![Luis Landero: «Estamos enfermos de política»](https://s3.ppllstatics.com/rc/www/multimedia/2024/02/02/Lander3-EP-kyj-U2101417115990zTG-1200x840@RC.jpg)
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Una loa al teatro, un espejo de los sueños rotos y un retrato de la España despoblada conviven en 'La última función' (Tusquets). En su nueva novela Luis Landero (Alburquerque, Badajoz, 1948) vuelve a fabular sobre las edades tardías y los fracasos. Esta vez a ... través de un grupo de jubilados rurales, de Tito Gil, un actor que en 1994 regresa a su pueblo, en la Sierra Pobre de Madrid, para montar un obra que atraiga al turismo, y de Paula, actriz en horas bajas y alma de una pieza teatral que será el canto del cisne de San Albín, el pueblo que debía dinamizar. Cree Landero que el escenario político está tan alborotado como los gallineros de la telebasura rosa. «Estamos enfermos de política» advierte el Premio Nacional de la Letras de 2022.
-¿Su novela es un canto de amor al teatro o un réquiem por la España despoblada?
-Las dos cosas. Primero un canto al teatro, aunque aborde como tema subsidiario la realidad de esos pueblos sumidos en una espiral imparable de decadencia que sus vecinos tratan de salvar de modo desesperado a través de los milagros turísticos.
-La vida es puro teatro pero el escenario político está entre el esperpento y el sainete.
-En efecto. Es una obra de teatro desordenada, sin papeles clave. Un guirigay donde todos gritan y nadie se entiende con nadie. Una representación de locos en la que los ciudadanos somos espectadores y víctimas. Los políticos van a lo suyo. Ni piensan ni se ocupan de la cosa común. Se preocupan de sobrevivir, de zancadillear al otro y derribarlo. ¿Quién se ocupa de la justicia y del bien común? Parece que no interesa. En la radio, la tele, los periódicos y las redes solo hay contenido político de baja ralea. La política se parece a ese cotilleo tóxico de Sálvame que nos embrutece. En España estamos enfermos de política. Ortega ya dijo que las enfermedades de un cuerpo nacional son políticas. Y la política es una herramienta para convivir .No podemos vivirla así día a día y hora a hora. Esa bronca, por fortuna, no se da entre la gente, pero puede contaminarnos, genera desencuentros, enemistades y sospechas.
-Los protagonistas de su novela se resisten a la decadencia.
-Unos intentan remediarla y otros no pueden. No hay nada, no hay trabajo y por mucho que se resistan terminan yéndose del pueblo. Quedan los últimos, como el señor Cayo de Delibes. La despoblación parece imparable. Los gobiernos intentan dinamizar esas poblaciones condenadas a desaparecer, a veces con macrogranjas o con proyectos muy discutibles, pero no sé cómo se pueden salvar.
-¿Fantasea con regresar a esa vida rural?
-No. Eso tiene mucho de idilio romántico. Todos los que están hasta el gorro de la ciudad dicen que quieren volver a un pueblo. Me río. Vete a un pueblo y verás cuánto tardas en volver a la ciudad, les digo. La gente está encantada con las ciudades. Cuanto más follón, barullo y terrazas haya mejor.
-Un personaje lamenta el mucho daño que ha hecho el romanticismo al arte y al amor.
-En parte tiene razón. Nos han educado en los boleros, en la música pop. En todo eso que, de algún modo te envenena el alma y, cuando eres joven te obliga a ennoviarte, a enamorarte, casi obligatoriamente. En el fondo es una añagaza de la naturaleza para perpetuar la especie. El romanticismo es un trampantojo y un creador de espejismos. Te enamoras a través de los modelos de canciones, películas, novelas y los folletines. Te enamoras porque hay que vivir enamorado como dicen los libros de autoayuda.
-Pero el amor está todas las novelas incluido el 'Quijote'.
-El amor es una peste. Una bendita peste. Nos seguimos engañando y hay quienes creen en el amor eterno. Es gente con muchos pájaros en la cabeza. Luego se enfrentan con la realidad y los ideales románticos flaquean.
-La realidad contra la que se estampan tantas ilusiones.
-En la novela la realidad es el contraste de los sueños de los personajes. Todos soñamos, pero debemos lidiar con la puñetera realidad. Resulta que los sueños que forjamos en la adolescencia y la juventud no se cumplen cuando llega la madurez. A veces porque los traicionamos, que es lo peor.
-Las edades tardías son cruciales en su obra ¿Por qué esa obsesión por esa fase de la vida?
-Me interesa mucho la idea del fracaso vital por el contraste entre los sueños de juventud, cuando creemos ir con un repóquer de ases y llevamos una mano malísima. Me interesó porque lo vi sobre todo en mi padre, que es un poco mi musa literaria. Un hombre que me marcó y de qué manera. Si escribo es, en parte, para saldar mi deuda con él, que murió cuando yo tenía 16 años y considerándose un fracasado.
-¿Cómo sus personajes?
-Casi. Están en el ocaso cuando sus ilusiones desaparecen. El protagonista no ha triunfado en el arte, como quería. No es un perdedor, pero tampoco ha tenido suerte en el amor. La protagonista ha sido de todo, pero tampoco ha conseguido nada de lo que deseaba. Quiso ser veterinaria, actriz, presentadora, pintora... y está atrapada en un matrimonio vulgar, rutinario, casi tóxico, y trabajando en cosas eventuales.
-¿Siempre estamos a tiempo de una segunda oportunidad?
-Sí. Incluso casi al final de la vida estamos a tiempo de dignificarla, de vivir con más plenitud y redimirnos. Los personajes encuentran la redención en el arte. El teatro redime a todos y saca de cada uno de ellos cualidades dormidas.
-¿Merece la pena echar el resto en la última función sabiendo que no habrá más?
-Claro que sí. Como hizo Don Quijote, que con 50 años tiene una segunda oportunidad, aunque sea a través de la locura, de cumplir el gran sueño de su vida que es ser caballero andante.
-Jubilado viene de júbilo, pero parece que ese feliz estado no lo alcanzan nunca los novelistas.
-¡Cómo se va a jubilar un escritor! No me jubilaré salvo que me dé un jamacuco. Entretanto seguiré escribiendo. Escribir ha sido y es mi vida.
-Asegura ser deudor de la tradición oral
-Tanto que sin ella no sería escritor. Mi familia era campesina y de niño no tuve libros en casa. Pero tuve a mis mayores, que hablaban de maravilla. Tuve la cultura campesina en la que se hablaba en los modelos aprendidos de sus mayores. Un habla transmitida de generación en generación con ecos de Cervantes, del Lazarillo, de Galdós.... El genio del idioma está en el lenguaje oral más que en el escrito. Encontrar el equilibrio y la armonía entre el lenguaje culto y el popular es el modelo retórico más importante. Leyendo a Cervantes, a Rulfo, a Valle Inclán vemos que han mamado del lenguaje popular, que no es el vulgar, antes que mamar de la tradición culta.
-Un recalcitrante tercio de españoles no lee nunca un libro ¿Preocupante?
-En España nunca se ha leído, o se ha leído muy poco. La cosa no es de ahora. Viene de lejos, aunque creo que ahora se lee más que antes. La poca lectura viene de la educación, de la historia y ahora de ese juguete adictivo que son los móviles que en vez de enriquecernos, como suponíamos, nos empobrecen y agilipollan, haciéndonos más estúpidos de lo que ya somos. Es adictivo. Yo lo noto. Antes leía más y ahora pierdo mucho tiempo navegando y jugueteando con este aparatito malévolo. Es el móvil el que te lo da todo. Tú no participas. Al contrario que en la lectura que debes hacer en soledad, con concentración y un cierto esfuerzo, que es lo que enriquece un hecho cultural.
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