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La del censor de libros es hoy, como la del lector editorial, la función de un ser de las tinieblas que habita en las profundidades de lo recóndito nutriéndose de las malas líneas de los mediocres aspirantes a escritor que pretenden ver su manuscrito en el mercado. Por supuesto, acudimos a la salvedad de la Inquisición, quien indicaba con presteza la dirección de las correcciones, las tachaduras o, directamente, la censura de libros prohibidos a lo largo del siglo XVI.
Se observa en otros artículos sobre Torquemada la influencia de la iglesia, la censura y el prístino y reservado comportamiento religioso; cómo influyó sobre la plebe es una cuestión lógica: con consejos actitudinales al comienzo, severas críticas después, y prohibiciones y persecuciones al final.
Pero fue a partir de las doctrinas papales antes descritas que nos encontramos en un periodo taciturno para el desarrollo y el esparcimiento cultural, sobre todo en ciudades como Valladolid, donde en 1555, se decreta la siguiente medida:
«Ningún librero ni mercader de libros, ni otra persona de cualquier estado y condición que sea, traiga, ni meta, ni venda ningún libro ni obra impresa o por imprimir de las que son vedadas por el Santo Oficio de la Inquisición, en cualquier lengua, de cualquier cualidad y materia que el tal libro y obra sea, so pena de muerte y perdimiento de todos sus bienes, y que los tales libros sean quemados públicamente».
No solo es este el caso, sino que, tras Torquemada, aparece en el bestiario onomástico de la Inquisición el nombre de Gaspar de Quiroga y Vela, quien fuera un influyente religioso y político y estuviera al mando de la Inquisición desde 1573 hasta 1594. Combatiendo el protestantismo, a los crueles inquisidores tan solo les quedó el resquicio de la reprobación cultural y el vituperio contra los que no eran afines al régimen impuesto por Torquemada, el Papa Sixto IV y los Reyes Católicos apenas ochenta años atrás.
En este periodo, concretamente en 1583, cuando se publica el Índice de Libros Prohibidos, que constaba más de 2315 obras censuradas. Entre muchos de estos ejemplares no solo figuraban los de algunos desconocidos escritores que jamás llegaron a ver la luz de la publicación, sino que también podemos encontrar actuales clásicos que viraban hacia las doctrinas opuestas a la dictadura cultural de la Inquisición. Algunos de esos títulos eran los de Nicolás de Maquiavelo, Erasmo de Roterdam o el mismísimo Dante, con su romántico Stil Nuovo.
Estas obras debían ser expurgadas, pues atentaban contra la libertad y contra la conciencia límpida de los religiosos y de los comportamientos que deseaban imponer en el grueso de la población vallisoletana y española.
Un ejemplo de este índice de libros prohibidos, lo encontramos en el siguiente documento, datado en Valladolid, en la casa de Sebastián Martínez, y fechado en 1560, que comienza con el encabezado: «Catálogo de los libros que se prohíben, tanto en latín como en Romance, por el mandado del ilustrísimo y reurendísimo señor Arzobispo de Sevilla, General de España y de los señores del consejo de la Santa Inquisición»:
Muchos de estos libros son, por ejemplo, Biblias impresas en otros países, como en Francia o en Alemania, y la biblia pauperum, o la biblia de los pobres. Otro de los títulos señalados como prohibidos es el escrito por Cristopher Hofmann, titulado: Cartas de San Pablo a los Filipenses y a Tito. La Carta a los Filipenses es una de las epístolas escritas por el apóstol Pablo en el Nuevo Testamento de la Biblia cristiana. Está dirigida a la comunidad cristiana en Filipos y contiene enseñanzas y palabras de ánimo para los creyentes. Por otro lado, las Cartas a Tito son dos epístolas escritas por el apóstol Pablo en el Nuevo Testamento de la Biblia cristiana. Están dirigidas a Tito, un colaborador de Pablo, y contienen instrucciones relacionadas con el liderazgo en la iglesia y la conducta cristiana.
Interpretamos que, de origen alemán, el autor podría haber interpretado erróneamente el texto de Pablo y podría conducir a los inquisidores a contemplar la obra de Hoffmann como una herejía que instase a los lectores al protestantismo.
Pero lo más llamativo de esta lista lo encontramos en la letra «L», bajo el título prohibido del Libri de Nigromantia, cum inuocatione demonum vel qui sapiant manifeste heresim:tam latino, quam vulgari fermone, que viene a ser traducido como: «Libro de Nigromancia, con invocación de demonios, o de aquellos que conocen manifiestamente la herejía, tanto en latín como en lengua vernácula». Siguiendo con la nigromancia, hallamos la prohibición de la publicación de Necromantiae & superstiriorum aliaru, libro pes, quauis lingua siue fermone serepti, o «Nigromacia y otras supersticiones, el libro que se esconde en cualquier idioma o sermón».
O apenas unas líneas más abajo, donde nos topamos los textos de Marco Tulio Cicerón y sus comentarios sobre el imperio de Augusto en la Antigua Roma.
Todo tipo de control gubernamental y político comienza por la dominación de los canales culturales, por donde la información no puede pasar para ser interpretada por el pueblo, del que depende el gobernante. La Inquisición fue una temible marca y cicatriz en la historia de España y Europa, emponzoñada por la mano del extremismo, que llegó a prohibir miles de publicaciones y detuvo el crecimiento de nuestro país durante varias décadas.
Estos libros, muchos de ellos desaparecidos, hubieran permitido a los habitantes de Valladolid y de España abrir su mente a nuevas ideas y posibilidades, conociendo los textos de Cicerón, el Príncipe de Maquiavelo, la Divina Comedia de Dante Alighieri, o los coloquios de Erasmo de Roterdam, que encontramos en el texto bajo el nombre de «Colloquios de Erafmo, en romance, y en latín y en cualquier otra lengua vulgar».
Conoceremos más adelante, en una nueva entrega de Literarte, la verdadera razón de la prohibición de estos libros, cuando nos empapemos de las investigaciones de Anastasio Rojo Vega y descubramos las grandes dificultades a las que se veían obligados los escritores a la hora de publicar un libro en Valladolid.
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