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«Castilla, después de la guerra de las comunidades, perdió», dice Alfonso Domingo (Turégano, Segovia, 1955). «Las ciudades fueron machacadas. La represión fue inmisericorde. No hubo tantos muertos, pero Castilla –como dice el poema de Luis López Álvarez y canta el Nuevo Mester– desde entonces ... no ha vuelto a levantar cabeza. Celebramos una derrota, la de Villalar, pero ahí estaba el país que pudimos ser». Domingo hilvana los hechos históricos con las herramientas de la ficción en 'Comuneros' (editorial Algaida), un libro que cuenta «un episodio clave de nuestra historia» con María Pacheco (1496-1531) como hilo conductor.
–¿Por qué ella?
–Fue la última resistente, quien mantuvo la llama comunera, en Toledo, hasta nueve meses después de la derrota. Tenía una salud muy delicada, pero una gran fortaleza de ánimo. Desde el punto de vista literario, ya no digo histórico, me producía admiración que una grande de España, de una de las familias más importantes de la época, al final se aliara con el común para defender lo que era ya una causa perdida: la guerra de las comunidades.
–En la novela la presenta ya en su exilio portugués, en Oporto.
–Fue la única enemiga que Carlos V no pudo derrotar en vida y a quien tampoco perdonó. La novela es también un intento de hacer justicia poética. Ella siempre quiso volver a Castilla para ser enterrada con los restos de su esposo, Juan de Padilla, muerto en Villalar. En el libro, en la ficción, se cubre ese viaje que ella no pudo hacer en vida porque, aunque sea muy difícil encontrar ahora los huesos de María Pacheco, se supone que siguen en la catedral de Oporto. Y además, era una mujer avanzada para su época. Sabía de astronomía, astrología, latín, historia, poesía, literatura, ajedrez. Tuvo un compromiso político enorme para vengar la muerte de su esposo y porque creía en las comunidades. Intentó hasta el último momento llegar a un acuerdo para que la represión no fuera tan fuerte como luego fue, aunque sabía que era una causa perdida.
–¿Desde cuando?
–Desde la derrota Villalar. Los comuneros pudieron ganar en un momento determinado, cuando tenían arrinconados a sus enemigos en Medina de Rioseco. El historiador Joseph Pérez me contaba: 'El bando que tenía ventaja en la guerra, nunca la aprovechaba'. Y esto fue así hasta Villalar, cuando las fuerzas del Condestable, del Almirante de Castilla y la nobleza que había apostado por Carlos V se une y, en el bando comunero, se vive la traición (Pedro Laso se pasa al bando imperial), con gente que huye de la batalla con su botín. Esa derrota es clave. Y después, la única que levanta todavía esa bandera comunera es María Pacheco, resistiendo lo que puede hasta que ya es prácticamente imposible.
–En los agradecimientos del libro tiene un recuerdo para Joseph Pérez, historiador de origen francés fundamental en el estudio de esta época.
–Es una figura que –en esa corriente que viene de Maravall, Gutiérrez Nieto o incluso Azaña– valora el movimiento de las comunidades como el primer hecho revolucionario democrático de la historia de Europa y quizá del mundo.
–No todos defienden eso.
–Frente a otros historiadores que siguen la línea oficial de que lo moderno era el imperio, Joseph Pérez dice que de ahí saldría un régimen parlamentario, democrático, aunque fuera de una monarquía liberal. Él mantiene y demuestra esa tesis en sus libros. Me prestó alguno, tuvimos conversaciones, hablamos mucho sobre este tema. Yo quería hacer una novela, pero con una rigurosa base documental. Y con detalles que no se habían incluido en los trabajos históricos.
–¿Por ejemplo?
–Cómo era la bandera que llevaba Padilla y que María Pacheco le bordó en Toledo. Qué libros formaban parte de su biblioteca. Cómo el cardenal Adriano –que tuvo una entrevista con los comuneros en Valladolid– era un gran bebedor de cerveza que odiaba a los poetas y literatos. Son datos reales, comprobados, a los que los historiadores no suelen prestar tanta atención pero que otorgan valor a la novela.
–A diferencia de otras novelas históricas, no incrusta a personajes de ficción, sino que articula su libro casi de forma exclusiva en personajes y hechos reales y comprobables.
–Hay algún personaje secundario de ficción, pero son mínimos. Utilizo a personas reales y recreo escenas o diálogos a partir de fuentes históricas que explican lo que pasó. La mayoría de los detalles que aporto son rigurosamente ciertos. Y ahí están personajes como el criado de María Pacheco, al que convierto en cronista de la historia (que lo pudo ser perfectamente). O Diego de Figueroa, el capitán de caballería de la casa de Padilla. O Gabriel Mena, quien había sido músico de los Reyes Católicos y luego lo fue del Almirante de Castilla.
–¿Aquel momento histórico tiene poder narrativo?
–Enorme, porque se enfrentan dos concepciones del mundo completamente diferentes. Por un lado está el imperio. Por otra, esa visión del mundo que nace con una revuelta primero (una rebelión) y que se acaba convirtiendo en revolución. Esto no lo he desarrollado mucho en el libro, pero hay que poner énfasis en ello.
–¿En qué?
–Las leyes perpetuas que, en 1520, desarrolla la santa Junta primero en Ávila y luego en Tordesillas son el primer precedente constitucional del mundo, citado por los padres de la patria norteamericana cuando están haciendo su Constitución. Es algo que en Castilla ni se conoce ni lo tenemos a gala, ni como blasón, cuando es un avance absolutamente fundamental.El movimiento de las comunidades a lo mejor empezó como una revuelta antifiscal, pero acabó como un movimiento revolucionario antiseñorial que intentaba acabar con una serie de privilegios tanto de la nobleza como de la monarquía. Había dos concepciones diferentes que desde el punto de vista literario ofrecían muchas posibilidades. Dentro del campo comunero, la guerra se pierde por las divisiones internas, que es un poco lo que pasa siempre con los movimientos progresistas en España, mientras que en el lado imperial, se acaban uniendo, limando diferencias y aplastando a sus oponentes.
–¿Simpatiza con los comuneros?
–Reivindico todo ese movimiento, pero intento comprender también las razones de esos nobles que jugaron un papel importante hasta el reinado de los Reyes Católicos y que luego tuvieron una merma en todo. Intentaban recuperar su papel, pero se dieron cuenta de que el tiempo había cambiado. En ese momento, se dan una confluencia de imperios, la amenaza del turco, el viaje de Carlos V para conseguir la corona imperial alemana, una concurrencia de filosofías (Lutero, Erasmo), una crisis económica y social de primer nivel... Ese momento de las guerras de las comunidades son nuestro 'Juego de tronos', un caldo de cultivo tan grande, con unos personajes tan ricos que luego han marcado nuestro destino... El material estaba ahí, solo había que agitarlo un poco con una trama novelística y que los personajes respiraran y funcionaran como tales.
–Y de aquello...
–Ganó la opción imperial, la opción que no le convenían a Castilla y a España. Luego nos han intentado contar una historia de grandeza y ahora hay algunos partidos políticos que están anclados en esa historia. Castilla, después de la guerra de las comunidades, perdió. Nos quedamos además con el fatalismo. Pero hay que reivindicar ese pasado de lo que fuimos, lo que somos y lo que pudimos ser.
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