En una de las 'Disertaciones' –así se titula la sección- incluidas en 'Prosas dispersas', afirma Ernesto Cardenal que la suya, aunque bastante divulgada, «no es una gran poesía». Y añade que, si hay alguna grandeza en ella, sería una grandeza pequeña que se debe «a ... motivos extraliterarios, a que sus temas y su inspiración han sido la causa de nuestros pueblos, la causa de nuestra América y su Revolución».
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'Prosas dispersas' Ernesto Cardenal. Prólogo de Luce López-Baralt.
Y acierta en lo que dice. Aunque escribió mucho durante su larga vida, si por algo cuenta en la historia de la literatura es por sus libros primeros, anteriores al triunfo de la revolución sandinista. Luego el personaje devoró al autor. Aunque en su etapa final, su poesía se alejó del compromiso y la propaganda para adentrarse en un especie de espiritualidad cósmica muy ligada a los avances científicos, sus dilatadas elucubraciones no despertaron gran interés ni entre los interesados por la literatura ni entre los aficionados a la ciencia.
Estas 'Prosas dispersas' se incluyen en una benemérita colección de la Fundación Banco de Santander titulada 'Obra fundamental', pero que rara vez publica obras fundamentales, sino obras menores de autores mayores o menores. 'Obra principal cardenaliana' titula su prólogo el autor de la selección, pero es una afirmación más que dudosa, a la que sigue una inexactitud reiterada en las primeras líneas: «El libro que ahora tiene entre sus manos pretende aunar toda la obra en prosa de Ernesto Cardenal»; «recopilar toda su obra en prosa y publicarla en una única edición» habría sido su último proyecto.
No reúne toda la obra en prosa de Ernesto Cardenal este libro, sino una selección de sus textos dispersos, tal como el título indica, reunidos por el propio autor, si hemos de hacer caso al prologuista. En una buena parte, son escritos muy circunstanciales cuyo rescate no parece estar justificado.
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«Recuerdo de un paseo con el poeta Benedetti en La Habana» contiene afirmaciones de candorosa ingenuidad propagandística. Así explica Benedetti, según recuerda Cardenal, el desabastecimiento de las tiendas cubanas: «En Uruguay hacen mil carteras de señora y son carísimas y casi nadie las puede comprar y por eso las tiendas de mi país están llenas de carteras. Aquí, cuando hacen carteras, tienen que hacer cuarenta mil y todo el mundo las compra y por eso no hay carteras. Quiero decir, no hay carteras en las tiendas porque las carteras las tiene la gente». Peor todavía es la justificación de los fusilamientos de jóvenes idealistas en la fortaleza de La Cabaña que, según nos dice, le hizo Cintio Vitier: aunque ellos no lo supieran, «estaban siendo utilizados por agentes de la CIA y batistianos».
Simplona propaganda, que nadie se atrevería a utilizar hoy, encontramos en muchos de estos textos. Los policías de Nicaragua, tras el triunfo de la revolución sandinista, escriben poesía porque no eran como la policía de Europa: «Tanto el ejército como la policía estaban compuestos por los que habían sido guerrilleros. Y por lo tanto también eran jóvenes. Estaban llenos de sentimientos de amor; habían combatido en la revolución por amor, y había muchas mujeres entre ellos, Por eso en la policía había teatro, y danza, y grupos musicales, y talleres de poesía (como los había también en el ejército)». Incluso había un taller de poesía en el Servicio de Inteligencia y Contrainteligencia de la Seguridad del Estado». Por eso, «con esta policía de la revolución nunca se vieron en Managua a los policías arrojando bombas lacrimógenas al pueblo, ni repeliéndolos con mangueras de agua, ni llevando máscaras ni escudos antimotines»; todo lo contrario de lo que ocurría en Londres, donde la policía apaleaba a los obreros en huelga.
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La creación de talleres de poesía es uno de los logros de los que Ernesto Cardenal estaba más orgulloso. Su labor como ministro de Cultura consistió en buena parte en extenderlos por todo el país. Llegó a elaborar unas reglas para escribir poesía que fueron muy elogiadas por la prensa extranjera, según afirma más de una vez. «El Tablet de Londres escribió asombrado que la normas poéticas de Pound, comprensibles tan solo por los más cultos de lengua inglesa, fueron presentadas en forma sencilla a los obreros y campesinos».
Se incluyen en 'Prosas dispersas' esas normas para escribir poesía de las que Cardenal estaba tan orgulloso. «Es fácil escribir buena poesía y las reglas para hacerlo son pocas y sencillas», afirma al comienzo, con lo que anima poco a seguir leyendo.
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«Los versos no deben ser rimados», leemos en la primera regla. Y lo explica: «No hay que buscar después de una línea que termine con corazón otra que termine con León, o si termina con Sandino, haya otra que termina con destino. La rima suele ser buena en las canciones, y es muy apropiada para las consignas o los anuncios». Una cosa es que los poemas no necesiten utilizar la rima y otra que no deban utilizarla, pero parece que Cardenal no es muy amigo de sutilezas.
Escribir como pintar o cantar puede ser un entretenimiento personal, un desahogo o un recuso pedagógico. Nadie niega el encanto de los dibujos que hacen los niños o el interés de los poemas –sobre todo para ellos mismos- que los aficionados escriben en un taller de poesía, pero hace falta mucha ingenuidad para pensar que en eso consiste llevar la cultura «al pueblo». Ese «pueblo» que en los Maratones de Poesía que organizaba Cardenal «estaba oyendo ininterrumpidamente desde la mañana hasta la noche a poetas profesionales y también obreros y campesinos y soldados y policías». Al parecer, tales actividades –que a mi me parecen más bien casi una forma de tortura, como ser obligados a escuchar entero un discurso de Fidel Castro-- fueron muy elogiados en la Unión Soviética por «el poeta de multitudes» Evtuchenko.
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Las páginas que se salvan de esta recopilación, que no contribuirá a agrandar el prestigio del autor, son las que tienen que ver con su ingreso en la Trapa y su encuentro con Thomas Merton, con su retiro a la isla de Solentiname, con el recuerdo de viejos amigos. También ofrece observaciones de interés «Poesía de los Estados Unidos», el prólogo a la selección y versión de poetas norteamericanos que realizó con José Coronel Urtecho.
La posteridad de un escritor depende de que su obra caiga en buenas manos –no en la de acríticos devotos- que sepan cribar lo perecedero de lo que sigue conservando interés para los lectores. No es eso lo que ha ocurrido con esta recopilación de la prosa dispersa y circunstancial de Ernesto Cardenal.
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