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Novela sobre novelas, lectora que reconoce la música de una narración y busca a la autora, el León de la posguerra, maestra represaliada. Ana Alonso, poeta y escritora de historias para público infantil y juvenil, ha publicado su primera novela para adultos, 'Los colores ... del tiempo' (Espasa), un «homenaje a la literatura popular de los años treinta» en esas coordenadas.
«La idea me rondaba desde hace tiempo, al conocer la existencia de la serie rosa anarquista 'La Novela Ideal'. Se me ocurrió una trama en torno a la aparición de una novela. Durante el confinamiento tenía a mi madre en León y yo vivo en Ciudad Real. Para romper el aislamiento a través del teléfono le preparaba entrevistas con preguntas sobre su infancia. Eran conversaciones de dos horas y surgieron tantos detalles y anécdotas que empecé a engarzar la trama. Ella tiene una vinculación doble con Adela, la protagonista, porque vivió la posguerra siendo niña, nació en 1933, y luego fue maestra en un pueblo leonés de la zona de Perdesivil». En dicha provincia transcurrió la infancia y juventud de esta bióloga que hizo de la literatura su profesión.
«Adela está inspirada en una mujer real, en una maestra de mi madre llamada Doña Filo. Su marido había sido inspector con la República y fue fusilado en la Guerra. Ella daba clase y tenía que cantar todos los días el 'Cara al sol'. Había otras formas de castigarlas como enviarlas a pueblos perdidos. Hubo casos de todo, gente con implicación política directa y otras muy tangencial, condenadas por leer determinados textos en clase o hablar de algún poeta», explica Alonso.
Historia de mujeres, de amistad y de descubrimiento del poder de las palabras, Alonso describe la penetración social y política de las series rosas. «A veces se nos olvida que las generaciones de nuestras abuelas y madres leían mucho, tuvieran la formación que tuviesen. La lectura formaba parte del día a día. Buscaban otra utopía, la de los mundos ideales. Eso lo vieron rápidamente los partidos políticos en la II República y todos se lanzaron a publicar colecciones; los socialistas, los anarquistas, los comunistas, era una manera muy emocional de llevar los mensajes a la gente».
Injusticia y ñoñería
Entre la oferta literaria, destacó por su persistencia en el tiempo y su gran tirada las de 'La Ideal', «porque Federica Montseny y su familia estaban detrás con un gran equipo de escritores». Aquellas historias se convirtieron en «un instrumento educativo, propagandístico. Las historias tenían un trasfondo común de denuncia de la injusticia social, del abuso de un terrateniente o un empresario hacia chicas sin recursos. Ese era el contexto en el que situaban la historia romántica y tenía su parte de ñoñería».
Romanticismo que era el contrapunto de la realidad de la posguerra. Entre tantas mujeres protagonistas, hay un sacerdote. «Es otro personaje con trasfondo biográfico. Mi padre fue cura, como tantos otros terminó en el sacerdocio porque eran niños pobres de pueblo que querían estudiar y la única manera era ir al seminario. Elegían los padres por ellos. Él era de un pueblo de Tierra de Campos en Zamora y lo enviaron con nueve años al seminario a León, de donde no volvía ni en vacaciones y donde padeció hambre y abusos», cuenta la autora.
«Dentro de ese colectivo había de todo, gente con más vocación, con menos, algunos intentaban hacer lo correcto y había quien se aprovechaba. En la novela quería alejarme de la realidad más conocida y retratar otro cura de posguerra que no estaba allí por elección propia pero intentaba encontrara un espacio de autenticidad».
Premio Barco de Vapor y Premio Anaya, su primera novela fuera de la literatura juvenil está relacionada también con ese público. «Todo el libro es un homenaje a la literatura infantil. Lucía, la hija de Adela, es el personaje clave porque enfrenta a su madre con sus contradicciones. Es una niña criada en la posguerra sin ser consciente del ambiente político en el que vive inmersa porque solo ve lo que le enseña el régimen, el lado bonito, los coros y danzas, los uniformes. Para Adela es duro ver a su hija adoctrinada, pero eso les pasó a todos los niños. Vivían sin conocer lo que ocurrió antes. Adela está lejos de ser la madre perfecta, a veces la puede el egoísmo, pero por otra parte tiene claro que lo más importante es dejar espacio a su hija para que no sea su reflejo, para que pueda tener su vida». En cuanto a la técnica, «me resulta natural adaptarme al lenguaje según la edad a la que me dirijo. En esta escritura me he sentido más libre para reflejar lo que quería contar sin las cortapisas del receptor». Quien empezó en la poesía, Premio Hiperión 2005, la siente siempre presente. «Hay esa búsqueda de lo sensorial, de lo evocador, y los temas tampoco difieren mucho. Tengo muchas historias en torno a la libertad y aquí también es fundamental, el choque entre la libertad y el contexto en el que vives».
No falta una historia de amor, desvelada al final. «Cuando se viven sucesos traumáticos como los de la guerra, los protagonistas parecen inmersos en una distopía. Venían de un mundo con más libertades y de repente se los recortan. No solo no se victimizan sino que se cuestionan a sí mismos, a todo lo vivido por la duda de si fue real. Adela lucha consigo misma sobre si dejarse arrastrar y que pase lo que deba pasar o tomar las riendas de su vida porque pese a las circunstancias adversas, sigue siendo su país y aspira a ser ella en él». La ha divertido escribir para adultos y ya está en la siguiente. «Rompí un tabú, una barrera que me había puesto. Intentaré compaginar la escritura para ambos públicos».
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