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Escribe en una casa estrecha en el centro de Segovia, donde antes regentó un alfar. Las musas que alientan sus libros prefieren el piso cuarto, a la altura de los tejados vecinos. Ignacio Sanz (Lastras de Cuéllar, 1953) publica 'Voces remotas' (Valnera), una entrega ... para adultos de un escritor de gran éxito entre el público infantil y juvenil. Es una colección de 14 cuentos que hablan de los pueblos que se apagan, del vínculo de su generación con el terruño del que emigró en pos del 'progreso', de la vida en la España despoblada. Ni el mundo rural es el 'beatus ille' que esboza el turismo ocasional, ni sus habitantes son eremitas fuera del orbe. Las pantallas llegaron para todos aunque el paisaje y la naturaleza permanezcan igualmente al alcance de todos.
«Según la música que traiga la historia acaba siendo para un público u otro», dice el ganador del Premio Ala Delta en dos ocasiones. «Si el protagonista es un niño o entra con aire juguetón y travieso, ves que tiene filón para la literatura infantil. Otras veces, no. Cuando me sale el autor serio que ve el desgarro y las preocupaciones del mundo, me echo a andar por ahí. No me supone ningún dilema o conflicto».
La mayor parte de estas 'Voces remotas' surgen de «una conversación, tienen un origen oral». A eso hay que añadir su propia experiencia. «Nací en un pueblo, viví en una gran ciudad y luego en otra pequeña y paso los fines de semana en mi pueblo. Donde hubo ocho aulas hoy no queda ninguna. La escuela es una muestra de ese desgarro, así como la escasez de las consultas médicas. Cada vez es más difícil sostenerse económicamente en un pueblo y, a la vez, son estos los que sostienen la alimentación del país. Es una contradicción, pero ya sabemos que ahora el campo se trabaja con poca gente».
Por otra parte, «para ser viable este medio habría que disponer de unos pequeños servicios que permitan sostener esa vida plácida que está llena de elementos favorables al ser humano. Tiene todo lo que se ansía en la gran ciudad, lo que buscan los fines de semana, casas rurales, paseos por parques naturales. El hombre lleva dentro un Adán antiguo». Sus cuentos traspasan la mirada idílica. «Mis protagonistas llevan el conflicto, la contradicción. Son personas desnortadas, un poco calaveras, que en algunos casos se salvan por poder vivir en su pueblo ya que en la ciudad serían mendigos, como el del primer relato, 'Chisquereta'».
Longevidad en España y Japón
Visita villas de Soria, de León, de Teruel o Gerona. «El mundo rural es complejo. Ahí están España y Japón, dos de los países con la gente más longeva ligada al medio rural». Sin embargo no siempre el pueblo es sinónimo de vida sana.
'Todos los muertos que mata el tabaco' transcurre en un entorno minero y está protagonizado por una médica que «ha tenido que certificar tantas muertes prematuras» que está dispuesta a «pagar de su bolsillo una lista en bronce con los nombres de los finados y colgarla en el cementerio». Ignacio recuerda que hay «ciertas comarcas que prosperaron mucho durante una época, algunas gentes se dieron a excesos que acabaron minando su salud. Hablo del alcohol y del tabaco, pero me temo que podríamos seguir subiendo las adiciones». Este cuento partía de una conversación con un amigo que le habló de «desgarro que le producía echar una ojeada al retrato colectivo de su escuela».
La mayoría de los relatos están narrados en primera persona, «es más fácil hablar así, desde el interior de los personajes. Va saliendo el cuento y explicando la contradicciones, porque no puede ser un discurso cerrado, debe tener sus luces y sombras. Decía un escritor que una vez diluida la imagen de Dios también lo hizo la tercera persona, esa en la que escribían en el XIX. La primera permite la subjetividad, es más fácil acercarse a la realidad».
Una realidad, la del campo, que supone «el 90% del territorio, lo que hace un poco terrible que la mayor parte de las películas, series y narraciones en España ocurran en un entorno urbano de gran ciudad. No hay muchas que sucedan en una ciudad como Soria. Creo que el origen en el campo nos atañe a todos. Me reconozco en la mirada de un nieto de campesino, no en la de una gran ciudad donde me sentí un excluido». Suscribe las pérdidas señaladas por Delibes, «oficios maravillosos, los términos de los aperos, las palabras, todo eso se extingue vivimos en un mundo mecanizado pero no es bueno mirarlo con nostalgia que lleva a patología. Lo que ocurre es que todos esos medios y esas pantallas a veces hacen que las gentes del pueblo vivan de espaldas a su propio paisaje, lo que lleva al delirio». Un delirio que linda con la soledad, «uno de los problemas más acuciantes de nuestro tiempo a pesar de que estemos invadidos por redes. Todo es mera apariencia. También en las ciudades, donde existe miedo a saludar, se tiende a esquivar las miradas».
En Francia «sí se identifica el buen vivir con el campo, son unos adelantados, llevan siglos potenciando la presencia de sus productos. Es una sociedad que ha educado su mirada y su paladar. A nosotros nos faltó eso por nuestra pobreza, con sobrevivir tuvimos bastante. Pese a todo en España creo que crece la sensibilidad hacia el paisaje. Por suerte ahora hay muchos clubes de lectura que sirven para que la gente se relacione y crean complicidades. Necesitamos historias que nos ayuden a comprender la complejidad del mundo».
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Maestro de la narración oral, el también columnista de este diario considera el cuento un «n género maravilloso porque cuenta historias complejas en pocas páginas. Ahí están Borges, Carver o Lucia Berlin dando testimonio del rico universo que late detrás de sus cuentos. Ninguno escribió novelas».
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