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El 'pastor alemán', lo llamaban. El 'gran inquisidor', decían. 'Rottweiler de Dios', se llegó a escribir para referirse a Benedicto XVI, un Papa cuya imagen pública se ha visto «deformada por los tópicos». «Era un hombre tímido, alemán, intelectual, que no contagiaba entusiasmo y ... que a los medios les cayó desde el principio mal», cuenta Álvaro Sánchez León (Sevilla, 1979). Este miércoles ha presentado en Valladolid su último libro, 'Emérito. Rebobinando a Ratzinger' (Ediciones Palabra, 360 páginas, 19,90 euros), un largo reportaje en el que traza la figura de Benedicto XVI a partir del testimonio de más de cuarenta personas que lo conocieron y que investigaron su obra y su legado.
-¿Quién fue Benedicto XVI?
-El Papa emérito fue una persona llamada Joseph Ratzinger (1927-2022) que por providencia y casualidades de la vida llegó a ser Benedicto XVI, pero que, en el fondo, era un sacerdote, teólogo y profesor universitario cuya trascendencia no tiene nada que ver con lo que nos han contado muchos medios de comunicación.
-¿Nada que ver?
-Ratzinger era un hombre tranquilo y sereno que asumió el pontificado en un momento en el que los medios de comunicación estaban en un proceso de transformación. Es el Papa de la verdad en el arranque de la época de la postverdad. Su historia es como una diana blanca con leyenda negra.
-¿Por qué?
-Porque era alemán, y todavía pervive una cierta xenofobia en la opinión pública.
-¿Por ser alemán?
-En muchos países de occidente todavía tiene connotaciones negativas desde la II Guerra Mundial. La otra cuestión fue por ser un Papa muy poco de masas. No estaba hecho para los medios de comunicación de este siglo. Él fue un Papa de las distancias cortas y los discursos hondos, en un momento en el que el periodismo estaba en la época del 'clickbait', de la comunicación rápida y las redacciones mermadas. ¿Cómo trabajar, cuando no se tiene tiempo, con textos que suponen esfuerzo y hay que leer con calma? Y luego, Ratzinger llega al papado después de una estrella del rock como Juan Pablo II, que a todos los medios de comunicación les encandilaba: daba muchos titulares, muchas fotos…
-También el actual, ¿no?
-Claro, Francisco también. Y en el medio, hay como una especie de señor soso, porque efectivamente, Ratzinger era una persona tímida, que no daba titulares, que no era fotogénico. Pero, ¿eso significa que tenga que ser malo? Pues en la sociedad de la imagen parece que sí. Todo eso va cuajando un magma de opinión negativa que hace que se haya visto cada cosa que hacía con malos ojos. Así como en los pontificados de Juan Pablo II o de Francisco casi todo se ve bien, en su caso, todo era negativo.
-Y frente a esa imagen, este libro.
-Recojo muchos testimonios de vaticanistas que llevan años trabajando en Roma, con los distintos papas. Y entonan un 'mea culpa' de la prensa honesta porque no hicieron bien su trabajo. Y se dieron cuenta, en el momento de su renuncia (el 28 de febrero de 2013), de que se le había tratado injustamente en los medios de comunicación.
-¿Por ejemplo?
-Se sacaron de contexto varias frases del discurso de Ratisbona, que dirige al pueblo islámico. Se montó un guirigay con el mundo oriental que no tenía sentido, por esa mala predisposición. Luego, con el tema de la pederastia. En el libro digo que Ratzinger ha sido el Papa que ha cogido por los cuernos el problema de la pederastia en la Iglesia.
-Ya.
-Sin embargo, él tiene el sambenito de lo contrario. Me lo han contado los periodistas que llevan allí muchos años. A ellos les ha sorprendido que Ratzinger ha sido el Papa más beligerante contra los abusos en la Iglesia.
-¿Cómo lo ha sido?
-Me remiten incluso a textos de 1988, cuando él era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en los que pide que el código de derecho canónico aplique las penas más graves contra los miembros de la Iglesia que incurren en un delito de pederastia. Eso es 1988. 'La Stampa', un periódico italiano, hizo en 2010 un recopilatorio, en el día de su cumpleaños, contando todos los pasos que había dado contra la pederastia dentro de la Iglesia. El enfoque cambia gracias a él: deja de ocultar casos, se centra en el dolor de las víctimas y de sus familias, se buscan sanciones y no se esconde el marrón. Se asume con mano de hierro la lacra más potente que tiene la Iglesia.
-Frente a las sombras…
-Yo a Ratzinger le considero una persona modélica en el ámbito del diálogo social. Él es Papa, pero también es profesor universitario, y el diálogo (también el interreligioso) es una clave de su vida. Su capacidad de diálogo, sin caer en lo políticamente correcto, buscando el punto de encuentro en la verdad. Era una persona muy brillante, muy lista, que supo poner su lealtad a la Iglesia por encima de su propio criterio personal. Y sus textos son una luz muy potente para todas las personas honestas que buscan la verdad, tengan el credo que tengan. Eso lo reconoce mucha gente: sus textos iluminan la cabeza y llegan al corazón.
-Si hubiera que recomendar uno para acercarse a sus escritos…
-'Introducción al cristianismo'. Es una manera de explicar la fe con mucho sentido común, un punto de sentido del humor y con una cierta modernidad. Esto ayuda a derribar otro mito de Ratzinger.
-¿Cuál?
-Se dice que era un conservador y yo defiendo que en realidad era un progresista, en el sentido literal del adjetivo: una persona que busca avanzar en el conocimiento de la verdad y no se queda en la comodidad del conservador estático, sino que va avanzando. Esto tiene que ver con que era un profesor universitario: crítico con las cosas y que busca seguir creciendo.
-¿Una persona así, como llega a convertirse en Papa? ¿Fue un puesto deseado por él?
-No, no. Él nunca quiso ser Papa y se sabe que en el cónclave que lo eligió, hizo el gesto de la guillotina, como si le cortaran un poco las alas. No le interesaba nada el poder, en el sentido de cargos. Era un sacerdote que hubiera sido feliz siendo un profesor universitario de Teología, sin más.
-¿Por qué fue elegido Papa, entonces?
-Yo creo que, después del papado largo de Juan Pablo II, se buscaba un Papa de transición. Y él, por la edad que tenía en ese momento (78 años), claramente lo era. Además, era la persona con más prestigio dentro de la jerarquía de la Iglesia, por su fidelidad a Juan Pablo II y a la fe. Y por sus dotes intelectuales y humanas. Como los católicos pensamos que en un cónclave el que manda es el Espíritu Santo, creo que en ese momento el Espíritu Santo quería mandar un mensaje a esa sociedad hiperventilada y que iba a cien mil por hora. Frente a eso, un Papa tranquilo, sereno, que buscaba la verdad, que invitaba a la reflexión de los valores humanísticos, en un momento en el que estamos perdiendo el norte.
-Para preparar el libro ha hablado con mucha gente, algunos que lo conocieron en su día a día.
-El libro es un reportaje largo en el que hablan muchas voces: cardenales, obispos, gente de la jerarquía de la Iglesia. Pero había que buscar el contrapunto del lado humano. Ratzinger vivió mucho tiempo en un barrio de Roma que se llama Borgo Pio y que está pegado al Vaticano. Yo quise hablar con su portero, su sastre, el zapatero o la persona que le vendía quesos en una tienda al lado de su casa. Y, por ejemplo, este último me contó que él se enteró de que era cardenal (y no un sacerdote, sin más) porque alguien, en la tienda, le llamó su eminencia. Eso te demuestra cómo va una persona por la vida. Todos coinciden en que era alguien entrañable que les miraba a los ojos, les preguntaba por sus cosas. Casi todos se emocionaban, y eso que todavía estaba vivo cuando hablé con ellos. Lo consideraban una persona de su familia. Tenían fotos de él en sus tiendas. Eso me llamó la atención, porque el tópico que ofrecían los medios era el de una persona fría y distante. Si embargo, la gente con la que ha estado cerca tiene otra visión de la jugada.
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