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Por las mañanas enseña Teoría de la Literatura en la Universidad de Oviedo y de noche, la fulmina. Javier García Rodríguez es un formal filólogo diurno y nocturnal químico punk que prueba los géneros como quien mide la resistencia de los materiales, escrutando el límite ... de la sintaxis y la polisemia. Le gusta jugar con el lenguaje, también en los artículos periodísticos y con los nombres propios, como demuestra la recopilación 'Y el quererlo contar es Babilonia (Oviedades 2014-2017)' (Eolas).
Escribir como se piensa, como se vive, es renunciar a la linealidad, al razonamiento cerrado, y aventurarse a la sorpresa, al «extrañamiento», sostiene Javier García Rodríguez (Valladolid, 1965). Su segunda relación estable con un periódico fue con 'La voz de Asturias', tras un primer noviazgo con 'La Nueva España'. Si en el primer idilio el compromiso giró en torno a la literatura, en este segundo, tanto el tema como la extensión cursaban libres.
«La actualidad me interesa como a cualquiera que le preocupa lo que pasa. Pero a la hora de escribir, incluso en medios de comunicación, no es fundamental para mí. La realidad es un reflejo platónico, la caverna que tomo como excusa para avanzar hacia otros asuntos. Y al mismo tiempo sin renunciar a un posicionamiento profundo sobre lo que está ocurriendo», afirma quien concluye escribiendo sobre los 'Juegos (olímpicos) para aplazar la muerte' que «de todos los deportes, el más duro es el de la vida».
El mismo escritor se pregunta si «Harry Potter es funcionario, si pertenece a Muface británico» o se acerca a la greguería en el siguiente titular: «Un presidente de gobierno con innegables dotes para el camuflaje destituye a su ministra de sanidad para curarse en salud».
Yes que las cuestiones vitales no están obligatoriamente transidas por la solemnidad, a decir de este profesor que desacraliza la cita y goza de las «infinitas posibilidades del lenguaje». Por eso tomó prestado el título y el propósito de un colega suyo del XVII, Francisco de Artiga, quien quería que los ejemplos de su manual de retórica fueran «agudezas para el gusto y virtudes para el alma».
'Y el quererlo explicar es Babilonia' –endecasílabo de aquel– alude a «Babel como confusión. Vivimos en la confusión de lenguas y ahora, en la confusión de pensamiento. A diferencia de lo que creen los apocalípticos, no es algo malo en sí mismo. Más bien es un humus, un caldo de cultivo, ya que a través de los choques, las fricciones, las fallas, tenemos que ir encontrando caminos para el pensamiento y escritor. Lo malo es la uniformidad absoluta, el lenguaje único, eso es terrible».
El también colaborador del Centro Niemeyer «no quería hacer opinión, sino literatura y 'nonsense' (sinsentido). Todos los días hay columnistas que tienen una opinión sobre todo, algo de lo que yo carezco, como ser humano y como intelectual. En cambio, sí me parece que mirar con cierta tranquilidad las cosas y ver la sorpresa que producen, tratar de transmitir ese extrañamiento, era mi propósito.Intenté individualizar mi visión y en eso incluyo autobiografía, actualidad, ficción, crónicas».
Siente García Rodríguez que la corrección política invade también la escritura mediática «porque tememos que lo lúdico muestre una figura del autor de poca profundidad, en parte porque hay mucho escribidor que piensa que no hay que dar al lector determinadas fórmulas con las que tenga que fajarse, desmigar, sorprenderse, textos que contengan distintas realidades y que cada cual descubra lo que quiera. Esa parte lúdica ni siquiera es tan moderna, está el barroco, clave para mí; en las vanguardias y en otros géneros donde no ha sido problemático. Está en Valle-Inclán, en Rabelais, en Cervantes. Cuando nos salimos de eso parece que no está bien escrito. Estos son textos breves hechos con la mayor exigencia, la misma que en mis poemas o en mi narrativa, no sé escribir mejor. Esa exigencia debe notarse, llevamos en la posmodernidad medio siglo, la ligereza también forma parte de la profundidad», recuerda el autor de 'La mano izquierda es la que mata', que da una vuela de tuerca a «la liga ¡bebe uve ah!», a las «sobras de caridad», al «miércoles de cecina» o a «Cameron de la isla», punto de partida del Brexit.
Del Doctor House a Ángel González, de Quevedo a Sabina, Javier García cita a los clásicos a la par que a Arturo Fernández o a Bisbal, todos forman parte de sus alrededores. «Incluyo en lo que yo soy todo lo que otros han sido. Lo que otros han dicho también es mío y el discurso se va sumando. Vengo de la teoría literaria, la literatura es un mosaico de citas, siempre y cuando la cita no sea un muestrario arqueológico, un adorno, sino algo que esté vivo. Por eso me interesa igual un clásico que los diálogos de una película de culto como 'Pretty Woman', siempre que salga algo que consiga unir lo intelectual y sentimental sin que disientan, porque ambos se equilibran. Eso me parece complicado, a alguien como yo, un formalista interesado por los géneros tradicionales». Y también observador de los usos de sus coetáneos, desde las «estudiantes extrovertidas con el ombligo caravista» hasta «el nuevo rey del papel cuché, el académico de la silla L, Lituma en los Andes, Pantaleón entre las visitadoras, cachorro, jefe, incansable conservador en la catedral».
Su querencia por los músicos –«son más divertidos que los escritores»– ha llevado a este exdirector de la Cátedra Leonard Cohen a partir un prólogo a Julián Hernández (Siniestro Total), «alguien que ha hecho canciones que son himnos desde los ochenta y con quien puedes hablar de blues y de Cioran en la misma conversación, son fricciones apasionantes». Su 'prólogo ovio' precede a la selección de artículos que arranca sonoramente con el titulado 'A la vejez vihuelas'.
El texto como motor de pensamiento y la escritura como factura del mismo han llevado a Javier García Rodríguez también por libros para público juvenil, 'Un pingüino en Gulpiyuri' (Oxford University Press), 'Mi vida es un poema' (SM) y en el próximo mes se publica 'Miedo a los perros que me han dicho que no muerden' (SM).
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