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Primero escribió de 'Chicas e instituciones', de universitarias como ella que manifestaban su oposición a Putin desde sus trabajos en el sector cultural. Luego, detenida, ... encarcelada sin juicio, declarada 'agente extranjera', ha publicado 'Deseo cenizas para mi casa' (Errata naturae). Daria Serenko (Jabárovsk, 23 de enero de 1993) participa en el Foro de la Cultura el próximo viernes, pero no tiene intención de hablar del miedo. «Vivo con esperanza y con rabia, pero no con miedo. Hace mucho que me cansé de tener miedo, no tengo fuerzas para eso», afirma.
–Alude a la literatura como refugio. ¿Le ayudó en la cárcel?
–La escritura es mi refugio, un mundo en el que puedo controlar al menos algo, incluso siendo hija de una dictadura. La literatura me sigue ayudando. Cuando las personas se sienten solas, hablan en voz alta consigo mismas para calmarse con el sonido de su propia voz y cerciorarse de que aún existen. Para mí, la autoficción tiene mucho de eso. Me devuelve a la idea de que existo como sujeto y que mi voz puede tener alguna influencia, aunque sea sobre mí misma.
–El libro acoge muchos materiales distintos. ¿La fragmentación es parte de su estilo?
–Me gustaría tener otro estilo: monumental, redondo, con una gran línea narrativa lógica, ese que comúnmente se considera 'masculino'. Pero, por alguna razón, todavía no sé hacerlo de ese modo. Sé ofrecer una óptica que arroja luz a una faceta determinada de la realidad, aislar episodios, armar fragmentos. Tal vez eso también me ayuda a sentir que no estoy sola, que soy todo un coro de voces. Asimismo, me ayuda a sentirme parte de la gran historia de la literatura femenina, que cuenta con muchos nombres olvidados, tradiciones interrumpidas y de la que heredo varios fragmentos de distintas tradiciones al mismo tiempo.
–¿Es la guerra consustancial a la elite gobernante rusa?
–El apoyo a la guerra y la participación en la misma, ya sea de forma ideológica o en sentido literal, se ha convertido ahora en uno de los principales signos de lealtad al régimen. No solo se castiga a quienes se pronuncian en contra de la guerra, sino a aquellos que mantienen la neutralidad. Así que, sí: en estos momentos la guerra es también un ascensor social hacia la cúspide de la sociedad rusa.
–Su vida ha transcurrido bajo el mandato de Putin. ¿Su generación lo considera un dictador?
–No podemos hablar de una única generación homogénea, eso no existe. Rusia es muy grande, la juventud rusa crece y se socializa en condiciones muy diversas. Yo crecí en Moscú, en el corazón de las protestas, y en el corazón de la represión. En Siberia o en el Extremo Oriente ruso, la gente podría tener una comprensión diferente de lo que es Rusia. Entre el estrato de jóvenes al que pertenezco (los que hemos crecido en una gran ciudad, con estudios universitarios, que formamos parte de la clase creativa), existe la sensación de que la dictadura nos ha expulsado. Alcanzamos a vivir cierta libertad de la generación anterior, me refiero a la generación de Alekséi Navalni, pero hemos sido testigos de cómo todo eso llegaba a su fin.
–La guerra y el poder se contraponen en sus poemas al amor y la muerte sinsentido. ¿El soldado y la prometida, el suicida y la violada, en todos los conflictos?
–La naturaleza de todas las guerras es la misma, es la máxima expresión del patriarcado. La guerra es un mercado. Y cada guerra tiene sus beneficiarios, que no son la gente común, sino aquellos que ostentan el poder. Cada guerra deshumaniza y conlleva un giro conservador y un golpe a los derechos de los más vulnerables. En cada guerra, las mujeres son violadas. A cada guerra se le otorga un sentido sagrado. Y, en cada guerra, los agresores dicen que estaban a punto de ser atacados y que las víctimas son ellos.
–¿Encabezar sus reclamaciones con el feminismo le ha granjeado rechazo de otros activistas?
–Parece que los otros activistas ya han entendido la relación que existe entre la violencia de género y la violencia militarista. Hemos invertido mucho esfuerzo en explicar esta relación. Un Estado que pisotea los derechos de las mujeres y de los grupos más vulnerables es propenso a desatar guerras violentas y llevar a cabo una política exterior agresiva. Antes, hablar de feminismo, incluso en la oposición rusa, podía provocar burlas. Ahora no les queda otra que contar con nosotras.
–¿Como le afecta el hecho de vivir refugiada?
–Aún no se me ha concedido el estatus de refugiada; por ahora simplemente vivo sin documentación, a la espera de cualquier forma de legalización. Es complicado, doloroso y me hace vulnerable. Nunca antes había sido migrante. Lo estoy aprendiendo todo de nuevo: aprendo a hablar un idioma extranjero, a no enfermarme porque no puedo costearme la atención médica, a vivir sin pasaporte. Rusia me abre causas penales, emite órdenes de búsqueda y captura. El hecho de que ahora no tenga ningún pasaporte es mérito de mi país. Rusia me despojó de mi pasaporte debido a una causa penal. En Rusia, mis seres queridos son acosados. Se destinan enormes recursos propagandísticos para emitir documentales sobre mí en televisión, me llaman «traidora a la patria».
–Parece que la mirada del resto de Europa sobre su país se haya quedado en la apertura de los archivos comunistas ¿La censura es el triunfo del poder?
–Es importante que la Europa contemporánea, y el resto del mundo, no solo escuche a Putin, sino también nos escuche a nosotros: los testigos vivos, los rusos antimilitaristas y antiautoritarios. Me sigue sorprendiendo que muchos todavía conciban nuestro mundo como bipolar; que en su visión del mundo exista, por ejemplo, un Estados Unidos imperialista y una Rusia antiimperialista y buena. Ese es el relato que la propaganda rusa difunde en el exterior, y que muchos izquierdistas europeos apoyan, lo cual, siendo yo misma de izquierdas, me vuelve loca. No consideran la invasión de Rusia a Ucrania como una agresión imperialista y abogan por no armar a Ucrania (porque significa «apoyar a la OTAN»). Me encantaría que los testimonios sobre Rusia se actualizaran, que pudiéramos dar salida a las voces rusas dentro de la dictadura. Europa necesita aliados rusos democráticos. La censura en el espacio informativo ruso es total. Todos los medios independientes han sido expulsados. Las redes sociales, bloqueadas. La gente no puede acceder a un contenido antimilitarista sin una red VPN. Todo esto crea una atmósfera de miedo y expulsa la creatividad y la vida de los espacios públicos.
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