Raquel Delgado
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Raquel Delgado
El desarraigo elegido, según una escritora vallisoletanaEl pan, el pueblo, la familia, la amistad, la maternidad. Sobre eso escribe Raquel Delgado (Valladolid, 1988) desde una mirada marcada por 'Ser de fuera'. El título de su colección de cuentos publicada por Sexto Piso alude a la circunstancia que quiere indagar. Campaspero, Vitoria, ... La Coruña, forman parte de su geografía personal que no nombra. El anhelo de Delgado no es la autoficción sino el retrato sociológico a partir de sus relatos. El aclamado debut literario parece haberlo logrado.
–Comienza con el pan, alimento básico y primigenio. ¿La miga de su libro es su vida?
–Llevo toda la vida siendo de fuera desde que me fui de Campaspero a Vitoria. Reflexionando, pensé que eso mismo o ha vivido mucha gente de mi generación. Me pareció que era una circunstancia habitual del presente no vivir en el sitio que has nacido y crecido y hacerlo no tanto por necesidad, como les ocurrió a las generaciones previas, como para estudiar o trabajar fuera. Es algo específico, una manera concreta de vivir y escribí a partir de este concepto. Tuve antes la idea de ser de fuera que el contenido del libro.
–Cita a Annie Ernaux, ¿se ve en la literatura autorreferencial?
–No. Aunque haya cosas vividas por mí o muy cercanas, no fue la misma propuesta que Ernaux, ¡ojalá llegara a la altura de su obra algún día! No es abiertamente autobiografía. La mía es una propuesta de ficción, no cuento experiencias particulares con ánimo biográfico sino sociológico, con intención de analizar una circunstancia y una época.
–Cuentos de momentos ¿de la década más intensa, la que rompe con la infancia y cimenta la madurez?
–Me parecía que esos diez años entre la adolescencia y la entrada en la treintena es una época en la que se sedimentan algunas decisiones definitivas: enamorarse, casarse, tener hijos, primeros duelos, son experiencias muy comunes en abstracto pero a través de cómo las pasa una persona concreta y transforman su esencia. Me interesa esa época como momento en que te das cuenta de la verdad de la vida, eres consciente de cosas que antes no lo eras, una época llena de cambios.
–Nace en una región cerealística que sin embargo no ha capitalizado el glamur de la masa madre.
–Puede ser. El relato juega con eso, hasta que punto esos nuevos panes glamurosos y supuestamente mejores son en realidad mejores que el original y candeal. Siempre digo que el mejor pan del mundo es el de Campaspero. En el primer relato aparecen tres generaciones. El pan es el símbolo de incomunicación entre ellos, que han vivido situaciones diferentes. Para el abuelo, con una vida marcada por la escasez, el pan es algo que se custodia. Para el padre es el símbolo de una comida como 'dios manda' y en el presente, el pan es algo gourmet, un capricho del que puedes prescindir porque engorda. Es un símbolo de cómo ha avanzado este país.
–Vuelve a su origen rural sin necesidad de poner nombres. ¿Evita el exotismo con el que se mira la vida fuera de las ciudades?
–No lo escribí con ánimo de contrarrestar esa visión. Me interesaba no presentar los pueblos ni las ciudades como sitios idílicos. El pueblo tradicional y sus trabajos son muy duros, nada que ver con el pueblo de fin de semana para descansar o el pueblo elegido para vivir por circunstancias relacionadas con una vida tranquila. El pueblo no necesariamente es mejor que la ciudad, las personas son buenas y malas en todos los sitios y quería mostrar la dureza a la que se han enfrentado las personas hasta ahora.
–La familia como magma y la contención en la expresión sentimental. ¿Algo propio de su entorno castellano?
–Creo que sí, en las presentaciones me hablan de se ve claramente el carácter castellano en los relatos, la distancia, no tanta comunicación. Creo que queda bastante reflejada esa forma de ser del norte y el de las generaciones que nos preceden. El hombre castellano actual, quizá, es distinto. En el caso del libro está relacionado con el clima y el trabajo.
–La relación con la madre es distinta a la del padre. Usted ha crecido en una sociedad más paritaria y tiene una hija ¿hay menos diferencias hoy?
–Será una relación siempre distinta pero espero que haya más comunicación. Los cuentos reflejan la incomunicación entre padres e hijos pero con el tiempo irá cambiando. Hoy los hombres dan otro valor a la comunicación.
–¿Se oxidan las relaciones entre los amigos, familiares?
–Más que oxidarse creo que lo que se ve en los relatos es que cuando alguien se ha separado tanto del origen es muy difícil reinsertarse en ese origen con vueltas esporádicas. Al final estás viviendo con un pie en cada mundo y no se cruzan. Hay una parte importante de esa persona que es irrelevante en cualquiera de los sitios. En la ciudad no saben dónde nació y en el pueblo no importa dónde vives.
–¿Le mereció la pena?
–Es un desarraigo elegido, tampoco se puede quejar una. Se ganan muchas cosas estudiando fuera, vivir el mundo te hace más grande. Se pierden otras por el camino, no sale gratis.
–Le salieron cuentos ¿entrenamiento para una novela?
–Era la primera vez que escribía y la primera idea que tuve fue la de los hombres y el pan. Me pareció que la idea se ajustaba a la medida de un relato. Empecé m a desarrollar otras ideas y siempre se adaptaron a ese formato. Luego me di cuenta de que estar constantemente empezando y finalizando, es una estructura exigente. Me gustan mucho los cuentos, estudié a muchas autoras que nunca abordaron narración larga. La novela me facilitaría el no estar comenzando y finalizando siempre, pero con volver a escribir algo me conformo. Ser capaz de concluir este proyecto, aunque no lo hubiera publicado, ha sido mi premio.
–Hay una intención estilística por la sobriedad y la claridad.
–Es fruto de un esfuerzo por la precisión, me gusta mucho cuando lees una frase y es la que tiene que ser, dice exactamente lo que quieres expresar. Escribo lento porque me importa mucho que la palabra y significado sea exacto, conseguir que el lenguaje sea un valor. Eso intento y el relato corto lo permite. En una novela no puede ser tan, hay partes y voces de distintos tonos y se avanza de otra manera, pero el relato tiene una extensión que te permite incidir más en que el lenguaje sea protagonista. Intento ir a lo esencial, sin adjetivos, como Ernaux.
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