Fue guía turístico por Castilla y por Ávila, presentó a sus amigos Fray Luis de León y Teresa Sánchez de Cepeda en prosa cariñosa, disertó sobre religión y heterodoxia y anotó las conversaciones que mantenía consigo mismo sobre cuadros y estancias. Hasta 22 ensayos publicó ... José Jiménez Lozano que ahora compila la Fundación Jorge Guillén en una primera entrega de dos tomos dentro de la edición de sus Obras Completas. 2.010 páginas de las casi 3.700 previstas que ahorman su pensamiento.
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«Quien escribe, siempre habla a otro», sentencia Lozano, que firmó el soliloquio 'Retratos y naturalezas muertas', fructífero diálogo sobre arte entre dos de sus yoes. Los ensayos son tan variopintos como sus intereses y las formas elegidas.
Gabriel Albiac marca las coordenadas del contenido de los tomos en su prólogo: las temporales, escritor «fuera de su tiempo» y espaciales, el «pequeño Port-Royal» que era su jardín de Alcazarén. Jiménez Lozano, habitante de un pueblo equidistante de Ur, Madrigal de las Altas Torres, Madrid o Utrecht, trenzaba en su conversación siglos y aconteceres. Donde cualquiera admira la primitiva palmera y las bestias desdibujadas en las paredes de San Baudelio de Berlanga, él vislumbró la 'Capilla Sixtina de Castilla', primera parada de su 'Guía espiritual de Castilla'. Leyó la estética pretérita sin el corsé académico lo que plasmó en las primeras ediciones de 'Las Edades del Hombre' y libros como 'Los ojos del icono' o 'Estampas y memorias'. «Para Jiménez Lozano la percepción de lo bello y lo sagrado es la misma», explica Albiac quien le considera «el último clásico. Un escritor verdaderamente grande no es él, sino que deja que la lengua lo atraviese. Por eso la poesía de Lozano habla tanto de la pureza».
Si hubo un lugar en la historia que frecuentó Lozano fue Port-Royal, el convento jansenista que reunió a Racine, Pascal o Philipe de Champaigne. La manera de mirar el mundo desde esa abadía, su puritanismo y su clarividencia desafió a Roma. Lozano simpatizaba con la idea del librepensante que observa la realidad desde los márgenes. «Port-Royal estaba poblado por hombres que se llamaban a sí mismos Los Solitarios y por monjas metidas en su convento que parecían vivir aisladas», cuenta Albiac. «Sin embargo, todos ellos tenían una visión muy minuciosa de lo que sucedía porque no estaba filtrada por el engaño mundano. Pepe tenía también esa visión, creía que este terrible mundo nuestro debía ser pensado con rigor, ya fuera en el análisis político que hacía en la prensa, cuando escribía prosa o estudiaba los cuadros del XVIII. Tenía siempre una voluntad de entender. Jiménez Lozano es un asceta como aquellos, no un místico. El asceta evita la tentación del entusiasmo, permanece en la sombra y en la distancia».
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Tomo III. 'Nosotros los judíos', 'Meditación española sobre la libertad religiosa', 'Juan XXIII', 'Los cementerios civiles y la heterodoxia española', 'Judíos, moriscos y conversos'. Tomo IV. 'Guía espiritual de Castilla', 'Ávila', 'Los ojos del icono', 'Estampas y memorias', 'Retratos y naturalezas muertas', 'Fray Luis de León'.
El autor de 'Judíos, moriscos y conversos' nunca fue un misántropo. «Port-Royal estaba muy concurrido, como la casa de Jiménez Lozano. A los del monasterio francés les reprochaban que, llamándose solitarios, no pararan de hacer experimentos con sabios a los que invitaban. La soledad se construye por contraste, con el diálogo y la discusión. Ir a ver a Pepe era participar en un momento de conversación delicioso, exquisito y riguroso».
Si hay un tema que atraviesa la escritura del escribidor abulense en todos los géneros en los que se expresó fue la religión y la heterodoxia en la España moderna, la dificultad de separar corona y poder de la Iglesia, política y fe, la incapacidad nacional para tener un estado laico que no «laicista». 'Nosotros los judíos', 'Meditación sobre la libertad religiosa' y 'Los cementerios civiles y la heterodoxia española' son tres aproximaciones.
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«La relación entre lo religioso y lo sagrado es una cuestión mayor asociada a la sociedad moderna. La heterodoxia es parte de la ortodoxia. Pepe fue especialmente brillante en ver cómo la producción estética de tres siglos, los de la modernidad, está regida por esa grieta, por ese sistema de paradojas en torno a lo sagrado. Ahí es indistinguible la heterodoxia de la ortodoxia. Lo que, simplificando, dimos en llamar jansenistas no les servía a ellos, pues nunca aceptaron ese nombre. Se autodenominaban cristianos, sin embargo nadie rechazó con mayor fuerza la ortodoxia eclesial. Por eso molestaban tanto esos que parecían estar fuera del mundo». El convento fue acusado de herejía, no le permitieron admitir novicias desde 1679 y fue demolido en 1710.
Dar voz a los que no están es otro propósito tácito de la escritura ensayística de Lozano, constante convocador de Pascal o Spinoza. «Son dos de los grandes pensadores que nos han llegado por accidente. En el caso de Pascal, sus notas de trabajo hubieran acabado en la basura de no ser por sus familiares y amigos que las salvaron, constituyendo el primer tratado moderno del XVIII. Spinoza tampoco publicó casi nada en vida, apenas un pequeño manual. Debemos a sus amigos que a su muerte editaron sus manuscritos. Lozano remite a esos pensadores ocultos que por un milagro emergen ante nosotros».
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Parlamento, susurro, lumbre, son palabras que repite el Premio Cervantes. «Hablar a gritos es un recurso cuando se ha perdido la capacidad de entender, el grito sustituye al razonamiento. Hablar en voz baja, en un susurro, supone una escucha permanente y escuchar es tender la mano, abrir la inteligencia. Cuando dos personas están frente a la lumbre hablan de lo importante, no es algo impuesto sino que emerge», aclara Albiac. Si tuviera que quedarse con un ensayo, elige dos: 'Los cementerios civiles' «por esa visión de la reconciliación» y con 'Retratos'...'. El filósofo aplaude la labor de la Fundación Jorge Guillén. «El mayor homenaje que puede hacerse a un autor, eso que es sistemático en otros países y en España no, es la edición de sus obras completas», concluye.
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