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Más como homenaje a Nabokov y su 'Habla, memoria' que con ánimo de documentalista veraz de los recuerdos y las memorias de un pasado minuciosamente recogido en diferentes diarios, Luis Antonio de Villena ha dibujado el tiempo vital en zigzagueos con un especial hincapié ... en las personas conocidas y, con disculpas a Flaubert, en su educación sentimental. Con 'Las caídas de Alejandría' viene a concluir un círculo minuciosa y calculadamente contorneado a lo largo de los últimos bienios, cuyo trazo arrancó en 2015 con 'El fin de los palacios de invierno' y que conoció su más gozosa mediatriz hace dos años, en 2017, con 'Dorados días de sol y noche'.
Pero lo que allí era la alegría, el entusiasmo, la ilusión de la juventud, se torna en este volumen en amargo descontento: una nueva caída de Alejandría que se suma a las históricas ya consignadas con la barbarie romana que la conquistó de las manos de los descendientes de Alejandro Magno o los cristianos que la tomaron frente a los coetáneos de Hipatia): el integrismo islámico que se apodera de la ciudad de Cavafis y de Durrell y con la que se derriban, entre otras; la cultura, la educación y la sapiencia: «Llamo a esa nueva barbarie la nueva edad tecnológica», declaró de Villena a El Norte de Castilla, que en el libro reflexiona con frecuencia sobre el tiempo actual y el cambio de rumbo en el mundo, no solo en España: «Lo de Trump es un horror, era impensable no hace mucho que ese mamarracho fuera el presidente del país más poderoso de la tierra». Una serie de crisis de valores, caldo de cultivo para extremistas de toda índole, que solo se explican, para este poeta, por la caída de la cultura.
«La gente antes era más culta y educada», sostiene quien afirma que vivimos en una 'Edad Media Tecnológica', donde la gran mayoría -Villena usa la primera persona del plural- «no sabemos nada de la tecnología que utilizamos». Buena parte de la culpa cabe achacarla, claro, a la clase política: «Los gobiernos y sus planes de cultura de los últimos años han sido nefastos; y ellos, siendo incultos, pueden manejar a otros», denuncia. «Los políticos nunca han sido buenos, pero jamás habíamos contado con unos representantes tan ineptos, tan aprovechados, tan deseosos de su propio beneficio en contra del pueblo al que dicen servir y al que solo mienten, son incapaces y la gente no se da ni cuenta», se lamenta.
Rechaza De Villena que la suya sea una perspectiva generacional, de quien ve que su tiempo ha pasado y es incapaz de aceptar el mundo con sus cambios tal y como es ahora: «Si así fuera, no recordaría un tiempo de mi infancia en el que las cosas fueron peor», argumenta. Quien siempre se ha apoyado mucho en las figuras de su alrededor para dibujar su propia persona y que ha confiado a su memoria el filtro de lo que merece rescatar del recuerdo y lo que no, se muestra profundamente hostil ante un futuro que se arroja, como pocos, incierto: «Veo triste y sombrío que la Historia pasa página pero no puedo ver hacia dónde vamos: nos hacemos levemente conservadores para guardar algo ante la incertidumbre por el paso del tiempo». Una sensación que, remarca, no es exclusivamente personal: «Si las cosas fueran bien, seríamos optimistas en lo colectivo aunque conservásemos cierto pesimismo en lo individual. Pero mucha gente, gente joven, sigue sin saber qué será de ellos en los próximos dos años», desvela.
Y la receta frente a esto: cultura, cultura y más cultura: «El camino tiene que cambiar porque este es malo, necesitamos gobiernos más sensatos, una clase política renovada más nueva e inteligente y sobre todo una cultura que no se improvise, pues todo lo que ha caído en veinte años tarda lo mismo en ponerse a la altura de cuando empezó a bajar». Pese a su reivindicación de la cultura pasada (con la recurrente cita de Vicente Aleixandre «La poesía no da para comer, solo para merendar»), De Villena no es ajeno a otros temas más rabiosamente actuales del ámbito cultural, como los poetas tuiteros, uno de los grandes debates del año:_«Tenían muy poca calidad y han ido cayendo: ya la gente se ha dado cuenta de que eran muy malos», juzga: «La literatura y la poesía deben pasar por Internet y las redes sociales, y lo mayoritario suele ser muy malo».
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