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Viernes, 13 de mayo 2022, 00:13
Cada vez que la mirada infantil de Óscar García Sierra (León, 1994) se despegaba del libro que estuviera leyendo en ese momento, las chimeneas de la central térmica de La Robla estaban ahí. Inmensas. Enormes. Con sus escupitajos de humo conquistando no solo el paisaje, ... sino también el estado de ánimo del lugar. Aquel escenario tan conocido por Óscar (pasó su infancia en La Robla y el vecino núcleo de Llanos)se ha convertido en protagonista de 'Facendera', su estreno en la novela de la mano de Anagrama. Porque, además, la casualidad ha querido que realidad y ficción se alíen de una forma casi milimétrica.
La novela ha llegado este jueves a las librerías y, en uno de sus capítulos, describe una fiesta vecinal en torno al derribo de las chimeneas de la central. Apenas cinco días antes, la dinamita se llevaba por delante las torres de refrigeración de La Robla. Ni a propósito. «Yo pensé que la demolición no sería tan pronto, por lo menos hasta dentro de un año. Y coincide justo con la publicación del libro», cuenta el escritor, asentado en Madrid desde los 18 años, donde se mudó para estudiar Filología.
Ese gigante de 18.000 toneladas que desaparece en apenas unos segundos era un ejemplo perfecto para «representar el colapso de los pueblos». «No es lo mismo que cierren las fábricas, que se viva el fin de las minas, a sentir esa desaparición de una forma más física», explica Óscar, que cuenta en su novela el regreso al pueblo leonés donde creció de un joven que desde hace años reside en una gran ciudad.
La suya es una vuelta a una España que se vacía y vive inmersa en un abandono cada vez más evidente.En la iglesia ya solo dan misa una vez al mes. El único bar que sigue abierto es hoy una casa de apuestas. En los edificios «hay más carteles de se vende que ventanas». La antigua discoteca de la comarca es un inmueble donde crecen las malas hierbas. Y unos vecinos que cada vez son menos, cada vez más solos, y con más débiles puntos de unión.
«Me interesaba contar, desde la mirada de la persona que vuelve, qué ocurre en un pueblo de este tipo, cómo se manejan las intimidades y se gestionan los cotilleos», cuenta García Sierra. En un momento de la novela, escribe:«Dicen que de muchos pueblos queda solo el recuerdo de historias que se cuentan mil veces para recordar los momentos en los que sí que ocurría algo».
«Lo que pasa –dice Óscar– es que en muchas ocasiones no sabemos si esas historias que se cuentan son reales o no». Las comunidades humanas se forman y evolucionan en torno a conversaciones, a rumores que pasan y circulan, a verdades que se convierten en leyenda y mentiras que, a fuerza de repetirse, parecen hacerse realidad. «Las historias nos unen. También las de ficción. Y las mentiras». Hay sucesos y anécdotas que se repiten mil veces en el pueblo, que se cuentan como algo fidedigno y que, tal vez, en realidad nunca ocurrieran.
Esa bruma de la autenticidad de las narraciones es material importante en 'Facendera', novela que toma como título una palabra común en la lengua leonesa. Con este nombre se designa a ese tipo de trabajo comunitario que moviliza a todo un pueblo con un mismo fin. Como cuando se convoca a todos los vecinos para limpiar una parque. También las historias compartidas son una forma de facendera, defiende esta novela, un hilo para coser comunidad.
Cuenta Óscar que descubrió esta palabra, facendera, hace tres años, de la mano de su hermana. «Yo no la había escuchado nunca, pero ella, que está más vinculada con la sociología, más interesada de origen en la lengua leonesa, me la explicó». En un principio, este no iba a ser el título de la novela. De hecho, la imagen, el símbolo de la facendera, no estaba en los planes de Óscar. Pero el vocablo se cruzó con la trama y le dio un nuevo vuelo. «Muchas de las cosas que quería contar se explican mejor con esa palabra».
La trama comienza cuando el narrador, un joven leonés que vive en la gran ciudad, comparte intimidades en una fiesta con Aguedita, una chica a la que le cuenta historias de su pueblo:la de un joven que murió en un accidente de tráfico, la de unas madres enganchadas a las pastillas, la de unas nebulosas relaciones entre unos jóvenes sin futuro ni nombre propio(son el hijo de la farmacéutica, la hija de 'El de los piensos'). Hasta que, pasado el tiempo, el narrador y Aguedita regresan al pueblo –para la voladura de la central– y se topan con los personajes reales de aquellas historias que se contaron en la fiesta. Se subraya así cómo, en muchas ocasiones, las relaciones se construyen con «mentiras y ocultaciones para mostrarnos menos débiles».
Los personajes se manejan con un lenguaje que recurre a los modismos actuales o que se apoya en palabras leonesas muy extendidas en la comarca minera, algo en lo que Óscar ha puesto especial atención. Porque la España rural también se vacía con la desaparición de sus vocablos. «Nos fijamos siempre en el cierre de industrias, de negocios, en el envejecimiento de los pueblos, la fuga de jóvenes, pero que ya no se usen ciertas palabras es un ejemplo más de ese fenómeno», apunta Óscar, quien hace unos meses, para mantener vivos los vestigios culturales de su comarca, se apuntó por Internet a un curso de leonés.
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