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Imagen de una celebración de Halloween en los años 70.

Disturbios mortales, el lado más siniestro del truco o trato

Desde Poe hasta el cine de terror, la fiesta de Halloween ha transitado por episodios históricos violentos e inquietantes

David Felipe Arranz

Valladolid

Miércoles, 30 de octubre 2019, 18:33

En el Halloween del cambio de siglo –del XIX al XX– encontramos que la fiesta de los muertos, importada de Irlanda y Escocia a los Estados Unidos con un sentido arraigado en los ciclos de la agricultura, acabó por convertirse en fuente de conflicto: los historiadores siguen buscando respuestas al comportamiento de algunos grupos sociales que tanto aterrorizaron a sus semejantes. Expertos como Robert Darnton han registrado masacres de animales o viejos ajustes de cuentas de carácter local: un modo de restituir la justicia social allí donde ni jueces ni fiscales podía alcanzar. Identificados además con la reivindicación del espacio femenino y de la infancia –habitualmente reprimidos–, estos festejos permitían a sus conmilitones llevar máscaras y encender hogueras, mientras las autoridades hacían la vista gorda.

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Instantáneas de la fiesta durante la Gran Depresión

Es lo que Walter Pritchard Eaton definió en la revista Outing (1912) como «robo, destrucción e incendios provocados». El Chicago Record recoge en 1894 cómo algunos clubes universitarios y sectas religiosas adoptaban por estas fechas ciertos rituales en los que incluso, como en Ohio, se elegía pareja contando granos de arroz… en medio de una fiesta de marcado carácter sexual.

El Daily Brittish Wigh de Kingston (Nueva York) del 30 de octubre de 1920 habla de bandas callejeras de niños que recorren la ciudad entre las 18:00 y las 19:00 pidiendo nueces y dulces: era el preludio de los bromistas, hombres y mujeres jóvenes que realizaban incursiones a altas horas de la noche reivindicando la simbología de los gatos negros, duendes, murciélagos, demonios, la magia y todo aquello que hiciese recordar a la tan temida hechicería de siglos anteriores. Ese 1 de noviembre, la Kingston Grand Opera House estrenó el drama terrorífico Jack O'Lantern, una extravagancia musical con los comediantes y bailarines más grandes de todos los Estados Unidos. Más de tres centenares de estudiantes de la Universidad de Queen, enloquecidos con la confusión de fantasía y realidad, asaltaron disfrazados el teatro esa noche y la policía hubo de intervenir y arrestar a sus líderes para sofocar la revuelta.

Impiedad en Canadá

En Canadá ocurría otro tanto: la Montreal Gazette de 1910 alertaba de la impiedad creciente de una fiesta impulsada para el recuerdo de los seres difuntos. Mientras los más pequeños visitaban los hogares para reclamar sus dulces tributos, sus hermanos mayores aprovechaban la mascarada para provocar altercados, asaltar domicilios y atentar contra el mobiliario urbano. El diario The Star denunciaba los disturbios de la ciudad de Whitby, que incluían allanamientos de moradas, sillas y balcones arrancados de los porches y muebles y ropa colgados de los postes telefónicos. El vandalismo se adueñaba de la urbe por unos días sin que los agentes de la ley pudiesen dar abasto ante el aluvión de denuncias.

En algunas ciudades estos adolescentes llegaron a derribar las vallas de los jardines, destrozar casetas, cambiar de orientación las señales de tráfico, montar barricadas en carreteras y caminos, inutilizar los tranvías y encender enormes fogatas en torno a las que se reunían a bailar compulsivamente mientras entonaban extrañas canciones. Estas 'bromas' llegaron hasta la década de los años cuarenta y durante sus violentas incursiones, los enmascarados salteadores podían allanar hasta catorce moradas en una sola noche.

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El automóvil, el nuevo símbolo de la prosperidad de Norteamérica, se convirtió automáticamente en el objeto de destrucción de estas catervas descontroladas: parabrisas enjabonados, neumáticos deshinchados o arrancados, embestidas deliberadas en la parte trasera con familias enteras dentro del vehículo… En el centro de las ciudades, la policía estaba en alerta permanente en tiempo de Halloween. En Winnipeg, durante la Depresión, el 1 de noviembre de 1930, las bandas juveniles que actuaban al margen de la dieron mucho trabajo a la policía: el diario local Winnipeg Free Press señala que «el divertido acto de dar y recibir, según las fuerzas de la ley avanzaban o retrocedían, se había convertido en un juego violento».

Estas acciones, que los periodistas definieron como una mezcla de «juerga y hooliganismo», culminaban a veces en una gran confrontación con heridos graves en las que participaban colectivos de descontentos y antisistema, como ocurrió en el Halloween de Richmond Hill, a las afueras de Toronto, en 1936. La broma acostumbrada devenía en peleas salvajes de fanfarrones y chulos disfrazados de aparecidos, payasos y animales a quienes los agentes del orden público habían de dispersar a porrazos. El reciente éxito del Joker muestra fidedignamente y más allá de la ficción cómo Halloween se les fue de las manos a los norteamericanos muchos años antes del nacimiento de Batman.

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