La letra pequeña de un gigante
Viajes desde casa ·
Las editoriales desentierran a narradores clásicos de EEUU que contaron su país lejos de los referentes, Nueva York y San Francisco, como William Melvin Kelley y Lucia BerlinSecciones
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Las editoriales desentierran a narradores clásicos de EEUU que contaron su país lejos de los referentes, Nueva York y San Francisco, como William Melvin Kelley y Lucia BerlinNi el Misisipi fue propiedad privada de Faulkner, ni el Hudson de Salinger. La orografía literaria estadounidense es tan extensa como la física y, en la retaguardia de premios, superventas y beatificaciones declaradas por el coro académico, hay una reserva de historias de ... los sesenta que llegan ahora al lector español. Son la letra pequeña de un país, Estados Unidos, demasiado grande para una antología justa.
Siruela acaba de traducir 'Un tambor diferente', de William Melvin Kelley, quien dedicó su vida a la docencia universitaria, jalonó sus libros con varios premios y era negro. Kelley (1937-2017) amaneció a la literatura con esta primera novela de comienzo perturbador: Tucker Caliban, también de color, esparce sal en su tierra, mata a sus animales, prende fuego a su casa y se va con su mujer y su hijo. Tras él toda la comunidad afroamericana del estado sureño hace lo propio. Sin proclamas y sin despedidas, autobuses y trenes se llenan de este misterioso éxodo. La violencia explosiva de Tucker contrasta con la discreta marcha de sus iguales.
A partir de ese primer capítulo se suceden las narraciones desde varios puntos de vista. Primero los antecedentes de la familia Caliban desde que el Africano fue comprado como esclavo. La sangre de ese hombre, defensor hasta la muerte de su libertad y la de su hijo, late en las justificaciones que los blancos de Sutton buscan a los hechos.
Un niño, Harry Leland, habla de Caliban, ese hombre le enseñó a montar en bici, sin prejuicios raciales. La familia Wilson, los compradores del Africano y los responsables de Tucker, se retrata a través de sus miembros. Los hijos universitarios son avanzadilla de una generación que rechaza los estamentos decimonónicos, que trata como iguales a los afroamericanos y que simpatiza con las ideas demócratas. Dymphna y Dewey Wilson no pueden imaginar la relación de su padre, David, hacendado mayor del lugar, con los ideales comunistas en su juventud.
Y los hombres del porche, termómetro universal de las comunidades pequeñas, sentencian la situación. El reverendo Bennett Bradshaw, también negro y amigo de David, deambulará entre todos ellos para investigar la rebelión «por combustión instantánea». Personaje político, arengador a la sombra de publicaciones norteñas, busca explicación a la ineficiencia de su labor de décadas y a la eficacia del héroe anónimo. Acabará siendo la víctima del odio blanco. Kelley publica esta novela con 24 años, en 1962, cuando la lucha contra la segregación racial en Estados Unidos está en plena efervescencia. Tucker Caliban no tiene más credo que la convicción de que llegó el momento de ser libre y de «nadie trabaje por mis derechos». La determinación del individuo anónimo en un momento de exaltación política. Martin Luther King fue asesinado en 1968.
La espera en la lavandería
Faulkner y Harper Lee arroparon a Kelley, como Saul Bellow publicó los primeros cuentos de Lucia Berlin. Escritora de éxito póstumo llegará a la pantalla grande según la lectura de Pedro Almodóvar. Berlin (Alaska 1936-Los Ángeles 2004) hizo de su vida su principal material literario. Itinerante desde niña por el trabajo de su padre, recorrió las minas de América desde Alaska hasta Chile. Conoció la vida acomodada en su adolescencia y empeñó pronto su juventud en una sucesión de maridos e hijos. Sin tiempo para la carrera académica ni para la melancolía suicida de poetas coetáneas como Anne Sexton y Sylvia Plath, la eventualidad determinó el género preferido, el cuento, de quien trabajó en una docena de oficios y crió a cuatro hijos.
'Manual para mujeres de la limpieza (Alfaguara), el primer volumen, es también el título de un brillante relato que expone las deducciones de una limpiadora. Berlin desmiga y recrea sus recuerdos del colegio católico, la experiencia como ayudante de su abuelo dentista o enfermera de urgencias, la mezcla latina e india en la frontera con México o la desintoxicación etilíca, afán en el que compite con Cheever. Cuenta siempre con fina ironía, con ese realismo que hace de una lavandería o una sala de espera un escenario elocuente de la condición humana.
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