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Es matemático ante todo, aunque también estudiara filosofía y periodismo. «Vivimos en un mundo matemático desde que nacemos hasta que morimos: las paredes que nos cobijan son perpendiculares al suelo y al techo y paralelas entre sí, nos movemos en espacios topológicos con fronteras, ... tomamos un café y hacemos cuentas para pagarlo, sumamos, pesamos, medimos constantemente», dice Javier de Lorenzo. Cacereño de infancia en un pueblo de La Raya, allí este futuro científico se calentaba por las noches en un hogar con fuego, a la luz de una candela su padre les leía 'Flor de leyendas' y la primera vez que le mandaron apagar un interruptor, lo intentó juntando los dedos en torno a la bombilla. De aquella infancia a su preocupación actual sobre las personas cibernéticas, sobre la manipulación genética, sobre la robotización de la vida humana transcurren siete décadas, apenas una milésima de segundo en el «relámpago» de la especie desde que inició su «revolución agrícola», hace 12.000 años, base de todas las demás.
El catedrático emérito de la Universidad de Valladolid acaba de publicar 'Un mundo de artefactos' (Trotta). «He dado clase de matemáticas y de filosofía a muy distintos tipos de alumnos. Lo que detectaba es que los humanistas desconocen la ciencia y de aquella inquietud nació el curso del que sale este libro. Es una recopilación de cómo estamos aquí y cómo hemos llegado», explica. Esos artefactos a los que se refiere son materiales, simbólicos y conceptuales. Los materiales han hecho posible esa primera revolución agrícola que sedentarizó a la especie gracias a su aprovechamiento de las gramíneas y a la domesticación de los animales. «Aquello supuso una intervención en la naturaleza que la cambió. Somos la especie agresiva por excelencia». Para dar ese salto «fue necesaria una gran imaginación y creatividad que desarrolló conceptos técnicos, cálculo de cabezas de ganado, de espacios, de construcción. Todo eso es lo que llamo 'memoria de especie', que nos hace vivir para el futuro, para la espera, no para el presente». De ahí el desarrollo de un mundo simbólico, «el religioso que crea mitos como el de Deméter -la siembra, la muerte y el renacimiento de la semilla- o el demonio, hay aspectos como las tormentas o las sequías que el hombre no puede controlar». Y esa especie pasa de medio millón de individuos a 7.500 millones en ese «relámpago». «¿Y cómo lo ha hecho? Con avances técnicos». Luego con la revolución eléctrica que cambio el modelo mecánico por el termodinámico y se desarrolló la industria conllevando el capitalismo y la inversión en mayor desarrollo tecnológico. «Pero todo eso va ocurriendo gracias a la razón y la técnica, como dirán los enciclopedistas. No son las ideologías las que transforman el mundo, sino la tecnología». Antes de llegar a la Revolución Francesa, De Lorenzo apunta a los científicos del XVI y del XVII. «La religión siempre fue un freno para la investigación científica. Desde Anaxágoras, condenado por decir que la Luna y la Tierra estaban hechas de piedras, afirmación que atacaba lo simbólico, hasta Vesalio, salvado por Felipe II, a quien atribuían la disección de una mujer viva, o Servet, quemado simbólicamente por los católicos y realmente por los protestantes no por su estudio sobre la circulación de la sangre sino por negar al Santísima Trinidad. Pasteur, católico, negaba la generación espontánea de vida, pero no aceptaba la evolución darwiniana». Todos ellos hicieron ciencia «arriesgando su vida».
Luego hay nombres como Descartes o Pascal asociados a las humanidades. «A mis amigos filósofos les recrimino que solo hayan leído el prólogo de Descartes a sus tres importantes tratados de meteorología, de luz y de geometría. Es un físico que estudia la refracción de la luz, que intenta explicar el arco iris; un matemático que crea la geometría algebraica y desarrolla la teoría de los vórtices. Y Pascal, uno de mis maestros, experimenta con el mercurio y demuestra que el aire pesa más abajo que en la cima de la montaña, y crea la máquina hidráulica que aún se usa hoy. Él sentencia 'la experiencia lo decide'. El experimento, que es una agresión, ratifica o no las ideas», cuenta De Lorenzo.
«La Revolución Francesa se basa en los científicos. El propio D'Alambert dijo que, si pudieran meter 200 matemáticos en España, cambiarían el país. Los científicos llevan la razón y la técnica al poder, esa era su herramienta para cambiar el mundo, para avanzar los pueblos. Son ellos los que organizan el Ejército, los que ocupan ministerios. Napoleón era matemático, se le atribuyen algunos teoremillas. Tuvo a Laplace de ministro y se llevó a 200 matemáticos a Egipto».
De la ciencia de lo visible a la de no visible, que decía Marie Curie, esa es la que caracteriza el siglo XX y XXI. Nanotecnología, ingeniería genética, inteligencia artificial, «todo eso exige un planteamiento ético», afirma el profesor. «Hay un paro estructural, cada vez más trabajos lo hacen los robots y en la industria automovilística con un 30% de fiabilidad mayor. ¿Qué diferencia a una persona cibernética de una humana? Los gobiernos dejan hacer sin encarar el fondo».
Somos la especie que «ha llegado más lejos modificando su destino y hasta nuestro ADN». A la vez está obligada a desaparecer. «La cuestión es si lo haremos poniendo en marcha el arsenal atómico».
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