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JOSÉ-VIDAL PELAZ LÓPEZ
Sábado, 20 de febrero 2021, 10:09
Juan Antonio Ortega y Díaz-Ambrona encarna a la que él llama «generación del 78», integrada por los «hijos de los combatientes en la guerra civil, que quisimos superar el estéril enfrentamiento y transitar a una democracia pluralista al estilo occidental mediante la reconciliación, el ... diálogo y el consenso». Su libro 'Las transiciones de UCD. Triunfo y desbandada del centrismo (1978-1983)', recientemente publicado por Galaxia Gutenberg, continúa y amplía una primera entrega de sus memorias publicada en 2015, y se centra ahora en la historia de UCD, su auge y caída. Ortega defiende con pasión, no exenta de autocrítica, la obra de aquellos jóvenes políticos liderados por Adolfo Suárez, entregados a la apasionante tarea de «sembrar la democracia» en España. A pesar de que UCD no logró nunca ser un partido cohesionado, sin duda fue el instrumento imprescindible que hizo posible aquel cambio histórico. Fue, «una joint venture para la Transición» que llegó a su final cuando «algunos se 'descentraron' para engrosar como tránsfugas las filas de los competidores más a la derecha o a la izquierda». La puntilla la puso el propio Suárez, «que terminó transfugándose de sí mismo al salir de UCD». Todo ello narrado «sin pelos en la lengua, pero con pelos y señales, con documentos auténticos a la vista y sin faltar el respeto a nadie». No en vano el libro arranca con una cita de Polibio: «Si no sabéis aplaudir a los enemigos y censurar a los amigos, cuando lo merezcan, no escribáis».
Resulta indudable el protagonismo de Ortega al menos en tres campos fundamentales. De la mano de Landelino Lavilla desempeñó un papel muy importante en la «transición legislativa» que consistía en desmontar el entramado legal del franquismo desde dentro (como dijo Suárez cambiando las cañerías, pero sin cortar el agua de los grifos) creando «una institucionalidad democrática nueva, consensuada, con una mayoría amplia». En segundo término, como ministro de Educación luchó sin éxito (fue la causa de su dimisión) por cerrar un pacto de Estado inaugurando el Penelopismo que hoy seguimos padeciendo, «un penoso vaivén del tejer y destejer de las leyes educativas». Finalmente, como secretario general de UCD en su última etapa fue testigo de excepción de la desbandada del centrismo.
En un tono distendido, ameno, con una pluma ágil y en ocasiones afilada, Ortega reivindica la obra del 78, en cuanto que ofreció soluciones a algunos de los problemas históricos de España: «La Constitución dio respuesta equilibrada al conflicto religioso y a las formas de gobierno y de Estado. El fracaso del 23F dio golletazo a la cuestión militar. El mayor éxito estuvo en situar a España en el europeísmo, lejos de veleidades tercermundistas o populistas». Ortega reconoce que «lo menos logrado fue la construcción de las autonomías que no han evitado las pretensiones de independentismos delirantes». Explica cómo «a partir de un cierto grado las identidades, cerradas y excluyentes; monolíticas, monopolísticas y monomaniacas se convierten en un peligro público que lleva a enfrentamientos violencias y guerras por pretender situarse por encima de la voluntad general, que es la ley».
Por sus páginas pasan los dos presidentes bajo los cuales sirvió, el 'mágico' Suárez y el 'lógico' Calvo-Sotelo. También tiene palabras de reconocimiento para sus socios/adversarios: «Carrillo fue el precursor de la idea esencial de reconciliación. Felipe fue un líder de excepcional realismo que sacó al PSOE del marxismo confesional y le llevó a la tierra prometida del poder». No olvida tampoco a los enemigos que intentaron que el proceso descarrilara provocando momentos trágicos y difíciles, y es que «terrorismo y golpismo se daban fuerza de modo recíproco».
Las memorias de Juan Antonio Ortega deberían ser lectura obligada para todos aquellos que se empeñan en demoler el régimen del 78, sin haber sido capaces de entender (probablemente porque nunca se tomaron tampoco la molestia de estudiar) el valor del legado de aquella generación de españoles que, como dice el propio autor, está haciendo mutis con telón rápido. Es razonable, y ley de vida histórica, que las «nuevas generaciones aspiren a introducir su impronta en las reglas de convivencia surgidas en 1978». Pero otra cosa, concluye, es dejarse llevar por la ley del péndulo o la ley del embudo, ambas funestas y más contagiosas y mortíferas que el coronavirus de hoy. ¡El conocimiento de la historia debía servir de vacuna!
'Las transiciones de UCD'. Autor: Juan Antonio Ortega y Díaz-Ambrona. Editorial: Galaxia Gutenberg
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