Fernando del Val publica sus «poemas desbocados que llegaron a borbotones»
El escritor vallisoletano presentó 'La Duermevela en una Lejanía', poemario en torno al amor que «defiende el verso exaltado»
Si se empieza por detrás, 'La Duermevela es una Lejanía' (Reino de Cordelia) bien podría ser un ensayo. La 'Nota de autor', o sea de Fernando del Val, es una elucidación sobre las citas empleadas además de un pequeño altar de amigos. Spinoza, Leibniz, Maillard, Jung, Vila-Matas, De Cuenca, pero también Kurt Cobain. La erudición pop del escritor se asoma a varias grietas de la realidad, de la vida: la melancolía frente a la nostalgia, la creación frente a la muerte, la identidad que otorga el ser amado, su necesaria pérdida para encontrarse. En la suspensión del sueño, de la consciencia, de la racionalidad, en el vacío que procura la meditación, ahí se queda el poeta vallisoletano para aprehender en sus «versos desaforados» el amor antes de que sea olvido. A ellos dedica este libro el también periodista.
'La Duermevela es una Lejanía' le llegó «a borbotones. Es un libro más construido que otros míos, aunque racionalizo la poesía y seguramente no hay que hacerlo. Es una defensa del verso exaltado que no tiene tanto prestigio hoy, cuando prima la contención. Si está bien hecho, lo desbocado no solo es pertinente sino que puede transmitir emoción. Defiendo el romanticismo clásico como el de Keats. Me gustan los poemas desaforados. No encuentro exageración, a veces la realidad es exagerada. Sigo la tradición del 'Cantar de los cantares' a Félix Grande».
Quien escribe que «el hombre necesita del resto de existencia para reponerse de haber nacido» reconoce el amor como la comunicación extrema, sin palabras. «Los besos no se dan. Se pronuncian», dice. Invoca las manos de la persona amada, «úsalas, por favor, esta noche, para llevarme lejos de mí».
Deseo, labios, pájaros, lluvia, tejen la retícula sobre la que avanza hasta concluir que «El amor es un elemento químico/ que afecta a la conciencia./Está hecho a la contramedida del hombre/ para explicar mejor su finitud». Sostiene Del Val que «echa un pulso a la muerte» con la escritura. «Escribir, crear es una forma de combatirla». Aunque la soberanía del artista convive con la constatación del amante que reconoce que «al lado de un cuerpo desnudo es donde mejor experimentamos el ser microscópico que somos. El lugar que ocupamos dentro del universo».
Olvido y memoria es otra de las paradojas tratadas. «Las lecturas nos condicionan, la cultura nos manipula. Los libros modifican la visión del mundo que tienes, intensifica cualquier experiencia, también la amorosa. La cultura nos deforma. A veces vas por la calle y ves que buena localización, no es tuyo sino producto de las películas vistas. Es una dulce deformación», explica.
Por eso a veces hay que «vaciarse» para volverá enfrentarse al lienzo en blanco. «Durante la vida morimos varias veces, con cada ruptura, con cada desaparición. Luego con los recuerdos hacemos trampas, los reordenamos como queremos, nos montamos la película como deseamos. Pero para eso algo tiene que morir».
El olvido es en ese sentido «un salvavidas que nos permite vivir, crear algo nuevo. Hay autores como Gamoneda y Bonald que, al final de su obra, se han referido al olvido tras tener muy presente la memoria, como algo que hace más liviana la tarea de vivir. La levedad no es un demérito. A fuer de ser leve se puede acabar meditando. Después de atesorar cultura, está bien tirarla por la ventana para ser tú. La cultura te puede ahogar». Aplicado a este poemario, «por un lado quería retrasar el olvido para no alterar el estado emocional que me era propicio, mientras no olvidara seguiría pariendo poemas. Pero luego llegó el olvido y qué bendición», dice, aunque a pesar de ello considera este libro «más intelectual que sensitivo».
En su cabeza tenía, sin querer explicitarlo en su índice, las ideas de Dios y naturaleza, además de las citadas. «Quizá por eso lo de los pájaros. Aunque en autores como Jiménez Lozano, Pessoa o Keats tienen un significado muy concreto, en mi caso no pasa de ser el animal que siempre está en movimiento, subiendo y bajando. No tiene las trascendencia que en esos otros autores».
Así llega Del Val al «paisaje irreconocible que tanto me ha costado ser» y termina con las 'procedencias y perseverancias' de las ideas matrices de su última entrega.
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