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Por tercera vez Adolfo García Ortega se ha metido en harina histórica, ha indagado como el periodista que fue en hechos reales y ha ficcionado la 'verdad' como el escritor en el que se ha convertido. 'Una tumba en el aire' ( ... Galaxia Gutenberg) fue la novela que presentó ayer en la Feria del Libro de Valladolid con ayuda de Angélica Tanarro.
Hace tres años que le contaron la historia de «tres chicos gallegos, residentes en el País Vasco, que van el 24 de marzo de 1973 a San Juan de Luz a ver una película de Bertolucci, 'El último tango en París', ni siquiera por morbo erótico como el resto de españoles. Uno de ellos, Umberto, era muy cinéfilo. A la vuelta, paran a tomar algo en una discoteca y varios etarras los toman por policías. Les secuestran, les torturan, les matan y no se sabe dónde están los cadáveres. Por declaraciones posteriores de otros etarras se sabe que fue así», recita de corrido.
Cuando a García Ortega le posee una historia así, se plantea lo que la literatura puede hacer por las víctimas. En la estela de su admirado Albert Camus, debía abordar las dos partes: los muertos y los etarras.
«Me entrevisté con los familiares de los primeros, fueron muy amables y percibí cierta desesperación, la propia de tener en la memoria la brutalidad con que fueron tratados sus seres queridos. Pensé que se podía hacer algo para aquietar esa imaginación. Por otro lado estaban los asesinos, no queda ninguno vivo. De los testigos cómplices, aún hay dos, alguno en Bildu. Toda la investigación apuntaba a ETAcomo responsable. Viajé a Francia, estuve en el lugar donde los torturaron. Y cuajó la idea de la novela, de un relato no de mis pesquisas sino de la amistad real entre aquellos tres jóvenes y la imposible entre los etarras porque eran refugiados vascos en Francia que vivían en perpetua paranoia. Estaban divididos y preparaban la 'Operación Ogro' por lo que cualquier cosa que oliera a Madrid era sospechosa. Les torturaron porque querían saber lo que se conocía de ellos en la capital. Para ellos todo lo que no fuera vasco significaba enemigo, esa era la ideología que los unía, el hipernacionalismo. Su único objetivo era la supervivencia de la propia ETA como se vio 20 años después».
Le 'poseyó' esta historia por «la cantidad de espacios en blanco que tenía y las posibilidades de la literatura para llenarlos. La literatura puede tener respuesta a realidades duras, injustas, como las de las víctimas pisoteadas por la historia. Puede funcionar como restitución moral», afirmó García Ortega. «No entiendo la literatura solo como entretenimiento, debe aportar reflexión y conocimiento».
A pesar de que desde la primera línea se conoce el final, los lectores le reconocen que «no pueden dejar de leerla». Quizá sea por hacer literario, apuntó Angélica Tanarro, quien destacó «el ritmo, las claves que va dando en la historia de ambos grupos, todo ocurre en horas». Yes que en lo formal, Adolfo García Ortega aspira a que sus libros no parezcan de la misma biblioteca, que cada uno sea una aventura estilística.
Escritores multiplicadores
El vallisoletano publicó recientemente una recopilación de artículos de prensa y ensayos cortos en los 'Fantasmas de escritor' (Galaxia Gutenberg). Allí el también editor publicó un manifiesto sobre lo que es la literatura y entre sus primeras aseveraciones se cuenta que «la literatura es ahistórica». «Es una gran trituradora de cosas. Ahora se habla de la novela de no ficción como si fuera una versión periodística que admite recursos ficcionales, como una óptica con la que fijar la realidad. Es ahistórica en ese sentido, coges cualquier hecho real, lo modificas para que llegue a la memoria colectiva y se fija como la historia misma, como un mito.Es así desde Homero. Eso permite leer lo que ocurrió con los ojos de hoy, gracias a la literatura. Lo hizo Tolstoi con 'Guerra y paz'», afirma el autor de 'El mapa de la vida' o 'Pasajero K'.
Empezó a leer en la casa de sus padres, poblada de los volúmenes del Círculo de Lectores «que tanto hizo por los libros en España, como luego la editorial Planeta», y acabó trabajando para esta última. En medio fue periodista, crítico, asesor cultural del ministerio que ocupó Solana y director de Seix Barral.
Considera García Ortega que «hay autores de llegada, de salida y multiplicadores». Estos últimos abocan al lector al abismo de lo bien escrito aún por conocer. Quién sabe si él quiere ser de estos últimos. Multiplicador de intereses resultan sus 'Fantasmas' que, además, de referencias a lecturas y clásicos, incluyen informaciones sobre agentes y escritores.
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