Gonzalo Calcedo: «Como arma arrojadiza contra la realidad, el cuento no tiene rival»
El Premio Castilla y León de las Letras publica 'Como ánades', nueve historias con la pandemia de fondo
Es cuentista profesional desde hace un cuarto de siglo. Gonzalo Calcedo (Palencia, 1961) corre en la distancia media que es libro de relatos desde ... 1996 y acaba de publicar 'Como ánades' (Editorial Menoscuarto). Premio Castilla y León de las Letras 2020, el reconocimiento no ha variado su querencia por los personajes resignados, desnudos, económicos en su expresión. Profesores de universidad y funcionarios, mujeres resueltas y maduras, se alternan en las historias de quien considera el cuento la radiografía del mundo. Le mira desde el transporte público, desde su ventana cántabra, desde los barcos que cruzan las bahías.
–De amenaza lejana a determinación de nuestro presente, el virus da unidad a estas historias. ¿Son su mirada a la pandemia?
–Digamos que el virus fue impregnando poco a poco lo que escribía entonces, material para un nuevo libro que, en su concepción inicial, no tenía en cuenta la pandemia. No es lo habitual en mi quehacer dejarme llevar por acontecimientos exteriores, ajenos a la obra en sí. No soy un cronista tan concienzudo, quizás porque me interesa el individuo desnudo, ajeno a los grandes acontecimientos sociales. Supongo que la excepción tiene que ver con el aislamiento repentino, ese cerrar la puerta a la realidad que nos afectó a todos. La trascendencia de lo ocurrido aún no la hemos asumido.
–No deja apenas rastro de las coordenadas temporales y geográficas de sus relatos ¿por qué prefiere no anclarlos?
–Mi mirada apunta al hombre contemporáneo, pero evitando centrarme en una época concreta. Tampoco, salvo 'El prisionero de la Avenida Lexington', vinculándome a un toponimia. Esta última existe en mis cuentos, pero es una ficción más, una mezcla que contribuye a vaciar a los personajes de referencias. Están solos. Pertenecen al presente, pero busco que su triste pureza implique a cualquier lector. El cuento, por su dimensión, tampoco permite menudear en aspectos ornamentales que en la novela son parte de su arquitectura. Eso que los novelistas llaman documentación.
–Hay un cierto tipo de hombre aburrido, apático, falto de ambición, que frecuenta sus páginas ¿el reverso del triunfador?
–Más que faltos de ambición, yo diría que resignados. Una suerte de derrota debida al acomodamiento. Perdedores en suma. La herencia de una literatura y un cine que lentamente, desde la primera adolescencia, me ha ido acompañando. No me interesan los triunfadores en sentido estricto. La victoria carece de relevancia para mí. El día a día es otra cosa, aunque las redes sociales se empeñen en embellecer hasta el más anodino de los episodios de nuestras vidas. Ya sé que el pesar no vende, pero me siento más cómodo abordando el cuento triste.
–Frente a aquellos, una mujer realista y castigadora ¿las ve así?
–Nunca he tenido problemas para escribir desde el punto de vista de mujeres o adolescentes. Ellas sostienen muchos de los cuentos frente a individuos menos decididos. Gobiernan sus vidas y deciden sus aciertos y equivocaciones; saben estar de vuelta y aprender de ello. Sus compañeros dan la impresión de no haber madurado lo suficiente. El universo femenino siempre me ha fascinado: su modo de entender la amistad o el amor, esa hondura tan diferente del compañerismo un poco tontorrón de los hombres. Pero no es tanto una postura feminista militante, como una muestra de respeto y hechizo.
–Sus protagonistas terminan en hoteles y barras ¿busca espacios neutros?
–El cuento no permite perderse en más descripciones que las que inciden en la acción. Se cuenta lo necesario, a veces incluso menos. Los no lugares tienen la virtud del despojamiento. Un hotel, una autopista, una playa vacía, son muy semejantes en lugares muy dispares. Busco esos escenarios desde mi primer libro, 'Esperando al enemigo', en el que también había muchos cuentos de hoteles. Un cuarto de hotel es una patria, un refugio. La construcción provisional de un hogar. En esos rincones, la soledad o el desvalimiento de los protagonistas resultan más descarnados. Las emociones tienen un precio.
–¿Por qué su querencia a los cuentos, a esa medida?
–El cuento es agradecido. No te penaliza como la novela. Si escribes un relato mediocre, sin corazón, al día siguiente puedes intentarlo de nuevo; con distancias más largas la tensión acumulativa sanciona los resultados. Las novelas se preparan durante años y su ejecución abarca muchos estados de ánimo. Pero no podría señalar el momento en que fui conquistado por el cuento. Fue un enamoramiento lento, a base de lecturas. Sin duda parte de su influencia tiene que ver con su proximidad al cine y la fotografía. Un cuento es como una canción o un poema. Puede haber tonos y ritmos diversos en un libro de narraciones. La armonía es individual, pero sirve al conjunto. Como arma arrojadiza contra la realidad, contra los defectos de la sociedad que hemos creado, no tiene rival. Eso sí, necesita un lector que no siempre es fácil encontrar.
–Deja entrever la huella del relato norteamericano ¿es su referente?
–El cuento norteamericano tiene la virtud de la naturalidad, de la vida contada sin malabarismos ni circunloquios. Un arte no siempre respetado. Y no se trata de tomar atajos, sino de centrarse en lo esencial, de golpear con lo mínimo, de mostrar para que los demás vean y juzguen. El autor es un instrumento, un fotógrafo. El buen cuento vive al margen del autor, se desprende de él. Yo sigo intentando fraguar un cuento si no perfecto, al menos honesto.
–¿Ha cambiado el público de los cuentos o la novela señorea?
–No se puede negar la eclosión del relato. Nuevas editoriales, casi todas pequeñas e independientes y, sobre todo, las facilidades de publicación que conlleva Internet. Pero no estoy seguro de que haya crecido el número de lectores del cuento. La novela sigue copando el mercado, con sus modas, sus alocados premios, sus campañas y ese desparpajo mediático concedido por encarnar el grueso de ventas de las editoriales. Los autores de cuento ya hemos asumido esa división de poderes. Aunque la batalla es la misma, no disparamos desde la misma trinchera.
–¿Sigue pesando la pandemia en su escritura?
–Sigue pesando en el estado de ánimo. Decidí que 'Cómo ánades' fuese un libro sobre la pandemia porque lo escribí durante el primer periodo del confinamiento, el del desconocimiento de los hechos, cuando la única certeza eran las muertes. Yo tampoco imaginaba entonces que el agradecimiento al personal de los hospitales iba a diluirse con tanta facilidad en el marasmo político. No hemos sido justos o no hemos sabido serlo, lo cual debería avergonzarnos. Ignoro si, con el tiempo, volveré a frecuentar aquellos días, si la pandemia, como las guerras o las revoluciones, se convertirá en un género. Echo en falta muchas certezas. Pasarán años de olvido antes de que sepamos con seguridad lo que muchos hicieron y lo que otros dejaron de hacer.
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