
Gustosamente provinciano
CRÍTICA LITERARIA ·
Buena parte de la obra en prosa del poeta Antonio Moreno, por no decir toda ella, se ha escrito de espaldas a los intereses del mercadoJosé Luis García Martín
Miércoles, 9 de abril 2025, 11:52
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CRÍTICA LITERARIA ·
Buena parte de la obra en prosa del poeta Antonio Moreno, por no decir toda ella, se ha escrito de espaldas a los intereses del mercadoJosé Luis García Martín
Miércoles, 9 de abril 2025, 11:52
La difusión de un libro tiene mucho que ver con la editorial en que se publica y su capacidad de promoción. Pero no todos los ... libros son para el gran público, no todos tienen cabida en las empresas editoriales en las que los beneficios han de ser superiores a las pérdidas si quieren sobrevivir. Por eso son tan importantes las editoriales al margen, casi un capricho personal, sin las cuales la literatura de un tiempo y de un país resultaría mucho más pobre.
'El viaje de las bibliotecas' Antonio Moreno. Newcastle Ediciones. Murcia. 2025.
Buena parte de la obra en prosa del poeta Antonio Moreno, por no decir toda ella, se ha escrito de espaldas a los intereses del mercado. 'El viaje de las bibliotecas' constituye la más reciente muestra de esas secretas maravillas de las que los lectores avisados –una, si no inmensa, al menos nutrida minoría-- no tardan en tener noticia, buscar y celebrar.
La nostalgia de otros tiempos presuntamente mejores ha hecho que libros, librerías y bibliotecas se pongan de moda e intervengan en la trama de novelas de éxito. Pero el viaje de Antonio Moreno es de cercanías, se limita a los alrededores del lugar en que vive, Elche, y sus bibliotecas poco tienen que ver con la mítica de Alejandría o con la no menos mítica y turistificada Shakespeare & Co. Se trata de sencillas bibliotecas municipales frecuentadas sobre todo por estudiantes y jubilados.
Algunos de los lugares que visita, como Orihuela y Monóvar, tienen un cierto nombre en la historia en la historia de la literatura, pero otros, como Crevillente o Sax, muchos lectores los oirán por primera vez. Importa poco eso. A Antonio Moreno, más que la evocación de autores importantes relacionados con la localidad que visita, sean Miguel Hernández, Azorín o Gil-Albert, le interesan las gentes con las que se encuentra: bibliotecarios o limpiadoras de la biblioteca, vecinos del pueblo, y sobre todo la atmósfera de cada lugar.
Los suyos son viajes, alguien despectivamente los calificaría de excursiones, casi siempre de un solo día, realizados entre febrero y junio de 2024, según indica la fecha de cada capítulo, pero en los que hay lugar también para el viaje en el tiempo: «Pienso en nuestra vida juntos. En la de Bárbara y en la mía. Y en un abrir y cerrar de ojos, como un soplo, desfilan en la memoria los tres años que pasamos aquí, en Alcoy, hace ya treinta y cinco. ¡Éramos tan jóvenes…! Me acuerdo bien de cuando vinimos a vivir a aquel piso de la calle Luis Braille, el único que encontramos. Un primer piso oscuro y gélido en un barrio hacinado, vulgar y feo. Eso nos decíamos cuando llegamos, con alguna lástima de nosotros mismos, sin saber que aquel sería un tiempo feliz, de días totalmente nuestros, imprescindibles y concentrados».
Años y leguas, como la obra de Gabriel Miró, podía haberse titulado este libro, que en buena parte transcurre por los mismos escenarios. Pero nada tiene que ver la prosa sensual, cuajada de metáforas precisas y deslumbrantes, casi prosa poética de Miró, con el decir en voz baja, confidencial, de Antonio Moreno. La fórmula de Ortega para referirse a Azorín podría aplicársele con igual exactitud: «primores de lo vulgar».
Viajero a la contra, que se fija en aquello que los demás desdeñan o miran sin ver, Antonio Moreno parece estar también a la contra de los tiempos acelerados y digitalizados en que vivimos. Las bibliotecas que visita, con su calma y su silencio, le parecen consulados de un mundo que está a punto de dejar de existir. A veces, al leerlo, recordamos la frase de Hölderlin: «El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona».
Antonio Moreno es un maestro de la atención al detalle, de la evocación, de la creación de atmósferas, pero chirrían algunas de sus reflexiones en un libro por lo demás tan sabio y lúcido: «La poesía hoy resulta anacrónica. Parece demasiado interior, demasiado atenta para una época de suyo externa y desatenta». Basta, sin embargo, quietarse los anteojos del prejuicio para darse cuenta de que la poesía hoy resulta tan anacrónica, o tan poco anacrónica, como ayer, que abundan los recitales de poesía, que se publican más libros de poesía que nunca, que hay tantos poetas como siempre, que después de la música, Internet ha sido el mejor invento para hacer que el poema vuele por el mundo desprendido del papel impreso.
Continúa Antonio Moreno: «La tecnificación digital en todos los órdenes cotidianos ha desustanciado la existencia efectiva de los seres y las cosas. La realidad ha adquirido un carácter intangible y gaseoso porque se ha transmutado en un ente virtual, de naturaleza etérea». ¿Seguro? La tecnificación digital –por decirlo con sus palabras- nos acerca al amor o al amigo que están lejos, incluso en otro continente, pero no nos impide hacer el amor como siempre, piel con piel, ni tomar una cerveza con los amigos en el bar de la esquina. Amplía posibilidades, no las limita.
Y aún sigue: «Pocos están aquí. Cuando viajamos en tren o en autobús, es raro que nadie contemple ya el paisaje; cada uno mira su pantalla». ¿Y qué diferencia hay entre mirar una pantalla y mirar un libro o un periódico, como ocurría antes, cuando también pocos pasaban el viaje mirando por la ventanilla? Aparte de que en la pantalla también se puede estar hojeando el periódico o leyendo el libro de moda.
Pero son los menos estos descosidos, aunque yo me fije especialmente en ellos porque son tópicos que de tan repetidos acaban no siendo puestos en cuestión. Para elogiar el mundo de los libros y las bibliotecas no necesitamos denigrar estos días «bárbaros y digitales, donde las humanidades y las letras importan cada vez menos». ¿Seguro? Porque libros, en formato tradicional, se publican cada vez más y las bibliotecas públicas son más y mejores que hace medio siglo, cuando el autor era niño. Y el que ahora no haya en ellas solo libros, no las empobrece, sino todo lo contrario.
Pero eso es lo menos importante. No leemos a Antonio Moreno por sus opiniones sobre las nuevas tecnologías, sino por su sabiduría vital, su desengañada lucidez, su apuesta por una arte de vida «gustosamente provinciano»: el universo cabe en un grano de arena.
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