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Hay nombres tan potentes que destacan en el mapa como el destello de una gran ciudad: Carmen Martín Gaite, Josefina Aldecoa, Santa Teresa de Jesús, Rosa Chacel... Pero en la cartografía literaria de Castilla y León también figuran pequeñas aldeas –abandonadas y olvidadas por el paso del tiempo– que custodian verdaderos tesoros. Es el caso de todas esas mujeres que dedicaron su tiempo e ingenio a la escritura y cuya obra ha quedado oculta, sepultada por el tiempo, desplazada del foco, borrada para siempre de los mapas. Hasta ahora.
La asociación nacional Legado de las Mujeres, un colectivo que reúne a profesoras de instituto y Universidad (con sede en el IES Vaguada de la Palma, en Salamanca), acaba de trazar el plano literario (en femenino y muy singular) de Castilla y León. Más de 250 nombres de una lista que todavía puede crecer y que nació «por rabia». «Vimos un proyecto similar con los mejores escritores de una determinada zona... y eran todo hombres. No había ni una sola mujer. ¿En serio? ¿De verdad? Y esto ocurre en muchos otros ámbitos», explica Mercedes Gómez Blesa, profesora en el instituto Mariano Quintanilla de Segovia (allí dio clase Antonio Machado y estudió María Zambrano) y vicepresidenta de Legado de las Mujeres.
El viaje por archivos, bibliotecas, fondos digitales, editoriales de provincias, reservorios de textos y páginas de Internet ha ayudado a trazar este mapa que une a Elvira Sastre con Elena Santiago, a Beatriz Galindo con Helena Pimenta. Hay, dicen sus promotoras, una triple lectura de este mapa (que este día 9 se presenta en Valladolid y que recorrerá las bibliotecas del resto de las provincias hasta el 23 de abril).
La primera es una visión diacrónica de la literatura femenina. «Es una manera de rescatar los nombres olvidados de nuestra historia. Hubo muchas escritoras, pero sus nombres se desconocen. Es necesaria una construcción más equitativa de la historia de la literatura», defiende Gómez Blesa, quien lamenta que muchas mujeres hayan sido «desterradas de la foto de la visibilidad».
Un ejemplo, dice, son las voces literarias femeninas de la Generación del 27, aquellas 'sin sombrero' que solo en fechas muy recientes se han empezado a reivindicar. Más atrás en el tiempo, subrayan la figura de Beatriz Bernal, la vallisoletana que a principios del siglo XVI mostró una pura conciencia de autoría femenina, aunque en sus primeros escritos firmara como 'una señora de Valladolid'.
De su imaginación nació una novela de caballerías que otorga el protagonismo a personajes femeninos, con mujeres que sacan de los entuertos a caballeros débiles y enclenques. «En 1545, había autoras que proponen personajes que no quieren casarse, sino ser libres», apuntan las autoras de este mapa. El segundo criterio apela a una visión sincrónica.
«Es muy interesante ver qué mujeres fueron coetáneas en una provincia o en una región, si había lazos entre ellas y qué legado han dejado a las generaciones posteriores. Hay redes de contacto, herencias de lectura o relaciones entre generaciones que ayudan a compartir textos e inquietudes». Así, ensalzan la importancia literaria de las religiosas en la Edad Moderna o apelan a la inquietud de futuras investigaciones que establezcan conexiones entre distintas autoras de la comunidad.
Y hay una tercera lectura de este mapa: la atención a las mujeres que escriben desde las periferias. «Hay que suscitar la atención sobre autoras con una obra muy interesante pero que es más desconocida porque decidieron seguir viviendo en sus localidades de origen». El foco cultural se pone a menudo en las grandes urbes, y es más extraño iluminar aquellas zonas donde en ocasiones la escritura se hacía más difícil (con menos editoriales, instituciones culturales, bibliotecas, peores redes de distribución...).
Para ingresar en este mapa, se ha seguido un criterio de edición. Hasta el siglo XIX, se ha buscado al menos una obra publicada. «Entre las religiosas, por ejemplo, era muy frecuente el género epistolar, donde escribían sus reflexiones teológicas o escribían su autobiografía espiritual». A partir del siglo XIX se requieren dos obras editadas. «Este es un mapa vivo, que puede incorporar nuevos nombres. Hay ahora muchas escritoras jóvenes a las que hay que seguir la pista porque ya tienen un libro publicado y pueden incorporar otros nuevos». Ojalá muchos de estas mujeres, dicen, salten del papel cartográfico a la realidad de las calles. «Los nombres del callejero, de bibliotecas o centros educativos todavía son mayoritariamente masculinos. Tal vez porque no se conocían estos referentes que, esperamos, el mapa ayude a descubrir».
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Almudena Santos y Leticia Aróstegui
Arturo Posada | Valladolid
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