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«No todo lo que escribo lo sé explicar», decía Gustavo Martín Garzo a Manuel Espina y a este le interesaba la primera respuesta, la ... explicación, «lo que viene después del pero», le sobra. En esa grieta del lenguaje se instalaron para hablar en el Círculo de Recreo de la infancia. La excusa; 'El país de los niños perdidos' (Siruela), el último libro del escritor vallisoletano.
Nació de una demanda de su nieto Gabriel, una foto de su abuelo cuando era niño. Y ese rememorarse y ese sentir la infancia lejos, al igual que la de sus hijos y dentro de poco la de sus nietos le llevó a escribir esta novela hecha de cuentos que quiere atrapar ese tiempo perdido. «La infancia es superior a la vida del adulto. El adulto es un superviviente, somos un rescoldo del fuego que fue nuestra infancia. Y, sin embargo creo que les damos poco valor a los niños», afirmó Martín Garzo.
«Los niños son médiums de la realidad, te ponen en contacto con zonas perdidas. Como decía Deleuze, la literatura trata de regresar a ese lugar perdido, el arte en general busca lo mismo». Ese espacio escapa a la «cárcel» que es la realidad porque «a medida que nos hacemos mayores se estrecha, todo está dicho, todo dado, todo es», lo contrario del «mundo de posibilidad» que es la infancia, según Lledó.
De Barrie a Lacan, de la negación a crecer de Peter Pan al despertar para seguir soñando del psicoanalista, Manuel Espina sentó a Garzo en el diván. «Hablar de cuentos de hadas o de magos es como estropearlos. Gustavo hace sentir que persisten en nosotros los relatos infantiles. En mi oficio se llama 'lo real', 'lo innombrable', que opera en nosotros de manera más cierta que lo que sentimos o pensamos en realidad». Aunque lo real «aparece y desaparece como las olas y es el lenguaje el que fija las cosas». El niño, sostiene Espina, «siempre ha pertenecido al campo de la palabra, incluso antes de poderlas pronunciar ya se desliza hacia el campo del discurso, del sentido, de la comprensión».
En ese camino le ayudan los cuentos, «incorporan herramientas, mentiras necesarias, simbolización anticipada del mundo. No entienden la lógica de la vida, sí la de los cuentos». Considera que la literatura de Gustavo se mueve entre «la realidad y la fantasía, la vida y la muerte, el lenguaje anterior al sentido y aquello que ya tienen significado, en el hueco de lo onírico, lo soñado y lo alucinatorio. Remite al origen, por eso no necesita explicación».
Gustavo, por su parte, considera que «no somos solo lenguaje, algo a lo que el ser humano tarda el acceder. Hay un tiempo anterior en el que, como decía Barrie, somos una suerte de pájaros y luego lo olvidamos. Ese mundo aparece luego en la sexualidad, es el lengua de las cosas mudas». Espina concluyó su diagnóstico considerando a Garzo «un cuentista maravilloso».
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