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Las botas peregrinas de Francisco Contreras Gil tienen más de diez mil kilómetros en su haber. Casi tantos como de aquí a Sudáfrica, como del Pisuerga a Tokio, más que la ida y vuelta de la plaza de Zorrilla a Moscú. Diez mil ... kilómetros que son resultado de las diez veces que, «mochila, cuaderno de campo y grabadora en ristre», ha completado el Camino de Santiago.
«Siempre desde Somport (en Aragón)o Roncesvalles (en Navarra). Desde ahí a Compostela y luego a Finisterre en busca de historias, leyendas y misterios». Sus primeras huellas jacobeas son de octubre de 2004, cuando, semana a semana, contaba su peregrinación en el programa de radio 'Milenio 3', con Íker Jiménez, en la Cadena Ser.
De aquella primera experiencia para las ondas, de todas los que vinieron después, nace esta 'Guía mágica del Camino de Santiago', un libro, editado por Luciérnaga, que hurga en los orígenes de la ruta, explora su arquitectura sagrada, desentraña el misterio de sus símbolos (de la vieira a la calabaza, de las flechas amarilla al zurrón).
Y así, repasa, paso a paso, los principales hitos de un sendero que tiene su parte central (en torno a 400 kilómetros) en Castilla y León y que este año celebra su jacobeo (extendido por el Papa a 2022 ante las complicaciones de un 2021 pandémico). «No solo ofrezco la información básica para recorrer la ruta jacobea (ya sea de largo recorrido o por tramos), también cuento lo que no aparece en ninguna otra guía: las claves que se esconden en su vertebración, los secretos, las leyendas y misterios de cada etapa, de cada iglesia, ermita, monasterio, palacio o castillo. Son historias casi olvidadas, biografías ocultas, lugares y tradiciones que no debemos perder ni olvidar», dice Contreras Gil.
Recuerda el autor que Castilla y León es territorio de los que «durante mucho tiempo fueron dos de los pasos más peligrosos: los Montes de Oca y Foncebadón, el Monte Irago». El primero es uno de los retos que descubrirá el peregrino en pagos burgaleses. El caminante acaba de dejar atrás sus primeras etapas por estas tierras.
En Redecilla del Camino, el pueblo que estrena el trayecto por la comunidad, ha descubierto una pila bautismal, del siglo XII, factura mozárabe, con «mandalas jerosolimitanos talladas en piedra». En Belorado ha respirado los aromas de la judería del Corro y hallado tres grutas, que según la tradición fueron en el siglo IIIrefugio para SanCaprasio y su grupo de anacoretas. En Tosantos, en un farallón al norte del pueblo, ha disfrutado de la ermita rupestre de la Virgen de la Peña, horadada en la roca, con «reminiscencias a cultos de la madre tierra».
Y más adelante: los Montes de Oca, primer gran desafío por tierras castellanas, donde «los caminantes medievales se agrupaban para hacerse fuertes ante posibles peligros». Como los saqueadores. Antes de iniciar el ascenso, el peregrino habrá posado su mirada en la fuente de San Indalecio, «lugar señalado por la leyenda, que cuenta que el manantial nació cuando allí fue martirizado san Indalecio, discípulo del apóstol, considerado el primer obispo de Oca, cuyas piedras aparecen moteadas de rojo».
Una vez superados esos montes burgaleses –«en otro tiempo territorio de fieras y bandidos»–, el Camino regala una etapa mágica con la iglesia de San Juan de Ortega, «templo y tumba de uno de los grandes constructores del Camino de Santiago, escenario cada equinoccio de primavera y otoño del 'milagro de la luz', «cuando un rayo de sol entra por una ventana ojival e ilumina el capitel donde están talladas las escenas de la Natividad, la Visitación y la Anunciación de la Virgen». Más allá, Atapuerca y un hito que recuerda que «hace 800.000 años, el hombre ya vio amanecer desde este mismo lugar».
El libro no solo dedica largos capítulos a desentrañar los símbolos de las grandes catedrales del Camino (las de León y Burgos), sino que se detiene también en las pequeñas iglesias rurales. O en los monasterios que el viajero descubre en cada recodo. Como el de San Antón, erigido por Alfonso VII en 1146, «casa madre de la orden de los antonianos, donde los peregrinos se curaban, de forma 'milagrosa', del llamado 'fuego del infierno', provocado por el cornezuelo, el hongo de los cereales (que se encontraba en el pan). Estos monjes, unidos a los templarios, vestían con túnicas negras con la tau» y convirtieron el monasterio «en punto de referencia, epicentro de sanaciones y curaciones prodigiosas», cuenta Contreras, quien recuerda que a pocos kilómetros está la iglesia de San Juan, en Castrojeriz, encomienda de la Orden delTemple, «que muestra en su portada un singular pentáculo invertido y guarda en su interior una colección de tapices del siglo XVII dedicados a las artes liberales (gramática, retórica, dialéctica, aritmética, música...).
Así se deja atrás Burgos y se adentra el peregrino en Palencia, con «sus eternos y bellos horizontes». «Hay peregrinos, sobre todo extranjeros, que se saltan estas etapas, porque las consideran monótonas, pero se pierden grandes descubrimientos», dice Contreras. Por ejemplo, el rollo jurisdiccional de Boadilla del Camino, «o picota, enclave de ajusticiamientos de brujas, herejes y ladrones». O el agradable camino junto al Canal de Castilla que lleva a Frómista, donde una estela templaria rememora «una de las leyendas más populares de la ruta jacobea:un milagro protagonizado por una sagrada forma que se transformó en carne».
El virus, dice Contreras, no tiene que frenar el ritmo jacobeo. «Los protocolos de seguridad sanitarios y el trabajo de la red de albergues seguros –diseñados por la Asociación de Municipios delCamino y la Federación de Asociaciones del Camino de Santiago– son extraordinarios.Además, los peregrinos con los que he podido caminar los pasados meses de agosto, octubre y noviembre son un ejemplo de sentido común y reponsabilidad». Ante eso, propone una mayor promoción. «El Camino es un motor económico, siempre lo ha sido. Los albergues municipales, con las medidas de seguridad sanitarias, tienen que abrirse y han de ofrecerse ayudas a los albergues privados que ahora están cerrados, para que puedan abrir de nuevo, después de décadas ayudando y dando lo mejor a los peregrinos y al Camino. Si no se les ayuda, muchos están condenados a desaparecer», concluye.
Las tierras palentinas regalan tesoros como la colegiata de Villalcázar de Sirga, «donde se guarda y venera la Virgen Blanca, referenciada en las Cantigas del rey Alfonso X'el Sabio' y donde encontraremos la tumba del templario infante Felipe». O ese joyero que es Carrión de los Condes, con el Real Monasterio de San Zoilo, «que fue casa madre de la Orden del Cluny, la más poderosa e influyente durante la Edad Media, donde se guarda una singular y misteriosa reliquia, la tela de San Zoilo (mide más de dos metros y medio y ningún telar en ese tiempo era capaz de confeccionar textiles de ese tamaño)».
El Camino se estrena por tierras leonesas en Sahagún, por el paso de los Inmortales (el monumento al rey Alfonso VI y el obispo Bernardo), con la iglesia de San Tirso (y una misteriosa tumba gótica)y el santuario de la Peregrina. Llevan los pasos luego hacia León, Hospital de Órbigo (con los duelos del paso honroso), Astorga y Rabanal del Camino, en cuya iglesia de Santa María «se respira una atmósfera mágica bajo los sonidos del canto gregoriano».
Comienza entonces el ascenso a un «paisaje privilegiado», hacia «una de las mágicas subidas jacobeas» que lleva hasta Foncebadón y el Monte Irago. Ya uno de los grandes hitos:la Cruz de Ferro, «erigida sobre un santuario romano al dios Mercurio, deidad de caminos y caminantes, después lugar de culto para los segadores gallegos en su camino a tierras castellanas y hoy enclave mágico-sagrado para los modernos peregrinos, quienes dejan una piedra en mágico ritual». Tras atravesar una de las calles más bonitas de la ruta (El Acebo), de bajar a Molinaseca (en cuyo albergue de Santa María un peregrino llamado Ratzinger escribió una carta en la que aventura que llegaría a Papa) y de llegar a Ponferrada, el Camino halla etapa crucial en Villafranca del Bierzo, donde la iglesia de Santiago (siglo XII) dispone de una puerta del Perdón «que había que cruzar para obtener privilegios religiosos sin llegar a Santiago». El mágico ascenso a O Cebreiro marca el final del tramo castellano y leonés, rumbo a Galicia.
«Caminar 25 kilómetros al día, con la mochila a la espalda, con frío o calor, lluvia o sol, conlleva una lección que nadie más te puede enseñar, que solo se puede experimentar en primera persona. Realizar elCamino de largo recorrido es una experiencia vital que deja una huella imborrable.es mucho más que una actividad religiosa, deportiva o cultural», defiende Contreras. «En esta sociedad en la que vivimos inmersos en lo que no somos, haciendo lo que no somos, el Camino te da la oportunidad de reencontrarte contigo mismo y tu entorno. Te enseña a observar, a descubrir, sentir y vivir, a tomar conciencia de cosas en las que no reparabas. No se trata de ser religioso, sino humano».
La Guía Mágica del Camino de Santiago, de Francisco Contreras Gil, está pulbicada por la editorial Luciérnaga. 19 euros.
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