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Majorelle y Menara son dos conocidos jardines de Marrakech. El primero fue diseñado como vergel botánico al que se abren los balcones de una villa art decó. El segundo es una sobria y regia almunia crecida en torno a una alberca cuya ... agua riega el olivar circundante desde hace siglos. Los dos están abiertos al público, aunque es en el oasis del pintor galo –que acuñó un azul con su nombre– donde todo turista quiere hacerse una foto. El orientalismo, la ilusión de lo exótico, sigue siendo más atractivo que lo oriental, lo verdadero.
Fuera de los jardines, en la Medina de la ciudad imperial marroquí más celebrada, la vida bulle con olores y colores hiperrealistas. Las carnicerías lucen sus piezas colgadas entre flores, sin más refrigerio que el aleteo de las moscas, los montones de especias son minicadenas montañosas hipnóticas en su perfección y el mercadeo para el visitante resulta inabarcable.
Por allí deambulan y hacen sus compras mujeres cubiertas, las niñas se libran hasta la pubertad. Aún hoy no está permitido que dos jóvenes se besen en un café. Cualquier tabernero es guardián de la moral y tiene autoridad para disolver la proximidad con una violenta reprimenda. La ley islámica se ha impuesto al negocio merced a una corriente ultraconservadora que sopla en el mundo árabe.
El escritor Elias Canetti, judío sefardí, indagó sus raíces por esa ciudad. A finales de los sesenta publicó sus apuntes de aquel viaje como 'Las voces de Marraquech'. Allí escribe: «Viajando lo toleramos todo, la indignación queda en casa. Se observa, se escucha, se siente uno fascinado ante lo más atroz porque es nuevo. Los buenos viajeros son despiadados»
Pero ¿qué pasa cuando el viajero es emigrante, cuando vuelve sobre sus pasos desde su nuevo destino? Leila Slimani y Kaouther Adimi son hijas de un Magreb que comenzaba a caminar sin tutela, en los ochenta, superados los desajustes de la independencia. Su cultura es bereber, su formación francesa y circulan por ambos mundos sin los recelos de sus ancestros.
Kaouther Adimi (Argel, 1986) recupera en 'Nuestras riquezas. Una librería en Argel' (Libros del Asteroide) la vida de Edmond Charlot, primer editor de Albert Camus y librero en la capital argelina de 1936 a 1962. Novela hecha de materiales variopintos –los diarios de Charlot, la historia del último librero, Abdallah, y la de Ryad, el joven enviado para liquidarla– abarca el protectorado francés, la indepedencia tras la II Guerra Mundial y la situación actual. La fascinación por los libros, la comunidad intelectual que reunió Charlot –Gide, Camus, Exupéry...–, la labor del editor –traducir a Lorca, publicar la 'Rebelión en Asturias', encontrar papel y red de distribución– y el deber social –también fue librería de préstamo– conforman este aplaudido relato de la argelina.
La periodista Leila Slimani, ganadora del premio Goncourt de 2016 por 'Canción dulce', concibió su siguiente libro 'Sexo y mentiras. La vida sexual en Marruecos' (Cabaret Voltaire) durante la promoción de la novela galardonada. Este largo reportaje recoge las experiencias de mujeres que fueron buscándola para hablar de un tema tabú en el islam, la sexualidad femenina. Slimani (Rabat, 1981) denuncia el desajuste entre lo que impone el 'Código de familia' marroquí en el que «fuera del matrimonio no hay salvación» y la realidad de abusos de esa ley que deja a las mujeres indefensas en caso de divorcio, malos tratos, prostitución. Slimani siente pertenecer a «una generación bastarda porque hemos heredado un sistema arcaico y a la vez vivimos una revolución tecnológica».
La escritora francomarroquí añora la ternura que ella conoció en su país, barrida ahora por el fanatismo. Historias del Magreb contadas por voces nuevas, por mujeres sin velo.
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