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Ambos nacieron en comarcas que han visto vaciarse, ambos fueron convocados por la editorial Eolas para contar su infancia. Luis Mateo Díez y Tomás Val hablaron ayer en la Feria del Libro de Valladolid de la memoria y la invención como «dispositivos» literarios. ... Interpelados por Carlos Aganzo fueron desgranando las claves de 'Invenciones y recuerdos' y 'La infancia de los pueblos desaparecidos', respectivamente. Asomaron los paisajes de Laciana y de La Bureba.
Animados a contar sus primeros años, esos que constituyen la «verdadera patria» según Rilke, echaron la vista atrás con ojos de escritor para concluir que «solo cabe reinventar». Porque a decir de Tomás Val « todos los recuerdos son falsos, como decía Borges, son pura reelaboración. Es tan imposible saber cómo era yo de pequeño como reconocer mi imagen. Nunca fuimos como nos vemos».
El burgalés, columnista de este diario, constata en la vuelta a su pueblo, Marcilla, que «el caño de la fuente de la que bebía es más bajo de lo que pensaba pues cuando era pequeño llegaba, tampoco los árboles del bosque eran tan altos como recordaba. No somos hijos de un lugar sino de un tiempo. El pueblo que existió en los sesenta ya no es hoy. Más allá del tiempo somos nada».
La conexión de la palabra
Luis Mateo nunca se sintió aislado «en aquel valle perdido, en un tiempo perdido, tras una guerra perdida» porque las palabras le conectaban con el mundo. Y son las palabras de la infancia las que abren el diccionario personal aunque no se vuelva a vivir en la geografía que las dio sentido.
«Son las palabras que te nutrieron, las originales, las del deslumbramiento y el descubrimiento del mundo. En quien se dedica a escribir tienen una gran resonancia aunque sus invenciones sean de otra índole», explica el Premio Nacional de las Letras 2020. La oralidad es la base de ese contar pegado a la tierra, «que en el caso de mi comarca está conectado con la transmisión de las gentes del Camino de Santiago. Había una leyenda en mi pueblo de una muchacha raptada por unos malhechores que la violan y la desgracian. Con el tiempo fluyen de las fuentes de Laciana los corales del collar de la niña. Luego ya joven en Madrid vi una película de Ingmar Bergman que contaba lo mismo, 'El manantial de la doncella'», contó el autor de 'Los ancianos siderales'.
Recreación, evocación, memoria, para situarse en lugares que no volvieron a ser lo mismo tras la emigración de sus habitantes. Pero «ni toda infancia es feliz» ni «el mundo rural es idílico», concluyeron ambos. Luis Mateo rechaza «el intento estrambótico ecologista de hoy. La España vacía a veces cubre lugares en los que no hay nada. No se puede vivir al límite de la nada. Reivindico el vacío de esa España en la que no se puede vivir aunque eso no resta responsabilidad de haber dejado de atender a ciertos territorios. Hay una conciencia romántica de los paraísos perdidos. Hubo dejación política absoluta pero cada cual debe tener libertad para elegir dónde vivir».
Tomás Val, cuyo pueblo está abandonado, señala que «esa desaparición es llorada por los que nunca han vivido allí. Los plañideros son gente urbana».
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