Aquel día 10, un caluroso lunes de agosto de 1519, partió del puerto fluvial de Sevilla una expedición que ha pasado a la historia con un titular que, tal vez, ha opacado otras consecuencias que trajo consigo el viaje.El foco se ha puesto en ... que fue la primera vuelta al mundo, la primera vez que se circunnavegó el planeta Tierra. Pero aquella gesta capitaneada por Magallanes, financiada por Carlos V –y cuyas condiciones se pusieron por escrito en Valladolid– sirvió también para redefinir «el universo social, geoestratégico, cultural, artístico y religioso surgido en el sudeste asiático».
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La vallisoletana editorial Páramo acaba de publicar 'Fernando de Magallanes. De la corte del emperador a Filipinas', un volumen con la participación de los historiadores y expertos navales que intervinieron en unas jornadas organizadas por la asociación universitaria CLIO en marzo de 2021. El presidente del colectivo, Diego Herrero García, se encarga de la edición del libro y de un prólogo en el que recuerda que aquel viaje abrió nuevas rutas marítimas que dieron lugar a una «economía incipientemente globalizada».
La flota de cinco naves que partió de Sevilla –solo una regresó a España, el 6 de septiembre de 1522– ingresó en las aguas del oceáno Pacífico el miércoles 28 de noviembre de 1520. El sábado 16 de marzo de 1521 tocaron tierra en el primero de los grandes archipiélagos del sudeste asiático. Lo llamaron San Lázaro. Ha pasado a la Historia como Filipinas. «Las primeras semanas de los españoles en Asia se centraron en el comercio y la diplomacia, junto con los primeros intentos de conversión, bautizos masivos y tentativas de reclamación del territorio a través de la instalación de cruces», recogen las investigaciones reunidas en este volumen. A partir de ahí, se abrió un extenso camino de relaciones entre el imperio español y el sudeste asiático. Una larga influencia cuyas huellas llegan hasta hoy. Y algunas de ellas están muy vivas en Valladolid.
La presencia colonial española en el Extremo Oriente se prolongó durante casi tres siglos y medio y tuvo, más allá de aquel primer contacto del viaje de Magallanes y Elcano, una etapa trascendental con la expedición que Miguel López de Legazpi emprendió en el año 1564 y que abriría una fructífera etapa de intercambio de mercancías e ideas que convirtió a Manila en un«centro comercial de primerísimo orden».
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En este proceso, hay un nombre clave: el Galeón de Manila. «Así es como se conoció a las naves españolas que cruzaban el Pacífico –una o dos veces al año– para unir los puertos de Manila con los de la Nueva España, en la Baja California y, especialmente, Acapulco (en México)», tal y como explica David Diez Galindo, doctor en Historia del Arte Oriental por la Universidad de Zaragoza. «La ruta fue inaugurada en el año 1565 por el fraile agustino español Andrés de Urdaneta, tras descubrir el tornaviaje, o viaje de regreso desde Asia hacia América, aprovechando la corriente de kuroshio, en dirección este».
«El trayecto de Acapulco a Filipinas, haciendo escala en la isla de Guam, solía durar tres meses. El de Manila a México, un poco más, entre cuatro y cinco, debido al rodeo que los galeones debían hacer para aprovechar esas corrientes marinas». En las bodegas de aquellos barcos viajaban especias (pimienta, clavo, canela), porcelanas y telas (tafetán, seda, terciopelo), obras de arte chinas y japonesas.
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Un sinfín de productos –pagados con la plata mexicana– que luego se vendían en los mercados europeos debido a su alto valor. Porque la mercancía que llegaba de Manila a Acapulco, más tarde era transportada –en muchos casos– hasta el puerto de Veracruz en su camino hacia España. Se trazaba así un comercio internacional, casi global, con unas rutas que perduraron durante más de 250 años. El último barco que zarpó desde Acapulco lo hizo en 1815, momento en el que la guerra de la independencia de México interrumpió el servicio de aquel Galeón de Manila.
Pero en los barcos, además de mercancías, viajaban religiosos, que usaban ese trayecto desde Acapulco para llegar hasta el sudeste asiático. «Uno de los elementos articuladores indiscutibles de todo este planteamiento estratégico fue la evangelización, encomendada, al igual que en América, a las órdenes religiosas», explica José Ramón Vallespín Gómez, del Instituto de Historia y Cultura Naval, quien, en el libro, subraya «el papel desempeñado por la orden de los predicadores, cuyo convento y seminario en Valladolid –el convento de los agustinos filipinos– sigue en funcionamiento a día de hoy, recordándonos los vínculos existentes entre España y Filipinas».
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Desde allí, recuerdan que el fraile Andrés de Urdaneta –quien puso en marcha aquella ruta comercial– llegó a Filipinas junto a otros cuatro agustinos en 1565. «Fueron los primeros evangelizadores de las islas», apuntan desde la casa vallisoletana, que continúa con el relato: «Martín de Rada y Jerónimo Marín, también agustinos, viajaron a China en 1575, al frente de una embajada, para convertirse en los primeros españoles en visitar el 'país del centro', como se le conocía.
Los agustinos Francisco Manrique y Mateo Mendoza llegaron a las costas de Japón en 1584. Tras sus huellas, durante cuatro siglos, les seguirán más de tres mil religiosos, de los cuales dos mil saldrían de esta casa de Valladolid». Hasta Oriente llevaban «imágenes, objetos, ornamentos, libros y utensilios necesarios para su apostolado y para la promoción cultural y social».
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A su regreso, «traían objetos artísticos y etnológicos típicos de las culturas donde trabajaban, con la finalidad de introducir en ellas a los jóvenes que se preparaban para sustituirles, y para darlas a conocer en Europa». Gran parte de ese patrimonio se custodia en el Museo Oriental, fundado en 1874, y que aún hoy recuerda esa íntima e histórica relación cultural entre España y Filipinas en la que se profundiza en este libro de la editorial Páramo.
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