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En el centenario de Miguel Delibes, los encuentros de Vino y Literatura han acogido a sus hijos Adolfo y Elisa para vertebrar un nuevo acto en torno a uno de los libros más autobiográficos de su padre; 'Mi vida al aire libre: Memorias deportivas ... de un hombre sedentario', en un acto que tuvo lugar ayer en las Bodegas Renacimiento de Olivares de Duero, y que presentaron el director de Relaciones Institucionales de El Norte de Castilla, Carlos Aganzo, y el empresario y bodeguero Carlos Moro.
La tertulia vertebró varios de los recuerdos de los hijos del escritor de 'Las ratas' con pasajes de este libro, ante un reducido público con invitados como los poetas y colaboradores de El Norte Fermín Herrero y Angélica Tanarro, el profesor José Ramón González o el director del Aula de Cultura, Fernando Conde, entre otros; además de los suscriptores de on+ José María Pino y Carmen de Ávila, ganadores del sorteo del periódico para asistir a esta velada, que se completó con una visita a la bodega guiada por el propio Moro y su mujer, Esperanza Castro, y una cena en el restaurante La Espadaña, en Valbuena de Duero.
En 'Mi vida al aire libre: Memorias deportivas de un hombre sedentario', Miguel Delibes recuerda varios de sus momentos más físicos de su infancia y juventud, a través de nueve capítulos en los que repasa todo tipo de deportes y su relación con ellos practicándolos y observándolos: la bicicleta, la caza, el fútbol, la natación o el tenis se cuelan en anécdotas del más joven Miguel, con las que aprovecha a su vez para reflexionar sobre su familia, la vida, la ciudad o el propio Norte de Castilla: «Delibes se trata a sí mismo como personaje por primera vez en el que es, probablemente, su trabajo más autobiográfico», sostuvo Aganzo.
Así, la obra arranca con la aversión de su padre al baño («Miguel Delibes tenía mucho, muchísmo respeto a su padre», recordó Adolfo) y con anécdotas en torno a accidentes de caza o percances con un bidón de gasolina. Especialmente notable resulta el capítulo del fútbol, tanto las vivencias que narra como jugador más empeñado en demostrar su valía ante una novia que en jugar por el equipo como la articulación de la muy sólida Ley Delibes, que se propone rivalizar con otros principios como los de Newton o la termodinámica: todo equipo que pierde en casa y va a disputar con otro en campo ajeno que viene, además, de ganar fuera, cosechará al menos uno o más de los puntos que están en juego: «Su pasión por el fútbol le salvó cuando ya no podía ir de caza», rememoró su hija Elisa.
En el siguiente capítulo, 'Mi querida bicicleta' (posteriormente reeditado en solitario), aprende una valiosa lección vital: la de aprender a bajar solo y sin ayuda, como se debe uno enfrentar a los grandes problemas de la vida. Escabulléndose de la policía, que iba tras las bicicletas sin matricular, y eventualmente saltando a la motocicleta, Delibes habla más tarde del tenis (cuyos largos partidos suscitaban chistes en la ciudad), y también de la pesca y del andar (incluyendo un truco para completar sin apenas esfuerzo la marcha Asprona.
El salto generacional se da cuando, en el capítulo 'El nadador del mínimo esfuerzo', vuelve a vertebrar su narración sobre nadar, esta vez con él desde el rol de padre. El trecho final del libro ya habla de la vejez y la conciencia de la cercanía de la muerte (que, con todo, en su caso aún tardaría más de veinte años en llegar), con un consejo final donde se resume y a la vez se recoge lo mejor de todo el libro: «Una vez que uno inicia en la vida la cuesta abajo, el problema es ese: conservar. Conservar útiles piernas, arterias, bofes y corazón. Que la artrosis o el infarto no nos dobleguen. Ejercitarnos con moderación: pasear un par de horas diarias, cazar las mañanas de los domingos, pedalear 15 o 20 kilómetros, jugar una partidita de tenis un par de veces por semana... En una palabra, seguir en activo aunque con mesura. A mi juicio, esta es la receta pertinente para sesentones reacios a enrolarse en una existencia sedentaria, resueltos a no dimitir de una maravillosa vida al aire libre».
Los Encuentros de Vino y Literatura suponen una iniciativa que marida, desde hace varios años, el arte de los mejores caldos con los prosistas más reputados. Ya este mes de marzo, Andrés Pascual llevó su novela 'A merced de un dios salvaje' a las Bodegas Carlos Moro de San Vicente de la Sonsierra, repitiendo el enclave que hace dos primaveras recibiese a César Antonio Molina y a Mercedes Monmany. En el pasado año se cosechó la visita del premio Cervantes Sergio Ramírez, a quien se recordó en esta edición junto a la primera convocatoria, con Juan Manuel de Prada y Carmen Posadas, en 2013, y a Lorenzo Silva y Rosa Villacastín, en 2015.
Dos invitados de excepción participaron, a su vez, en esta intimista tertulia de Encuentros de Vino y Literatura: los agraciados en el sorteo de suscriptores on+ de El Norte de Castilla José María Pino y Carmen Ávila, que aseguraron sentirse unos «privilegiados» al poder ser parte de esta actividad cultural. Se declararon asombrados, además, de poder visitar y presenciar «una bodega auténtica», además de mano del propio Carlos Moro, y con un reencuentro muy especial: el de Elisa Delibes con Carmen, compañeras hace año durante su etapa de estudiantes. Su participación durante el debate fue constante e implicada, en momentos distendidos y serios, con miradas de complicidad y de firme atención.
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