Carmen martín Gaite, en un curso de la UIMP en Santander. El Norte

El género en el que afloró la Carmiña actriz

José Teruel recopila en 'De viva voz' las conferencias de Carmen Martín Gaite, escritora dialéctica de gran capacidad «para hacer visible la abstracción»

Victoria M. Niño

Valladolid

Domingo, 30 de julio 2023, 00:26

Fue una rareza porque «no había tantas mujeres conferenciantes» y menos aún con su facilidad para «convertir el monólogo en diálogo». José Teruel lleva muchos años metido en el archivo de Carmen Martín Gaite y si tuviera que elegir, se quedaría con su faceta ensayística. ... Ha revisado, estudiado y recopilado para Siruela las conferencias de la salmantina en 'De viva voz'. Hubo una edición a los dos años de la muerte de la novelista, en 2002, 'Pido la palabra' (Anagrama) que al profesor de la Autónoma no le satisfizo, de ahí esta nueva revisada.

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«Esa pequeña línea con la que acaba cada texto me ha llevado años», dice quien ha datado y localizado cada charla. Las ha organizado en torno a cuatro asuntos, incluyendo cuatro nuevas y retirando un par de la anterior antología por «inconclusas». Todo ello teniendo en cuenta que «la conferencia es un género en perpetua rectificación», que aún partiendo de un texto fijado, la oralidad lo transforma en el directo.

Precisamente ese fue su gran atractivo para Carmen Martín Gaite que soñó con ser actriz y abandonó el camino a la cátedra universitaria apenas hizo intención de iniciarlo. Ambas vocaciones fueron anecdóticas, barridas por su condición de narradora, sin embargo se asomó a ellas desde su primer viaje a Estados Unidos. «Allí la figura del profesor invitado está muy relacionada con la conferencia. Cuando fue la primera vez en 1983 ya había escrito en ensayo 'El cuento de nunca acabar', pero entonces comienza a ensayar la charla como género performativo. Carmen era muy teatrera y lo bordaba. Le encantaba comunicar con la gente y Estados Unidos fue el escenario propicio y juvenil. Sus charlas eran actuaciones, tenía una gran capacidad de seducción, de convertir el monólogo en diálogo», sostiene Teruel.

Quien en 1950 se propuso hacer una tesis sobre «los cancioneros galaico-portugesas de los siglos XIII y XIV» y acabó presentándola décadas más tarde sobre los 'Usos amorosos del dieciocho español' (1973) cultivó en ensayo histórico con frutos tan destacados como 'El proceso de Macanaz' (1970).

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Ensayar narrando

Sabía lo que era investigar y ofrecer sus hallazgos al público lector. «En las conferencias su ensayo es divulgativo y logra hacer visibles las grandes abstracciones. Me recuerda a Virginia Woolf», aclara Teruel. «Cultivó todos los géneros, fue estupenda novelista, gran poeta, hizo teatro, pero su voz para el ensayo fue extraordinaria. Siempre buscaba una trama, convertía cualquier asunto en narración».

Teruel propone un orden temático que comienza con textos en torno a 'El oficio de escribir', charlas que abordan asuntos de la creación literaria; 'El recuerdo autobiográfico', en el que trasluce los lugares determinantes en su biografía; Salamanca, Galicia, Estados Unidos y su vida en Madrid; 'De varia lección', reflexiones sobre la narración e 'Historia cultural y literaria', más cercanos a la Gaite historiadora.

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La mujer de los 'cuadernos de todo' cuenta a los lectores cómo fragua sus conferencias. Mira las notas tomadas, «espigo unas cuantas y al título inventado voy añadiendo». Luego paseaba por el pasillo de su casa con el nuevo cuaderno con esos apuntes y hacía el ensayo general. «Sé de antemano que no se va a parecer mucho a lo que diga delante del público porque siempre se improvisa mucho y eso gusta», escribe Carmiña, para quien lo fundamental en el escritor no es el tema sino «su mirada sobre las cosas».

Investigadora en el Archivo de Simancas

Durante siete años Carmen Martín Gaite se zambulló en el siglo XVIII y redimió a Melchor de Macanaz. Quien nunca había trabajado con legajos, descubrió una carta que nadie más había leído, que le interpelaba a ella. Y el alto funcionario exiliado perseguido por la Inquisición, sobre cuyas cartas Felipe V ordenó «no contestar», protagonizó el ensayo 'El proceso de Macanaz' (1970). Sobre aquel ensayo escribieron con asombro en estas páginas Jiménez Lozano, Umbral y Miguel Ángel Pastor. A partir de las cartas del desterrado Gaite concluyó que «la clave de un cuento radica en la reviviscencia de aquello que reclama no ser olvidado».

Para poderla desarrollarla necesita no tener prisa, pasear. La suya es una generación de paseantes, 'flaneurs' sin una peseta, porque la escritura se alimenta de «lo visto, lo oído y vivido». Descarta las «recetas para escribir» tan propias de talleres y seminarios de escritura creativa. Agradecida al castellano que le regaló Salamanca, sabe que el suyo es un «oficio ni necesario ni obligatorio». Gaite describe su trabajo en la ficción así: «La novela, mientras se está elaborando, se agarra a uno como un huésped alevoso que llevas encima y te va chupando la sangre, alimentándose de todas las alteraciones que se producen en tu vida y en la sociedad... al mismo tiempo que se va configurando, se va deformando».

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Confrontar con Benet

Amiga de Ignacio Aldecoa, Medardo Fraile, Jesús Fernández Santos o Sánchez Ferlosio, interpretó la deriva realista de su generación como «la única forma de politización» que consistía en «mirar la realidad, triste o alegre, limpiándonos los ojos de telarañas». Con su amigo Juan Benet mantiene una discrepancia absoluta sobre la necesidad de interlocución. Para ella, que encontró en el mundo de los afectos su razón de ser y también la de su literatura, el otro, el lector, es «la base del deseo de narrar», mientras que él escribe para sí mismo. En 2011 Teruel publicó la correspondencia entre ambos, guardada en una carpeta amarilla. «Le atraía lo difícil, para ella un buen interlocutor no era aquiescente, sino que quería debatir, rebatir, confrontar. La búsqueda del contrario fue un consejo de su padre, eso le haría aprender», apunta el profesor. La muerte de su querido Aldecoa en 1969 le hizo ver el paso de página vital: «Los años cuarenta y cincuenta, lo queramos o no, empiezan a ser historia». Yella miró al XVIII y al futuro, desde EE UU.

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