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A Jon Sistiaga (Irún, 1967) las canas comenzaron a salirle en Ruanda. A la cobertura como corresponsal de guerra del genocidio tutsi le sucederían otros infiernos en Colombia, Kosovo, Honduras, Irak o Afganistán. En zonas de violencia y conflicto ha desarrollado la mayor parte de ... su trabajo periodístico. Lugares donde acude sabiendo que va a encontrar muerte, tragedia, lo peor del ser humano y, en ocasiones, lo mejor. «Vuelvo e esos sitios porque alguien tiene que contarlo. Porque quienes están ahora en Gaza sin periodistas internacionales necesitan voz», cuenta el reportero en una de las sesiones de la Caja Negra Crimen y Ficción.
La sala de Teatro Experimental del Centro Miguel Delibes acogió el taller 'Territorio comanche', impartido por el periodista guipuzcoano. «No vuelves a casa siendo el mismo tras un conflicto, lo que has visto te cambia para siempre», recuerda retrotrayéndose a la matanza de tutsis en Ruanda en los años noventa, material con el que veinte años después realizó un documental.
La Caja Negra abordó los desafíos que enfrentan los reporteros de guerra a través de la experiencia de Antonio Pampliega (secuestrado por Al Qaeda en Siria durante 299 días), el cámara Miguel de la Fuente y el coronel Manuel González Hernández, instructor en la Escuela de Guerra y especialista en terrorismo yihadista. La figura del 'fixer' o guía local de periodista en zonas de guerra, los cursos de preparación que imparten el Ejército y la Guardia Civil antes de acudir a zonas de conflicto y vivencias de los ponentes dieron claves de cómo sobrevivir en situaciones de crisis.
Cada vez que viaja Jon Sistiaga a una guerra siempre se hace «las preguntas de Gila». «Aquí ha matado alguien, ¿quién ha matado o torturado y a quién? Con el tiempo vas acumulando un poso ético que te lleva a no casarte con nadie». Quien empezó a colaborar con 16 años en 'La Voz de Euskadi' haciendo el horóscopo, con los años se curtiría en información local y deportiva hasta pasar buena parte de su vida profesional recorriendo el planeta en busca de historias potentes. Viajes por los cinco continentes y vuelta a la redacción. «Yo no necesitaba volver a otra guerra cuando volvía a la redacción de Madrid. Yo jugaba a las cartas con la muerte, desde que te metes en el teatro de operaciones de una guerra asumes lo que te puede pasar».
Derivó la charla hacia derroteros en los que salió a relucir la vivencia profesional ante situaciones en las que aflora lo peor de la condición humana. «Trabajar con el mal es difícil, pero te enseña mucho del bien. Y escuchar no significa asumir, significa entender». Reportajes que obligan a disponer de información o testimonios de un comandante de las FARC, de un yihadista, de un talibán o de un terrorista en lugares amenazados por la violencia le llevan a concluir que «los malos son iguales en todos los sitios. La violencia ejercida por una organización terrorista es igual en todos los casos; esgrimen una justificación religiosa o ideológica y se creen virtuosos aunque estén matando a gente».
En un foro como la Caja Negra, donde se «explora los rincones más oscuros y fascinantes de la ficción criminal», no faltó la reflexión del reportero vasco sobre la seducción que ejerce el mal. «Nos atrae porque nos hace preguntarnos si nosotros también seríamos capaces de hacerlo. El problema es darte cuenta de cuánta gente puede cruzar la línea, pasar al otro lado sin que pase nada, envejecer y convertirse en un simpático abuelito hasta que salga armado con un rifle en una fotografía que le sacó un periodista hace veinte años y ahora nos recuerde quién fue y lo que hizo con ese arma».
Ese carácter testimonial del periodismo impregna su novela 'Purgatorio', una ficción basada en testimonios reales y conversaciones 'off de récord' en su andadura periodística que ponen de manifiesto «la dulce amnesia colectiva en la que vive sumida la sociedad vasca. Toda mi vida ha estado atravesada por la presencia de ETA». Habló de cómo las víctimas estaban en el lado bueno de la historia y «muchos que estaban en el lado malo se van a ir de rositas sin que nadie los interpele; hay 200 asesinatos sin resolver y el más longevo de ETA tiene 90 años. En Irlanda se hicieron las cosas de otra manera, allí había malos en los dos bandos, que decidieron utilizar la violencia para hacer política».
De todas las entrevistas que ha mantenido con asesinos, aún le sigue impresionando la de Luis Alfredo Garavito en la cárcel, el mayor violador y asesino de niños de la historia de Colombia. «Cometió 220 asesinatos, la mayoría niños de la calle. Enfrentarme a él fue de lo peor que he vivido profesionalmente, me impactó mucho. Tengo muy presente la sensación de que emitía como latigazos de energía negra».
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