Estatua de Felipe II en Valladolid. H. Sastre

Enrique Martínez, autor de 'Felipe II. Hombre, Rey y mito': «La historia de España nos la han escrito desde fuera»

Ha escrito la más ambiciosa biografía sobre el emperador vallisoletano, que aspira a mostrar una imagen distinta de él

Domingo, 11 de octubre 2020, 08:22

Enrique Martínez Ruiz aborda en 'Felipe II. Hombre, rey, mito' una relectura del más célebre y denostado de los monarcas españoles con el ánimo de devolverle su complejidad y su faceta más humana y personal. Discípulo del madrileño-salmantino Manuel Fernández Álvarez, y partidario de ... explicar la historia sin pretensión de juzgarla desde el presente, admite que será difícil corregir las distorsiones que la leyenda negra ha causado en la percepción que los españoles tienen de su propia historia.

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-Su libro sobre el vallisoletano Felipe II quiere ofrecer una imagen menos monocorde de este controvertido personaje histórico, del que llega a decir que es una figura «abismal». ¿Cómo debemos interpretar este adjetivo tan sorprendente?

-La imagen de Felipe II que se ha difundido es una y monolítica: ese rey vestido de negro, serio, adusto, martillo de herejes y muy frío y distante. Pero hay más Felipes II; no siempre reacciona del mismo modo. Con ese calificativo de 'abismal' yo quería subrayar que, en algunos casos, ante situaciones similares, pero separadas en el tiempo, da soluciones tan diferentes que hay un abismo entre un monarca y el otro, siendo la misma persona.

-Puede poner algún ejemplo, para que se entienda mejor.

-Con su hijo el príncipe Carlos tiene una relación muy seca y distante que tiene su origen en el desequilibrio del primogénito, y en la conducta personal y política descabellada que manifiesta. Con el príncipe tiene muy pocos momentos en los que se ablande y parezca ejercer como padre, y no le tiembla el pulso al encarcelarle por traición. Si eso lo comparamos con la relación que tiene con sus hijas, particularmente con Isabel Clara Eugenia, cuando está en El Escorial, en sus años finales, hay un abismo. Allí vemos un Felipe II verdaderamente tierno y cariñoso.

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«La historiografía considera la leyenda negra un disparate, pero pervive en el imaginario popular»

«Será difícil cambiar las percepciones erróneas que tenemos de nuestra propia historia»

- ¿Y en el terreno político, en sus actuaciones como monarca?

- Uno de sus rasgos más marcados es su tremendo sentido religioso, que le lleva a decir que prefiere perder todos sus reinos antes que gobernar entre herejes. Esta visión se manifiesta, en lo concreto, en su afán y empeño por administrar una recta justicia en todo el imperio. Esto lo cumplió en general, pero hay casos sorprendentes, como el de la ejecución del barón de Montigny, sin ningún juicio previo y sin que se entiendan bien los motivos, en los que ese sentido de la justicia no se ve.

-Hay también muchos mitos respecto de la relación con su hermanastro don Juan de Austria, también ligado a Valladolid pues pasó buena parte de su infancia en Villagarcía de Campos.

-Uno de los reproches que se le hacen a Felipe II es que no trató nunca a su hermanastro con consideración ni afecto, y eso es completamente falso. El que no trató a don Juan de Austria como debiera haberlo hecho fue su padre, el emperador Carlos V. Él tenía la capacidad para haberle legitimado y dado todos los honores que hubiera querido y no lo hizo, sino que encomendó la tarea a su heredero Felipe II, al que pide que lo trate con consideración. Y Felipe II cuando se encuentra con él por primera vez lo recibe con un abrazo y lo tiene siempre en muy buen puesto en la Corte. Es cierto que no le concedió nunca el tratamiento de alteza, pero por lo demás lo coloca en unas posiciones de un prestigio enorme, tanto frente a los moriscos, como en la Santa Liga, o en Nápoles, un destino dorado.

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-Su libro ofrece una perspectiva distinta sobre el rey. ¿Qué cree que puede sorprender más de esa dimensión más personal?

-Lo menos conocido de esta faceta, que suele ignorarse por completo, es que Felipe II, en su juventud y hasta poco antes de asumir las tareas del Gobierno, era un príncipe del Renacimiento en toda la extensión de la palabra. Le gustaban el baile -en la Corte inglesa llamó la atención por ser muy buen bailarín- y la música. En más de una ocasión su madre le llevó con su hermana a Tordesillas para que bailaran ante la Reina Juana, su abuela. Sentía verdadera pasión por los jardines, especialmente tras descubrirlos en su viaje por Europa. Y tenía una gran pasión por el arte, que es una faceta importante de su personalidad.

-Apenas se ha valorado, por ejemplo, su decisión de elegir a una mujer, Sofonisba Anguissola, como pintora de la Corte, lo que no debía ser demasiado habitual en la época.

-No era nada habitual. Sofonisba pertenecía a una familia de pintores y era una artista excepcional. El retrato que hace de Felipe II, con el rosario en la mano, es de una calidad sorprendente. Ella pintó también a las hijas del rey y a otros personajes de la Corte. Estaba perfectamente integrada en el entorno palatino. En honores, pocos pintores de la Corte podrían equipararse a Sofonisba. También en eso el trato que recibió fue una excepción.

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«Los españoles hemos aceptado la leyenda negra sin espíritu crítico»

-La valoración del reinado de Felipe II es controvertida. Es el centro de la 'leyenda negra', que no sólo lo descalifica a él sino al conjunto del imperio español de la época. Usted ¿lo salva o lo condena?

-Yo lo salvo. A la hora de enjuiciar a los personajes históricos solemos poner mucho de nuestras propias creencias y no valoramos suficientemente los hechos en su contexto. Si cogemos la figura de Felipe II como rey, tenemos que admitir que logró los objetivos políticos que su padre le encomendó: mantiene sus dominios y los amplía hasta construir el mayor imperio conocido hasta entonces, combate al hereje y pone coto a la expansión del protestantismo. Añadamos que en su reinado no hay propiamente guerras de conquista, y, además, es el último de nuestros grandes reyes con capacidad para tener en su cabeza toda la globalidad del imperio, que conocía, asumía y controlaba. En ese sentido, me parece un gobernante excepcional en la época en la que nos estamos moviendo.

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- ¿Y cuáles serían los aspectos más negativos de su gestión?

-Este tipo de valoraciones resultan complejas porque nosotros valoramos desde el 'a posteriori', una vez que ya sabemos lo que pasó después. Veamos, por ejemplo, el caso de los Países Bajos, que suele considerarse uno de los mayores errores de la política de Felipe II porque la lucha contra la sublevación protestante se convirtió en una especie de pozo sin fondo de recursos y de hombres. Cuando Felipe II decide mantener los Países Bajos bajo la corona española, está decidiendo como rey católico y contra unos súbditos rebeldes, por tanto, era la opción que una potencia hegemónica debía adoptar. Pero, debido a lo costoso de este empeño, que está en el origen de las bancarrotas de los años 1575 y 1596 puede considerarse como un grave error.

-Lo más sorprendente de la leyenda negra es que incluso a los españoles nos cuesta mirar a una figura como Felipe II con ojos limpios. Hemos asumido los prejuicios ajenos.

-La leyenda negra, como muchas otras afirmaciones que los extranjeros han hecho sobre nuestra historia, los españoles nos la hemos creído y la hemos aceptado sin espíritu crítico. En los ambientes historiográficos hoy la leyenda negra se considera un disparate sin fundamento real, pero las imágenes que crea son tan potentes y se han instalado durante tanto tiempo en el imaginario popular, que erradicarlas va a ser muy difícil. Y no sé cuál sería el camino para lograrlo. El trabajo intelectual requiere tiempo para asentarse.

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-Pero ¿hay alguna base para esa visión negativa de Felipe II?

-Tenemos que admitir que la figura de Felipe II en la Europa de su tiempo no era querida o admirada y de ahí nacen muchos juicios negativos sobre su gestión. Los embajadores venecianos, por ejemplo (Venecia era la pieza italiana que se mantenía al margen de España y aliada con Francia) hablan en unos términos muy negativos del rey español, al que responsabilizan de la ruina de Castilla, citando una frase que ellos aseguraban que estaba muy extendida en tierras castellanas: «Si el rey no acaba, el reino acaba». Era una frase que venía a decir que la única solución para Castilla era la muerte del rey y el inicio de otra nueva etapa.

- ¿Algo falló entonces en la diplomacia del rey?

- No necesariamente. Esta oposición es la que suscita siempre una potencia hegemónica. Combatir la hegemonía es una constante en la historia mundial y en aquellos momentos la potencia hegemónica era la monarquía hispánica.

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-El éxito de la leyenda negra parecería apuntar a que no hemos sido capaces de contar bien nuestra propia historia.

-La historia de estas épocas, especialmente de la España imperial de los siglos XVI y XVII, nos la han escrito desde fuera. Esta es la verdad. Y hay que reconocer que es un caso un tanto extraño. Nos encontramos con unas obras históricas extraordinarias y escritas en un momento crítico, como la de Fernando Braudel ('El Mediterráneo en tiempos de Felipe II') que es un alarde de ponderación. Pero luego hay otras que no son tan ecuánimes; otras son terribles, sobre todo cuando analizan la sublevación de los Países Bajos, y no ha habido manera de contrarrestar la influencia que han tenido. No hemos abordado el estudio de nuestra historia con la profundidad con la que en ocasiones nos llegaba desde fuera. En este sentido don Manuel Fernández Álvarez fue una excepción. Hizo un magnífico volumen del emperador Carlos V, pero que no tuvo la difusión que merecía para abrir un camino que hubiéramos podido seguir todos.

- ¿Por qué no hemos sido capaces de escribir nuestra historia?

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-No tengo respuesta. No sé el motivo. No sé si es porque en el siglo XIX nos quedamos muy aislados del conjunto de Europa, teníamos muchos problemas internos, nos llevamos muchos golpes, como la pérdida del imperio continental en los años treinta del siglo XIX y luego el desmoronamiento final con la pérdida de Cuba y Filipinas en 1898. Todo esto quizás pueda explicar por qué no hemos atendido a nuestra historia con la atención que se merece. Y además creo que todos esos reveses generaron un sentimiento derrotista, de abandono, que es posible que haya influido en que la historiografía española no progresara de la manera adecuada. Tuvimos una figura que podía haber cambiado todo esto, Jaume Vicens Vives, pero desgraciadamente murió joven y no pudo completar su labor. De modo que hasta que no se supera la influencia del materialismo histórico, allá por los años setenta, no empieza realmente la renovación de la historia española, desde mi punto de vista.

- ¿Tiene arreglo el impacto perdurable de la leyenda negra?

- Reajustar la imagen de España en el imaginario cultural requiere de una labor que tiene que iniciarse en la escuela primaria, no con adoctrinamiento, pero sí con una enseñanza de la historia en la que se ponga de relieve lo que verdaderamente hizo España, y en la que se explique, a medida que avancen los estudios, lo que ha ido siendo desnaturalizado por una propaganda adversa. Es el único modo de ir cambiando el chip respecto de la percepción de nuestro pasado.

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-Pero hacer esa tarea en un momento histórico como éste, con tanta división social y territorial no parece tarea fácil.

-Ahora hay una fuerza centrípeta tremenda en la política del país y he de reconocer que soy escéptico. Que se hayan transmitido las competencias educativas a las autonomías sin una línea vertebral que pueda orientar una tendencia general en la enseñanza del país, me hace pensar que va a ser muy difícil. He visto los libros de texto de enseñanza media y son bastante decepcionantes.

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