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Hay algo en el tenis, uno de los deportes más aparentemente monótonos, que exhuda épica. Con cada raquetazo, cada set, cada partido, se hilvana una ... serie de estrategias, esfuerzos y espectáculos que esconden mucho más que los metros que se desplaza el tenista de lado a lado de la cancha para conseguir devolver la pelota al lado de su contrario. Por ello hay mucha literatura que se ha esforzado para desgranar los secretos detrás de estos titánicos despliegues de energía atlética, desde la confesión de sus más afamados campeones hasta su inclusión, más o menos tangencial, en novelas de todo tipo.
Por ello no es casual que uno de los libros más emblemáticos dentro del conjunto de obras de no ficción sea el a todas luces estupendo 'Open', narrado y firmado por André Agassi pero escrito (el propio libro así lo asume, de un modo relativamente explícito) por el premio Pulitzer J. R. Moehringer, la obra encadena toda una serie de reflexiones en torno a la figura del significativo tenista, rica en detalles de todo tipo y en un retrato lejos de tentaciones hagiográficas, que abunda en los valores y en las miserias de Agassi de un modo cómplice pero rebosante de honestidad. En el terreno patrio, y en líneas similes, se presenta 'Rafa. Mi historia', un libro sobre Rafael Nadal firmado por el deportista manacorí y el periodista John Carlin. Son los arquetipos de estas crónicas que alternan la narración trepidante deportiva con la pausada reflexión personal del campeón, que se confiesa ante el lector revelando facetas en apariencia más profundas que lo que este ha podido conocer del mero visionado de sus partidos.
Otro de los libros imprescindibles en toda lista de literatura de no ficción en torno al tenis pasa, precisamente, por la profundización de la relación entre Nadal y Federer: 'Rafa y Roger', de Antonio Arenas y Rafael Plaza. Pero en el fondo no hay gran tenista que no escape a una, o más intentonas de (auto)biografía: Pete Sampras, John McEnroe, Novak Đoković ('El secreto de un ganador', que hace especial hincapié en las dietas sin gluten y otras facetas de la nutrición), Boris Becker, Andy Murray, Maria Sharapova, las hermanas Venus y Serena Williams (imprescindible rescatar su ejemplo tal y como lo usa Elena Favilli en 'Cuentos de buenas noches para niñas rebeldes')... normalmente aderezados con toques de discurso superador y motivacional, que pese a contar (algunos) con varios años de anticipación, hoy se suele encontrar más descarnadamente en libros de autoayuda y 'coaching'.
De este modo emergen dos obras de importancia: por una parte, 'El juego interior del tenis', de W. Timothy Gallwey, que horada en la psicología de las inseguridades y se enfoca en la escalada de sucesivas conquistas personales y de autoconfianza para mejorar en rendimientos deportivos y, sin resistir la tentación, en «cualquier tipo de actividad», como ya advierte su contraportada. Con una óptica ligeramente distinta pero con una prédica análoga en todos los sentidos emerge también 'Ganar', una sucesión de estrategias brindadas por el entrenador Brad Gilbert, que se centra más en explotar los puntos débiles del contrario para beneficio propio, estudiarlo y adelantarse a sus movimientos con el fin de derrotarlo en la cancha.
Uno de los principales puntos en contra de la literatura deportiva centrada en el tenis pasa por el ingente número de títulos de interés que, por una u otra razón, no han sido traducidas al español o directamente no han superado la distribución internacional en su país. Así, solo los más avezados en lengua extranjera serán capaces de disfrutar de 'A terrible splendor', de Marshall Jon Fisher, ganadora del premio PEN al mejor escrito literario deportivo en 2010 y que recoge el partido decisivo para obtener la Copa Davis en 1937 entre el americano Don Budge y el alemán Gottfried von Cramm, donde la lectura del posterior enfrentamiento entre naciones e ideologías (democracia contra nazismo) emerge evidente por el contexto histórico, político y social.
Entre estos títulos aún pendientes de poder leerse en la lengua de Cervantes vale la pena también destacar las memorias de Gordon Forbes 'A handful of summers', la antología de crónicas periodísticas 'The right set' editada por Caryl Philips o la colección de historias reales que hilvana John Feinstein en 'Hard Courts'. Por suerte, estos cazadores de anécdotas sí que se pueden encontrar bien surtidos con obras como 'Tenis en la luna', de Lluís Vergés, o 'Historia(s) del Grand Slam', de Luis López Varona.
Fiel a su entusiasmo obsesivo casi natural, que trasladó a la experimentación literaria y le convirtió, por ende, en una de las plumas imprescindibles de la narrativa posmoderna, David Foster Wallace era un apasionado espectador del tenis, al que le dedicó dos textos recogidos en la antología 'El tenis como experiencia religiosa'; 'Democracia y comercio en el Open de Estados Unidos' y el estupendo 'Federer, en cuerpo y en lo otro', donde narra una fenomenal crónica del suizo contra Nadal en el que contrapone la estrategia centroeuropea con la vigorosidad mediterránea, en un texto tan rico que justificó su inclusión en otra antología, también llamada 'En cuerpo y en lo otro', y que cuenta con el poder de convertir en entusiasta del tenis a quien antes no lo fuera.
Pero no son estos los únicos textos que Foster Wallace dedica a dicho deporte. En su magnun opus, 'La broma infinita', juega un papel de relevancia la Academia Enfield de Tenis (donde se desarrolla buena parte de la trama), para algunos una metáfora del autor en sustitución de la Dinamarca hamletiana. El autor cuenta además con el texto 'Cómo Tracy Austin me rompió el corazón' (en su antología 'Hablemos de langostas'), donde el tenis vuelve a asumir un protagonismo más que notable.
Junto a la obra de Foster Wallace se suele citar también 'Los niveles del juego', de John McPhee, como probablemente la obra cumbre de la literatura en torno al tenis, una obra que sigue el mismo esquema que la arriba citada 'A terrible splendor', esta vez con un partido entre el republicano blanco Clark Graebner y el demócrata negro Arthur Ashe (protagonista a su vez de diversos retratos literarios inéditos en el mercado español), y que supone un libro fundamental para todo completista de estas colecciones.
Más que vertebrar, el tenis se asocia muy tangencialmente a las tramas narrativas de las novelas en las que asoma, se desarrolla en los límites literarios de aquello que tiene lugar como manera de ilustrar todo tipo de cosas, fundamentalmente la posición social de aquellos que lo juegan por placer. Emerge así el tenis varias veces a lo largo de la 'Lolita' de Nabokov, al que el autor también dedica en un momento un pasaje de cierta carga sexual (un recurso que también usa Alfred Hayes en 'Mi perdición'), en 'Noches de cocaína' de J. G. Ballard, en la impresionante y poética 'Citizen' de Claudia Rankine o en 'La única historia', entre otras.
Pero por lo general, como decimos, su aparición es meramente testimonial, como personajes secundarios; por lo general, instructores con los que se desarrolla además una infidelidad marital (un recurrente resorte presente en la arriba citada y en 'Pájaro en mano' de Juan Madrid, entre otras). Excepciones resultan obras como 'Don Quijote en el exilio', de Peter Fürst, 'Un hombre soltero', de Christopher Isherwood. o el premio Herralde 'Muerte súbita' de Álvaro Enrigue, donde se desarrolla un insólito partido entre Quevedo y Caravaggio.
Las narrativas juvenil y criminal se han servido numerosas veces también de la figura del tenista para sus tramas amorosas o de aventuras (al margen de los abundantes ejemplos en 'chick-lit' merece destacar un caso del superespía adolescente Alex Rider en 'Cayo Esqueleto', de Anthony Horowitz). Por lo que se refiere a lo 'noir', Harlan Coben lo visita hasta en dos ocasiones para casos de su héroe Myron Bolitar, en 'Golpe de efecto' y 'Alta tensión'. La reina Agatha Christie no podía faltar a su cita en 'Hacia cero', donde el superintendente Battle toma las riendas que habitualmente asume el belga Hércules Poirot.
Otros grandes nombres como Ross Macdonald, con 'Dinero negro', John Le Carré, con 'Un traidor como los nuestros', y Patricia Cornwell, con 'El libro de los muertos', vienen a llenarnos el vacío que deja comprobar cómo la libérrima adaptación hitchcockiana de 'Extraños en un tren' de Patricia Highsmith inventa para el cine exclusivamente el asfixiante partido del clímax final (en la novela, el protagonista de Highsmith es arquitecto). Hitchcockiana es también 'La herencia Valentine', de Stanley Ellin. Y otro gran cineasta, Woody Allen; no puede despojar de sus guiones el tenis, desde la obvia Match Point' hasta la celebrada 'Annie Hall'.
En cuanto a la narrativa breve, no puede faltar el predecible 'Cuentos de tenis', que reúne los nombres de John Updike, Somerset Maugham, Bioy Casares o A. A. Milne, entre otros. El autor de 'La mosca', George Langelaan, plantea una alternativa siniestra a la diferencia de brazos que deja el tenis en 'La otra mano' (cuento dentro de la antología 'Relatos del antimundo'). Son solo algunos de los ejemplos de un deporte que hizo las delicias de los ya citados Nabokov (que perdió un encuentro contra Jorge Guillén), Bioy Casares y Foster Wallace, pero también de superventas queridos por crítica y público como J. R. R. Tolkien, Gabriel García Márquez o Mario Puzo, quien recogió sus vivencias con la cancha y la red en 'Los documentos de El Padrino y otras confesiones'.
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