![Los herederos de Homero se asoman al Egeo](https://s3.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202003/25/media/cortadas/plaka-kcRC-U100672209025Yu-624x385@El%20Norte.jpg)
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Hay un funicular obligado para el visitante de Atenas, el que sube al monte Licabetos.Desde ese mirador, la vista es casi cruel. Ni rastro de la magnificencia de su cariátides ni de sus soberbias columnas dóricas, ni curvas praxitelinas ni proporciones ... áureas en la ciudad contemporánea. Un inmenso manto blanco de edificaciones en caótico orden dan fe del azaroso último siglo de Grecia. Allá a la lejos, la Acrópolis, al fondo el Pireo. Petros Márkaris surca con su comisario Kostas Jaritos esas calles que, como él, tienen algo de turcas. Su compatriota Theodor Kallifatides, desde 1964 instalado en Suecia, volvió a su tierra, al Peloponeso, para mirar, desde la Grecia ocupada por los alemanes durante la II Guerra Mundial, al otro lado del Egeo, a Troya. Ambos son herederos del poeta ciego, de Homero, aquel que mejor cantó la guerra que no vio, y a él vuelven.
Márkaris nació en Estambul, hijo de padre armenio. Fue al colegio en Grecia pero su vida universitaria transcurrió en Alemania, de ahí que siempre apele a su cultura alemana, siendo traductor de escritores como Brecht y Bernhard. El relato 'La muerte de Ulises' (Tusquets), otro griego de Estambul vendedor de almohadas, guarda ese espíritu mestizo de los aqueos del siglo XX obligados a una diáspora alterna por el devenir político y económico de su patria. El comerciante decide, tras su jubilación, cumplir su sueño, retirarse a la residencia de griegos de la antigua Constantinopla, su particular Ítaca. En medio de su aventura, una reflexión, «los griegos arrastramos la maldición de todas las minorías étnicas y no somos felices en ningún sitio».
Volver a la lengua materna
Theodor Kallifatides encontró la felicidad en Suecia, a donde emigró en los sesenta, antes de la Dictadura de los Coroneles, cuando se estaban enconando las posturas políticas animadas por la Guerra Fría. Escritor recientemente descubierto al público hispanohablante por Galaxia Gutenberg, fue traducido su testamento literario, 'Otra vida por vivir' (2019), un ensayo tras su última visita a Grecia, y ahora hace lo propio con la novela 'El asedio de Troya'.
El sitio arqueológico de la mítica ciudad en la costa turca del Egeo, descubierto por Schliemann en 1870, es un poco decepcionante. Capas y capas de historia excavada, de distintas ocupaciones, pero ni un triste eco de la belleza de Helena o el furor guerrero de Aquiles. Quizá por eso Kallifatides se entregó, en el último tramo de su escritura, a este viejo sueño acariciado desde joven, contar la historia, invocar a Homero con su lenguaje.
Quien pasó cincuenta años escribiendo en sueco y ha vuelto a la lengua materna antes de ayer, saldó con esta novela el regreso emocional a un pueblo del Peloponeso, al tiempo de su infancia. La ocupación alemana en los primeros años de la década de los 40 era la evidencia de que estaban en guerra aunque los días se sucedieran en paz y los niños pudieran ir a la escuela. La señorita Marina comenzó a contarles la 'Ilíada' durante los ataques aéreos que les obligaban a refugiarse en una cueva. Y la épica de Homero se tornó en aventura narrada y, a la vez, vivida por los chavales como espejo de su realidad. La misma crueldad de aqueos y troyanos, la idéntica pasión por defender el honor por encima de la vida, similar aceptación de un sino marcado por dioses bien distintos, lo escuchan y lo constatan. «¿Es la necesidad de amar más fuerte que la de odiar?», pregunta un niño a su maestra. La convivencia en el mundo rural, la modestia de un pueblo pegado a la tierra y a expensas de los ocupadores, forma parte de la biografía de ese autor que «quería ser maestro, leer muchos libros, tal vez escribir uno».
Cerca del yacimiento de Troya, hay un caballo de madera gigante para hacerse fotos. Allí se concentran los visitantes, atraídos por la ilusión.
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