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Cada poco Miguel va en taxi a la finca familiar, cercana a Soria capital. Desbrozar la maleza, podar los árboles, revisar las tejas, el lugar demanda un sinfín de cuidados. Por esa puerta, entra Enrique Andrés Ruiz (Soria, 1961) a un mundo que ... fue y sigue siendo de manera diferente, a la Historia de un país en el pálido reflejo sobre un puñado de gentes marcadas por la ruralidad y la emigración, a un paisaje que determina su paisanaje. 'Los montes antiguos' (Periférica) es la novela de un poeta y crítico de arte que narra impresiones con detalles puntillistas.
–Es un libro menguante, la mitad de otro bajo título similar.
–Es mejor menguar. Este es un libro distinto en torno al mismo mundo. Aquel fue un texto de aluvión sobre el que había que trabajar. Este tiene hechura de novela, aunque no descarto que aparezca otro que rescate historias que estuvieron en el primero.
–Su protagonista está condenado a intentar frenar la naturaleza que amenaza su propiedad, su historia ¿es su caso?
–Me identifico en muchos tramos con el narrador. En la parte fundamental del espíritu ese de salvación de determinadas presencias de la memoria, ya sean espacios físicos, personas, historias, que parecen asediadas por presiones de la naturaleza y de la Historia que lo acosan. La naturaleza, sobre la que hoy se tiene una idea angelical y benévola, es lo que nos destruye y nos construye, nos mata y se nos lleva por delante todas esas presencias, espacios, figuras, y luego la Historia arrasa con los deseos y con los sueños de felicidad de todos esos personajes. Ese pensamiento inspira toda la novela
–Como se ve en La Palma, la fuerza de la naturaleza es inexorable, algo que el urbanita suele desconocer.
–El libro distingue entre la naturaleza y el campo. Naturaleza es lo que hoy se identifica con lo espectacular, una cosa grata, una construcción cultural, el paisaje lo es. Sin embargo el campo es un medio de vida que resiste las presiones humanas, acaba con ellas. Es un medio hostil, áspero como se ve en el libro.De manera que naturaleza y campo son cosas distintas. Hoy estamos llenos de una visión ecológica y, por tanto, moral, y en parte puramente estética que determina equívocos grandísimos a propósito del medio natural. Gran parte de los personajes son gentes de las que el narrador ha oído hablar. Yo los conocí, vivían y sabían el modo de tratar al campo, sus reacciones, y le tenían un enorme respeto. Conocían su poder, mucho más fuerte que el humano y por eso se comportaban así.El urbanita tiene un sentido divinizado de la naturaleza, le atribuye el poder de los dioses paganos y cree que es medio mecánico sin más. En este nudo de la cuestión anidan los errores.
–Vive en Madrid, está ligado a Soria. ¿La urbe cada vez se hace más grande y la ciudad pequeña, cada vez menor?
–Vivo condicionado por el cansancio y el hartazgo. Me gusta mucho ir a Soria cada mes, pero me gustaría ir a no hacer nada. La despoblación es un hecho y la España interior, un gran hueco. Pero cuando comencé este libro nunca tuve presente este asunto. La literatura es amoral y su última esencia, su sentido más profundo se encuentra al margen de ideas políticas o religiosas, aunque sí tienen presencia. No existe ese mundo perdido que hace ensoñar la novela, me gusta que esté perdido de raíz.No es pasado sino en muchos casos, de muchos personajes, es un mundo de deseos, aspiraciones, imaginación, ese mundo nunca ha existido. Ese es el sentido último de la literatura.
–Narra con cadencia natural, el ciclo vegetal y animal marca los tiempos. ¿Hoy ya no hay muescas en el calendario?
–Nuestro tiempo se caracteriza por haber abolido las reservas en cuanto al tiempo y espacio. Los tiempos naturales, regidos por ciclos de producción, cosecha y los tiempos litúrgicos religiosos pautados según un sistema de reservas; había fechas para cada dedicación que debían llevar a cabo personas determinadas. Nuestro tiempo se caracteriza por un capitalismo avanzado y por la idea de una política expansiva de la democracia liberal. Vivimos en un medio en el que no existen reservas. Hay un gran relajo en el horario comercial, casi insomne. No hay espacio reservados, es posible hacer todo a todas las horas en casi todos los sitios. Y no existen funciones reservadas a personas. La aspiración ideal es que todos puedan hacerlo todo. Eso caracteriza nuestros días en contraposición a otro tiempo que conocí en el que todo estaba pautado por esas reservas litúrgicas y personales. No lo califico, vivimos en esa circunstancia.
–La tierra es una posesión atávica ¿seguirá siendo así?
–Es el medio analógico por excelencia pero está por ver que en nuestro tiempo sea así. Los cultivos de la agricultura más 4.0 prácticamente se desprenden de la tierra en el sentido que conocimos en el concepto jurídico de los bienes raíces. La superficie sobre la que se cultivan no tiene raíces, es portátil, trasladable.
–Considera determinante la piedad en la relación con los otros ¿perdida también?
–Vivimos en un mundo impío, en el que la presencia humana cobra con demasiada frecuencia la condición de mera figura, número o bulto. La mirada que se fija y distingue al otro no es muy frecuente. Nunca lo ha sido pero había un sentimiento ideal de que debía serlo. Nuestro tiempo es el de la cantidad y las cuantificaciones determinan la realidad y es muy difícil hacerse cargo de la presencia de los otros y la profunda otredad del prójimo.
–Soria ha seguido a Teruel en la iniciativa política uniprovincial ¿volvemos al siglo XIX?
–Se debe a esa misma cuantificación y abandono que ha supuesto para muchos de los territorios, en especial de la España interior, en la que despoblación quiere decir cantidades no competitivas electoralmente. Eso ha supuesto el abandono y ha provocado una reacción de iniciativas que pretenden la autodefensa. Eso nos hace correr otros riesgos como la desvertebración de un país. Tengo mucho aprecio por España como nación y país y cualquier riesgo de particularización de territorios me parece profundamente peligrosa.
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