Había cumplido los 94. Con su movilidad reducida pero con su espíritu implacable. Enrique Badosa (Barcelona, 1927-2021), el último y el más clásico de los poetas de la Generación del 50 en Cataluña, se marchó el lunes por la tarde. Dejó pendientes unos cuantos ... poemas inéditos. Y el traslado completo de su archivo personal a Valladolid, a los fondos de la Fundación Jorge Guillén.
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Gil de Biedma, Barral, Ferrater, Costafreda… Si ya fueron elegantes algunos de sus compañeros de promoción poética, a ninguno como a Enrique Badosa le cuadró tan a la medida la palabra elegancia. En el ser, en el estar, en el escribir. Lo mismo en castellano que en catalán. Igual traducido al italiano que al griego. Un timbre personal que quedó fijado por él mismo en 2010 con la edición de 'Trivium', el libro en el que se recogen los diecisiete títulos de poesía de su vida, más un buen puñado de inéditos. Alta sonoridad, profundidad de campo… e ironía, que el poeta manejaba como nadie.
Como buen latinista vivía en la calle Marco Aurelio de Barcelona. En el número 14. Y 'Marco Aurelio, 14' tituló en 1998 uno de sus libros más celebrados. Tradujo al castellano a Horacio, a Josep Vicenç Foix y a Salvador Espriu. Y la placa donde se recoge la versión en griego de su poema 'Salamina' («Por esto ha sido escrito el Partenón / con la más bella tinta de la tierra…») es lugar de culto poético en Grecia. Su sabiduría como traductor quedó para siempre reflejada en 'Sine tradere', publicado en 2016.
Para Badosa, hablar en griego era «hablar en lengua libre». Y de la libertad lingüística hizo también bandera. «Yo que soy español de Cataluña /y catalán de España, tanto monta, /no tengo que dar explicaciones /de por qué escribo en una u otra lengua. /La libertad se explica por sí misma», dijo en verso. Esto le ha costado, sin duda, un cierto arrinconamiento en los duros años del plomo intelectual secesionista en Barcelona. El tener que borrarse de instituciones culturales a las que había pertenecido durante toda su vida. Y eso a pesar de haber recibido, con mérito sobrado, la Creu de Sant Jordi, que concede la Generalitat de Catalunya.
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Sus libros de poemas viajeros, con 'Mapa de Grecia' (1979) a la cabeza, forman parte también de su visión abierta, de aíz mediterránea, de la existencia. Lo mismo que sus epigramas a lo Marcial, aplicados con contundencia al mundo de hoy. A lo que hay que sumar su ingente labor como periodista, como crítico literario y como editor. Todos hemos seguido la línea de su criterio en series como las Selecciones de Lengua Española y las Selecciones de Poesía Universal de Plaza & Janés. Media España literaria pasó por sus manos.
Le gustaba, mientras pudo, caminar por Barcelona. Como un auténtico dandy. Pero también pasear por Castilla. La última vez que estuvo por aquí fue en los encuentros de poesía de El Norte de Castilla, en Palencia. Pero antes dirigió en Ávila una colección nacional de sonetos en homenaje al poema 'Nada', de José Hierro. Si en lo intelectual fue una referencia y en lo poético una cumbre, en lo más cercano su trato era impagable. Yo le recuerdo para siempre como anfitrión en Barcelona, jugándose en un pulso quién pagaba la cena. Perdió, así que le tocó sacar la cartera a José Corredor Matheos. Y el pulso de la poesía lo inundó todo, como siempre ocurría con él. También dejó escrito lo que le esperaba «El silencio se adentra en mi silencio», dijo. La muerte de un poeta es siempre eso.
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