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Los siete hermanos Delibes de Castro donarán a la Biblioteca Nacional el manuscrito con el discurso del discurso de ingreso de su padre, Miguel Delibes, en la Real Academia Española (RAE) en un acto que se celebrará mañana en la sede de la BNE, donde ... dentro de diez días se inaugurará la gran exposición que conmemora el centenario del nacimiento del escritor y periodista vallisoletano.
Delibes leyó este discurso de ingreso, titulado 'El sentido del progreso en mi obra', el 25 de mayo de 1975, 27 meses después de resultar elegido para ocupar el sillón e minúscula en la RAE, y su intervención fue respondida en nombre de la institución por su paisano y amigo Julián Marías.
En los más de dos años que separan la elección de Delibes como académico, el autor vivió el acontecimiento más doloroso de su vida, la muerte de su mujer, Ángeles de Castro –en noviembre de 1974, a los 51 años–, «la mejor mitad de mí mismo», en propias palabras del escritor y la que más feliz, más incluso que el propio novelista, se mostraba por su ingreso en la RAE. Hay testimonios familiares que describen el entusiasmo de Ángeles. «Cada mañana pensaba: ¿Por qué estoy contenta? Y se contestaba: ¡Ah, sí, la Academia!».
En recuerdo de esa alegría, el flamante académico incluyó en su discurso un emocionado y emocionante párrafo en memoria de su esposa, un párrafo tan íntimo que finalmente se vio incapaz de leer, de manera que nunca fue pronunciado pero que afortunadamente sí se recogió en las diferentes ediciones impresas del discurso y donde puede leerse: «Objetaréis, tal vez, que al faltarme el punto de referencia mi presencia aquí esta tarde no pasa de ser un acto gratuito, carente de sentido, y así sería si yo no estuviera convencido de que al leer este discurso me estoy plegando a uno de sus más fervientes deseos y, en consecuencia, que ella ahora, en algún lugar y de alguna manera, aplaude esta decisión mía».
En su respuesta en nombre de la Academia, Julián Marías hizo alusión a la mujer de su amigo en el texto de respuesta, describiéndola como alguien cuya alegría «aligeraba la pesadumbre de vivir».
La singularidad de su discurso era que se trataba de un texto nada académico ante un público formado casi exclusivamente por académicos. Incluso la literatura y el lenguaje pasan a un segundo plano ante el verdadero centro de atención, la denuncia de una concepción de progreso deshumanizada por no integrar en ella el respeto a la naturaleza, la «casa común». En este sentido, Delibes pone de manifiesto que no habla a humo de pajas de los riesgos del progreso exacerbado y cita las conclusiones del aún reciente Manifiesto de Roma, un informe firmado en 1972 por la biofísica y científica ambiental Donella Meadows y otros autores por encargo del Club de Roma sobre los límites del crecimiento y que llegaba a la conclusión de que si el crecimiento de la población mundial, la industrialización, la contaminación, la producción de alimentos y la explotación de los recursos naturales se mantuvieran en los ritmos que se registraban en ese momento, en los siguientes cien años se alcanzarían los límites absolutos de crecimiento.
Delibes propone en su discurso «armonizar naturaleza y técnica de modo que ésta, aprovechando los desperdicios orgánicos, pudiera cerrar el ciclo de producción de manera racional y ordenada». Ahí estaba don Miguel, a sus 55 años, que en el arranque de su intervención había advertido que «a pesar de este frac o, quizá sería mejor decir, dada mi escasa afición a estos atuendos, de este disfraz (...)», hablando de reciclaje (también alertó sobre el fenómeno de la obsolescencia programada) ante un auditorio de ilustres escritores más o menos ilustrados, casi todos mayores que él, en un ambiente solemne de cortinones, tapices y usos protocolarios no precisamente modernos.
«Debo reconocer, –anuncia–, que la elección de tema (...) no me ha sido fácil (...). ¿Cómo meterme en literaturas ante un auditorio tan competente en esta materia? Estaba, por otra parte, la actitud de mis compañeros periodistas, después de mi elección, poniendo el acento en mi vocación campestre: 'Un cazador a la Academia' (...). ¿No estarían ellos (...) abriéndome el cauce por donde mis palabras deberían discurrir? ¿Por qué no traer a la Academia una de las preocupaciones fundamentales, si no la principal, que ha inspirado desde hace cinco lustros mi carrera de escritor? ¿Por qué no aprovechar este acceso a tan alto auditorio para unir mi voz a la protesta contra la brutal agresión a la Naturaleza?». Y a continuación defiende: «El verdadero progresismo no estriba en un desarrollo ilimitado y competitivo, ni en fabricar cada día más cosas, ni en inventar necesidades al hombre, ni en destruir la Naturaleza, ni en sostener a un tercio de la Humanidad en el delirio del despilfarro mientras los otros dos tercios se mueren de hambre, sino en racionalizar la utilización de la técnica, facilitar el acceso de toda la comunidad a lo necesario».
Un discurso revolucionario leído apenas seis meses antes de la muerte del dictador. Un alegato en defensa del medio ambiente con una óptica conservacionista, pero no militante ni política, que reivindica el humanismo a través de la denuncia de las desigualdades desde la justicia social y que defiende el medio rural en su concepción más amplia, desde su dignificación hasta la recuperación de un conocimiento, un habla o unos oficios que se estaban perdiendo en un entorno caído en el abandono, el envejecimiento y la emigración.
El discurso de un autor meticuloso que, consciente de moverse en terrenos ajenos, pidió ayuda a su hijo Miguel Delibes de Castro, biólogo, cuya contribución fue decisiva para que el texto no se viera como un alegato contra el progreso en sí, sino contra una idea equivocada del mismo.
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