Fernando Colina: «Los locos me han enseñado a tener paciencia»
El psiquiatra y escritor vallisoletano alumbra reflexiones en torno al trato con lo raro, la extrañeza, la libertad y su experiencia vital en su libro 'La belleza de los locos'
El Hospital Psiquiátrico Doctor Villacián llegó a albergar a unos 700 internos. Lo dirigió durante veinte años y asistió a su cierre, es psiquiatra emérito ... del Hospital Río Hortega y autor de una docena de libros. Fernando Colina (Valladolid, 1947 ha cuajado en 'La belleza de la locura' (Eolas) cavilaciones en torno a aspectos inusuales de la psiquiatría y su experiencia durante medio siglo. «Si no he sucumbido a lo largo del tiempo, aplastado por un trabajo en el que mucho no creo, fue por la ayuda de algunos locos, empeñados en enderezar mis conocimientos, y por ese carácter reivindicador y político que enardecía la antigua psiquiatría, hoy mucho más conformista y obediente», expone en un texto que presentó ayer en el Círculo de Recreo.
–¿Dónde encuentra belleza a la locura?
–En muchos aspectos. Uno es la dignidad que muchas veces aparece en el método de afrontamiento de la vida, tiene una fuerza creativa propia, un lenguaje individual que puede arrastrar un factor estético de belleza... La melancolía desde la Antigüedad se entendía como un aspecto de las personas más creativas. Aristóteles ya se preguntaba por qué quienes destacaban en el arte, el gobierno o la guerra eran melancólicos. Todos esos factores intervienen en hacer de la locura una mezcla de poesía, creación del lenguaje y matemática de precisión con el delirio y el razonamiento.
–¿Cómo es su relación con la locura?
–Aparte de la que pueda tener por mis defectos y aspectos irracionales que todos los tenemos, se basa en mi experiencia de 50 años de trato con los oficialmente llamados locos. Tenía 21 años cuando me las vi a solas con el primer paciente.
–¿Qué aprendió de ese trato?
–Me han enseñado a tener paciencia. Cuando en mi retirada me despedí de algunos pacientes con los que llevaba muchos años no había un elogio personal, sino una especie de 'gracias por haberme escuchado tanto tiempo', de haber tenido paciencia. Y de repente te das cuenta del efecto que puede tener sencillamente estar de frente, mirar y escuchar sin intentar corregir. Y también me han enseñado a no ser demasiado curioso. Muchas veces me han dicho' no preguntes tanto', 'no remuevas tanto la vida de las personas por dentro', 'deja que nos defendamos a nuestra manera', 'ayúdame si te lo pido, pero no me quieras hacer normal como tú o como vosotros', suponiendo que se puede establecer esta dualidad siempre un poco hiriente. Y también me han enseñado humildad. Los que hemos vivido la época de los manicomios hemos visto que han sido una gente tan maltratada que cualquier cosa que hicieras un poco por ellos, que les devolvieras la autonomía, es importante. También me ha enseñado a criticar la psiquiatría tal y como se manifestaba normalmente o se manifiesta ahora en su mayoría, a no tratar enfermedades, sino a entender que se trata de malestares y personas; tratamientos con fármacos los mínimos, retirarlos en cuanto se pueda... en fin, una línea un poco contraria a la que ahora impera.
Sensatez y sinrazón
–¿Cómo se materializa esa idea del psiquiatra de habilitar puentes entre la razón y la sinrazón, la sensatez y la enajenación?
–Lo que nos une a todos con la locura es la soledad. A la gente que está en formación se le dice que no atienda tanto a lo que le dicen estrictamente y a su discurso, sino que no hay que olvidar que esa persona está sola. Si alguien con un sufrimiento especial y unas ideas muy particulares se acerca a ti y te aguanta es porque está solo y necesita acompañar la soledad. Eso nos une con los locos y nos hace que todos seamos locos. Lo que pasa es que nosotros tenemos una herramienta que es el deseo, poder estar con los demás, tejer unas relaciones más profundas, más amorosas.
–Dice en el libro que «el loco siempre tiene razón, está en posesión de una verdad justa que ilumina su interior y deslumbra al posible curador».
–Por motivo de la hondura del sufrimiento tienen experiencias que llegan a profundidades que nosotros no alcanzamos, y de repente aparece una sensibilidad especial, alguna captación de cosas que tú normalmente no valoras porque no tienes sensibilidad para hacerlo. No estar loco es haber tenido la suerte de haber nacido en el momento adecuado y en la familia adecuada. Si no has tenido esa suerte puedes vivir experiencias desagradables que no son más que la traducción de una verdad personal en un modo metafórico.
–Considera que todos estamos locos en la medida en que en nuestro interior albergamos «una avellana irracional».
–Los que estamos calificados como no locos nos estamos defendiendo de la locura con otros procedimientos, pero todos tenemos esa avellana de irracionalidad en el fondo. Entre las personas más vulnerables –como en todo género humano– las hay malas, te encuentras con el loco un poco torcido y resabiado y con malos instintos, pero también con gente maravillosa, de una generosidad admirable. Conocer al loco es muy complejo, hay que disponer de un tiempo y unas posibilidades que a lo mejor ahora no te dejan tener.
–Habla de la locura como si fuera un punto de vista.
–Es que tenemos un punto de vista variable en función del sentido común. Nadie está loco del todo, el loco lo es en un aspecto muy concreto de su vida, en el resto son personas completamente adaptables y que merecerían normalidad y adaptación. Las locuras cotidianas siempre son parciales. Otra cosa son las debidas a una cuestión orgánica, demencial o traumática, es otro campo.
–¿Ha curado a muchos locos?
–Lo lógico es contestar que la locura no se cura y si se cura, poco dura. En la locura se acompaña y se procura que la persona esté estable, que sufra menos. La locura no se cura, se sobrelleva, es una experiencia particular. ¿Puedes hacer un esfuerzo para cambiar un poco o sacar más provecho de tus defectos y tus virtudes? En eso estamos. Porque lo difícil en el campo nuestro es no dañar, estar con una persona muy distinta a ti y no violentarla, ese es el reto.
–Sale habitualmente a navegar a remo por el Pisuerga con su barca. ¿Hacerlo contra la corriente le identifica también con lo que ha hecho en psiquiatría?
–El barquero siempre es un acompañante del mal y de la muerte, su figura está cargada de ese simbolismo, de la idea tránsito, de esfuerzo, de aprovechar los beneficios de la corriente y luchar contra ella, de verte en solitario. De repente de encuentras en medio de la ciudad, en mitad del río, parece que estás fuera del mundo y entre las aguas... es un ejercicio que me gusta psíquicamente y me ayuda a estar en forma.
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