«Absolutamente todas las violaciones que se están cometiendo en España están siendo cometidas por gente que viene de fuera». En octubre de 2022, más de seis años después del caso de La Manada y el mismo año que el INE registraba que 2666 de ... las 3835 personas condenadas por delitos sexuales tenían nacionalidad española, el inspector jefe Ricardo Ferris pronunció en un acto político esas palabras, que le valieron la denuncia de una treintena de entidades por delito de odio y el cese de su puesto por parte del Ministerio de Interior. En abril de 2024, ese mismo vídeo, con un discurso desmentido y fácilmente desmentible, sigue circulando por cadenas de Whatsapp difundido por muy diferentes personas que reaccionan, se enfadan, opinan y, eventualmente, votan.
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Con esta instrumentalización de ciertos colectivos sociales, con frecuencia vulnerables, y articulando palabras esgrimidas con trazo grueso y envueltas de 'incorrección política' se construye lo que llamamos 'discursos de odio'. Pero no son, ni mucho menos, fenómenos nuevos. Un reciente libro editado por Comares y coordinado por Virginia Martín, profesora de la Universidad de Valladolid, y en el que participan académicos de todo tipo de centros de estudios superiores, pasa revista a estos potenciadores del desprecio a través del lenguaje, y cómo son una herramienta más para robustecer algunas ideologías políticas extremas.
«Es un proyecto de investigación que empieza a estudiar el odio en las redes sociales pero, como por deformación profesional soy historiadora además de periodista, necesito referencia del pasado para entenderlo», explica Martín. El libro parte de unas tesis muy concretas; igual que el discurso nace de la política, el pensamiento de odio nace por el lenguaje empleado: «El discurso transforma el pensamiento, hace existente algo impersonal que se considera odiable y genera un imaginario a través de definiciones o expresiones concretas que normalizan ese desprecio».
La instrumentalización del poder nace en cuanto ciertas clases políticas comprenden lo rentable que supone articular estos discursos para persuadir a las masas: «Se alimentan de un sentimiento; el miedo a lo desconocido, a un enemigo que puede aparecer, y son la base en crisis económicas o ideológicas que estimulan la despersonalización de lo odiable», describe Martín, que junto al periodista Diego Carcedo, colaborador de El Norte, impartirán este martes, 7 de mayo (19:30 horas), invitados por el Ateneo en el Círculo de Recreo de Valladolid una conferencia sobre el discurso del odio como arma política.
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El libro articula diferentes momentos históricos, algunos más antiguos y otros más recientes, donde estos discursos de odio han eclosionado con consecuencias notorias y reconocidas por todas las naciones. Tras un prólogo de Diego Carcedo, se repasa el surgimiento de los totalitarismos en la Europa de entreguerras, a manos de Alfonso Pinilla; la aversión al discrepante en el bloque soviético durante la Guerra Fría, a cargo de Ricardo Martín de la Guardia, y un repaso a cómo el cine de Hollywood vertebró un discurso anticomunista en los primeros años tras la II Guerra Mundial, cortesía de José-Vidal Pelaz. La mitad reservada al pasado concluye con el odio nacionalista entre 1960 y 2010 en espacios coloniales, la URSS, Costa de Marfil o Rumanía, en un capítulo firmado por Jara Cuadrado.
La parte del presente arranca con un estimulante apartado dedicado a la era digital, a cargo de Sergio Arce: «No se convence a la gente con un par de mensajes; se mete una idea poco a poco y se les hace cambiar para que empiecen a admitir cosas de las que antes no se hablaban», explica. Arce destapa cómo esta estrategia concebida para funcionar a medio plazo fomenta la polarización, estudia muy bien cómo usar palabras contra personas concretas sin incurrir en delito y se sirve de herramientas como inteligencias artificiales para construir las campañas más efectivas:
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«La creación de odio no es nueva, pero hoy hay medios capaces de identificar a qué grupo de personas pertenece cualquier individual y hacer una campaña específica para que reaccione a un mensaje emocional», detalla. «Tenemos que educarnos en el 'fact-checking' [comprobación de datos], y aunque uno de los objetivos principales de la industria de la desinformación son los adolescentes, más moldeables y menos críticos; también hay que mirar a los perfiles de las personas mayores; que difunden aquello con lo que están de acuerdo, sin plantearse si es falso o no».
María Antonia Paz y Ana Mayagoitia abordan los neopopulismos; Víctor Gutiérrez, la islamofobia; Itziar Reguero y Cristina Zaratuza, el odio nacionalista en España, y Asunción Bernárdez, la misoginia y el antifeminismo: «Es rentable odiar a las mujeres porque se aglutina el descontento de hombres que pueden sufrir situaciones de desventaja en su país, trabajadores mal pagados que piensan que el mundo ha cambiado porque las mujeres consiguen ciertas ventajas y ellos pierden, y en lugar de echar la culpa a su propia situación o al sistema capitalista les resulta más sencillo buscar las causas en un grupo estructural ajeno», explica. «Es el concepto de los argumentos zombi; se explica, se sabe que no son verdad pero salen una y otra vez en estos grupos».
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«El odio es rentable para quienes quieren dinamitar la democracia, se dirija hacia mujeres, migrantes o periodistas, y aunque la historia no se repite, nos da avisos», advierte Martín, que concluye con un consejo. «Un buen truco es plantearse, cuando se recibe un mensaje de ese tipo que genera una reacción tan fuerte, esperar y no mandarlo». Para la profesora, «esto ayudará a tomar conciencia del odio antes de que se consolide, a darnos cuenta de que algo que genera tanta reacción está al servicio de otro interés, y nos negaremos a ser un eslabón más».
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