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Opinión

Testimonio personal

CRÍTICA LITERARIA ·

La tesis de Sánchez Gatell es falaz. La historia sanguinaria de ETA no nació en Madrid, allí no estaba el nido de la serpiente

José Luis García Martín

Lunes, 2 de septiembre 2024, 11:15

El 13 de septiembre de 1974 –pronto hará exactamente medio siglo-- tuvo lugar uno de los más sangrientos atentados de la historia de España: una bomba estalló en la cafetería Rolando, en la calle del Correo, junto a la Dirección General de Seguridad, causando la ... muerte de trece personas y heridas a más de ochenta. Ninguna organización reivindicó el atentado, aunque había pocas dudas de su autoría, y durante un tiempo se hizo correr el rumor de que había sido obra de la extrema derecha.

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  • 'El huevo de la serpiente. El nido de ETA en Madrid' Eduardo Sánchez Gatell. Betagarri Liburuak, Vitoria. 2024.

Desde la publicación del libro de Lidia Falcón, 'Viernes y 13 en la calle del Correo', se sabe con certeza que la planificación corrió a cargo de Eva Forest, quien contó con la colaboración de ETA y de diversas personas relacionadas con la oposición franquista, aunque estos últimos no siempre lo hicieron de manera consciente.

Pero quedan muchas dudas sobre por qué, tras una rápida y eficaz, aunque poco escrupulosa, intervención policial, no se concluyó el sumario, los detenidos fueron poco a poco siendo desvinculados del caso y a los que quedaron se les aplicó la amnistía de 1977 (una amnistía, por cierto, que hoy sería recurrible ante organismos internacionales si hubiera alguien –que no lo hay- interesado en ello).

En 'El huevo de la serpiente. El nido de ETA en Madrid', uno de los detenidos, Eduardo Sánchez Gatell, que entonces tenía diecinueve años, nos ofrece su testimonio de aquellos años. Un testimonio personal: quiere contar solo lo que ha vivido. Esa es la intención declarada más de una vez, pero no se atiene a ella. Su testimonio está sesgado al pretende encajar los hechos en una tesis que ya se manifiesta en el título, no demasiado acorde con el contenido.

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Desde un punto de vista humano, el libro resulta emocionante y conmovedor: la violencia en los interrogatorios, los largos días de incomunicación, la convivencia carcelaria son narrados con precisión y verdad.

La madre de Eduardo Sánchez Gatell es la poeta Angelina Gatell y en su poesía completa están los sonetos que dedicó a su hijo cuando cumplió veinte años en la cárcel. Se reproducen en este libro y es difícil leerlos sin sentir un nudo en la garganta.

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Pero la tesis es falaz. La historia sanguinaria de ETA no nació en Madrid, allí no estaba el nido de la serpiente, aunque contara con colaboradores que les permitieron llevar a cabo su más exitosa acción (el atentado contra Carrero Blanco) y su mayor fracaso (el de la calle del Correo). En opinión de Sánchez Gatell, «ambos atentados tenían idénticos objetivos: provocar una enorme reacción represiva del régimen que matara dos pájaros de un tiro»: impedir un cambio «democrático burgués» y empujar a la ciudadanos a «confiar en los grupos armados como única solución a la salida del franquismo». Pero para ETA el segundo atentado, que ocasionó víctimas indiscriminadas, fue un error del que trató de desvincularse (solo lo reconocería muchos años después, en el último momento) y ocasionó una escisión en el grupo. Quien estaba orgullosa de ese atentado era Eva Forest, para quien no había sido un error, sino un gran logro, y uno de los más fieles seguidores de Eva Forest, hasta la ruptura ya en la cárcel, fue Eduardo Sánchez Gatell. Le preparaba para la lucha armada, para los atentados violentos, y él se dejaba llevar.

Ya su primera detención, todavía en el instituto, se debió a que asistió a una asamblea, con una barra de metal envuelta en papel de periódico, «como autodefensa». Eva Forest le entregaría un Manual del guerrillero urbano y «una bolsa con una pistola calibre 7,65 que debía llevar a casa para aprender a montarla y desmontarla, cargarla, etc., para familiarizarme con ella». Otra vez le entregó dos pistolas para que las guardara. Cuando ya le vio suficientemente formado, le encargó su primera acción: robarle el arma a algún policía. Sánchez Gatell encontró su objetivo: un guardia urbano al que vigiló en su puesto y siguió hasta su casa. Pero encontró dificultades para llevar a cabo la acción y lo consultó con Eva. Con encomiable sinceridad, copia el diálogo que mantuvieron: «—Tendríamos que ser dos, le dije. –Esa es una operación para un solo hombre. –Pero ¿y si no se deja quitar el arma y se resiste? –Le disparas y corres al metro, en el metro no hay quien te coja. –Pero si entra alguien en ese momento. –Le disparas también».

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A pesar de eso, y de otros indicios sobre cómo se las gastaba su mentora, siguió colaborando con ella y acató su orden de vigilar el coche del periodista Alfredo Semprún para preparar un atentado que acabara con su vida. El sesgo que distorsiona los recuerdos le hace acentuar la caricatura de los miembros de ETA, a uno de los cuales, el Txapu, no tuvo inconveniente en alojar en su casa y con los que salió a las afueras de Madrid a hacer prácticas de tiro. Le decepcionaron: «¿Estos eran los héroes revolucionarios? ¿los libertadores de los que Eva y Alfonso llevaba hablándome durante años? Conocer a los tres durante estos días de julio, hablar con ellos, escuchar sus opiniones… fue un gran decepción para mí».

No parece que la decepción fuera tan grande. Eva le comentó que se estaba preparando una acción «mejor que lo de Carrero». Él sabía que iba a ser en la Dirección General de Seguridad, ya que de ello se había hablado varias veces: «De hecho, Eva me había contado que en cierta ocasión fingió un desmayo en la puerta de la calle del Correo, precisamente, y que la habían metido dentro y la habían atendido en las mismísimas dependencias de la Brigada Político Social. Afirmaba que no era tan difícil introducir un paquete». Sánchez Gatell apostilla: «Los delirios de Eva eran cada vez más evidentes». No parece que entonces lo fueran tanto para él puesto que siguió colaborando. «Mi interesé por el riesgo de víctimas inocentes», añade, «algo que me obsesionaba especialmente desde la conversación con el Txapu en casa» (más debían preocuparle conversaciones con Eva). Ella le contestó riendo: «La acción puede resultar bien o muy bien». Llegó el viernes 13 y sabía que algo importante iba a ocurrir: «Estaba nervioso esperando noticias. Cuando la televisión empezó a dar cuenta del atentado, no daba crédito». ¿No daba crédito? Pues todos los indicios que tenía –a juzgar por lo que él cuenta en su libro-- apuntaban a esa posibilidad.

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Encomiable sinceridad la de Eduardo Sánchez Gatell al escribir este ensayo de autocrítica. Él, cuando era joven, creía en la necesidad de la lucha armada. Fue la cárcel la que le hizo reflexionar, romper con sus tóxicos mentores intelectuales, seguir participando en política pero ya desde presupuestos democráticos. Cometió errores, pagó con creces por ello.

No es necesario caricaturizar, como él hace, a los miembros de ETA con los que colaboró en aquellos años: con las mejores intenciones y con la mayor preparación intelectual (el talento y la cultura de Eva Forest y Alfonso Sastre resultan innegables) se pueden cometer las mayores barbaridades.

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