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La escritora Lídia Jorge. F. Ferville
«La curiosidad es el oficio humano más elevado»
Lídia Jorge, escritora

«La curiosidad es el oficio humano más elevado»

La narradora portuguesa más reconocida visita el club de lectura vallisoletano de El Rincón de Morla para hablar de 'Misericordia', su última novela, este lunes

Victoria M. Niño

Valladolid

Domingo, 9 de marzo 2025, 12:43

Desde que comenzó a publicar en 1980, Lídia Jorge (Boliqueime, 1946) no ha dejado de cosechar premios nacionales e internacionales. El último, el Premio Médicis por su novela 'Misericordia' (La umbría y la solana) con la que viene este lunes a Valladolid. A las 19:30 h. hablará con el club de lectura de El rincón de Morla sobre el Hotel Paraíso, sobre su protagonista, la señora Alberti y sobre su lúcida vejez.

–En la voz de 'Misericordia' resuena la de su madre, ¿hasta qué punto ha tenido imbuirse o emanciparse de ella para sostenerla durante tantas páginas?

–Uno no piensa en el proceso cuando escribe con cierta urgencia. En el caso de 'Misericordia', se trata de una voz mixta, hecha del recuerdo muy presente de una persona y, al mismo tiempo, de la metamorfosis que sufre esa persona. Necesitaba intercalar el recuerdo de un flujo verbal que me era muy querido con la energía necesaria para ordenar, desplazar, sintetizar, condensar la memoria de una vida en un año y llevarla al escenario donde se desarrolla la acción. Fue un esfuerzo literario sin artificios; surgió de la urgencia de no olvidar.

–El discurso de la anciana tiene sus paréntesis oníricos, la noche. ¿La amenaza de dejar de ser consciente dobla su resistencia?

–Sí, la señora Alberti se da cuenta de lo que le pasa y se vigila, lucha contra los efectos del tiempo, es consciente pero sin perder la alegría de vivir. Está conectada a la civilización, comprende lo que ocurre en el mundo y está comprometida. Como se ve en varios pasajes, duda del más allá y de la eternidad, y porque duda, se entrega al paso del tiempo con energía, como si fuera una joven con la vida por delante. Incluso su lucha con la noche es una lucha contra el olvido y la ignorancia, por la memoria activa. Por alguna razón, su discurso comienza y termina con la mención de la noche, su adversaria.

–¿La curiosidad es el motor último de nuestros cuerpos?

–La curiosidad es el oficio humano más elevado, la fuente de la ciencia y el progreso. Pero no todo el mundo la mantiene viva hasta el final. Muchas personas pierden el interés por descubrir lo que no saben y dejan de hacerse preguntas. Otros, en cambio, mantienen activa su curiosidad y hacen de ella su herramienta vital. No sé de dónde viene este deseo, yo diría que se localiza en la mente, sea cual sea su naturaleza, si es un producto del cuerpo o una entidad autónoma. En cualquier caso, mente y cuerpo son hermanos gemelos, y la curiosidad, esa llama que nos anima, creo que procede de ambos. La señora Alberti acaba queriendo ver todo lo que ocurre a su alrededor, bueno y malo. No depone las armas. Quiere conocer el sentido de la vida hasta el final.

–Cerrar la casa ¿metáfora de la renuncia de quien emprende un camino sin retorno?

–La Sra. Alberti acepta que hay fases en la vida y analiza eso profundidad. En el capítulo 52 del libro, habla sobre esta cuestión y encuentra una respuesta. Yo diría que tanto en la persona que conocí, que fue mi madre, como en la figura que creé a partir de ella, hay una conciencia del paso del tiempo y la aceptación del mismo. Lo que hace la señora Alberti es tener un gesto de altivez ante la vida. Y este desprendimiento, fruto de la altivez, no termina con ella, la alimenta.

–¿Cómo es la relación de esas madres con las hijas que educaron para vidas tan distintas?

–Lo más común es establecer lazos de amor teñidos de momentos de incomprensión. La psicología nos enseña que las hijas de Yocasta, la esposa de Edipo, siempre cuestionan a sus madres y viceversa. Las disputas suelen estar generadas por la ambición de la madre, que ha estimulado a su hija y depositado en ella una esperanza ilimitada, y la hija, que vive fuera de este marco, porque se encuentra en otro tiempo social e histórico. Más allá de los desencuentros, las mujeres de mi edad albergan una gratitud sin límites hacia las mujeres nacidas en los años veinte y treinta que les dio acceso a la cultura. El salto fue gigantesco.

–Cierra los capítulos con un poema, ¿son apuntes, moralejas?

–Son notas, pero no moralejas. Son pensamientos sueltos que la señora Alberti apuntaba cuando ya no podía escribir en su diario. Son resúmenes de sus vivencias. Palabras cortas para no olvidar lo que vivía, lo que recordaba y que sintetizan lo que piensa de la realidad. Transmiten estados de ánimo.

–¿La decisión de Alberti de renunciar a la información del mundo le tienta?

–En absoluto. El mundo parece deslizarse hacia un lugar lleno de sombras, pero sólo nos deslizaremos hacia allí si no estamos atentos a nuestros pasos comunes. Quiero estar informada. Mi problema es que la propia información también se desliza hacia lugares oscuros. Es cierto que no se puede llegar a la verdad, pero si perdemos ese objetivo, nos veremos privados del mayor activo de los seres humanos: la creencia de que la información es una parte válida de la verdad.

–Ni vejez ni enfermedad estaban en la agenda de Occidente hasta la pandemia.

–La pandemia nos ha enfrentado al espectro de la finitud global, la fragilidad de la vida humana y la vulnerabilidad de la Tierra. Ha marcado una nueva era. La vejez como tema se inscribe en este panorama de toma de conciencia de nuestra precariedad. Pero además, estallaron dos guerras, una de ellas en el centro de Europa, que alimentan el sentimiento de inseguridad en Occidente. De repente, todos somos viejos y todos somos niños, todos somos tan frágiles como ellos. La literatura, al ser hija de la subjetividad, ha abierto sus puertas a los temas de la fragilidad, mientras unos se arman para ser fuertes entre los fuertes, y los pacíficos se arman de nuevo para que no acaben con ellos. A los europeos nos cuesta creerlo. El mundo ha cambiado en cuatro años.

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