tiene parte de razón», cuenta Martín Garzo, pero, a continuación, advierte que cerrar la puerta a la ficción no solo es negativo, sino también imposible.
El primer impulso de Martín Garzo fue situar los sucesos de 'El último atardecer' en un pueblo perdido, lo más aislado posible, de la montaña leonesa. «Hice hasta un viaje allí para buscar la mejor localización. Pero me di cuenta de que era una zona que no me pertenecía», explica el escritor, que finalmente apostó por unos escenarios que le resultan más cercanos y familiares. «Elegí Castilla, Tierra de Campos, porque es mi zona, donde he vivido, mi territorio un poco mítico».
Recuerda Martín Garzo aquellos eternos veranos de la infancia en Villabrágima, en los que siempre había alguna jornada reservada para una excursión por el monte que a menudo llegaba hasta la laguna de La Santa Espina, «una especie de oasis en el páramo».
El paralelismo entre esta laguna castellana y el agua revividora del que emerge el personaje de 'El señor de la guerra' establece una primera conexión. El hilo sigue porque aquella película está protagonizada por Charlton Heston, quien pasó varios días en Torrelobatón con motivo del rodaje en aquellas tierras de 'El Cid'.
«Así que, se me ocurrió la idea de que esta mujer elija Torrelobatón como destino para empezar su carrera como médica, porque ella se acuerda de Heston y de 'El señor de la guerra', esa película que de niña vio en el cine con su padre, una figura que le ha marcado toda la vida». María, la protagonista, elige una casa en Torrecilla de la Torre. Y la novela describe paisajes de la zona, desde La Santa Espina hasta el hogar de una lugareña en la que Charlton Heston, una tarde, entró para echarse una siesta.
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