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Ha transitados las montañas como Thoreau, Walser o Hesse los caminos. Geógrafo físico de profesión, siempre miró al paisaje con el eco de lecturas tan variopintas como Azorín, Cirlot, Verne o Swift. Tras los exitosos libros 'La tierra de Jules Verne' o 'La montaña y el arte' (todo en Fórcola) ahora Eduardo Martínez de Pisón, (Valladolid, 1937) baja al Averno en 'Viajes al centro de la Tierra'.
–¿Dejó las montañas por el epicentro de la Tierra?
–Todo empezó porque tenía dos libros que adoraba desde hace muchos años; uno era el 'Viaje al centro de la Tierra', de Verne, y otro, 'Laura', de George Sand. Mi libro es un homenaje a las dos novelas. Es un complemento al que hice de Verne. He sido profesor de geografía física y he enseñado el interior del planeta sin meterme nunca en la otra cara de la Luna, en el sentimiento y en la cultura literaria desde los clásicos grecolatinos hasta las películas de hoy. No es solo ciencia ficción, hay ingredientes religiosos y metafísicos. La literatura está llena de paisaje invertidos y de fantasía arrolladora. Hay fantasía del cielo y de los paisajes perdidos así como del interior del planeta.
–Este sí que es un viaje imposible, al que solo se acercan los buzos de profundidad.
–Aún así el viaje a las cavernas de los fondos abisales es un viaje por la corteza. El viaje del espeleólogo en grutas llega hasta una profundidad muy pequeña, cuatro kilómetros. Queda mucho hasta el núcleo terrestre.
–Y como demostró Empédocles, que entró en el volcán y solo salió despedido su zapato, sin retorno.
–El viaje al Averno no tiene retorno, es un viaje al mundo donde está almacenado el pasado. El fondo de la Tierra para los clásicos era el alma del tiempo pasado, en el que pueden encontrarse políticos, guerreros, poetas o el padre fallecido. Los grandes héroes bajan al Averno buscando el pasado. Ulises busca allí un geógrafo que le ayude a encontrar la ruta de vuelta. Luego se convierte en un lugar de castigo, donde viven traidores, asesinos, ladrones, reyes, y eso se cristianiza y adquiere mayor importancia con Dante y su 'Divina comedia'. La primera parte es el descenso al infierno, hasta el centro donde impera el rey de Averno, Luzbel. Es el inframundo del castigo.
–¿Qué hace un geógrafo físico, que se ha movido en los parámetros de la ciencia, adentrándose en el proceloso terreno del arte?
–Ir por los límites del conocimiento. La geografía tiene confines, islas, que puedes transitar después de haber cumplido con lo profesional tras una vida de investigador atenido a lo estricto de la ciencia. Tener cubiertas las espaldas me ha permitido meterme en estas fronteras del conocimiento. La recopilación literaria por gusto y placer la he hecho siempre, aunque no usaba esa información. El otro lado del espejo es enormemente atractivo y una geografía fantástica. Mientras que el mundo de la geografía real es limitado este es infinito, inagotable.
–¿Por qué el fuego, los volcanes, son tan atractivos para la iconografía religiosa?
–El fuego es central, mezcla la geografía y la experiencia de los volcanes en actividad. Durante los siglos XVI y XVII hubo un gran debate sobre si el fuego de los volcanes era el del castigo divino, si era el 'fuego sin luz'. El fuego del Averno es solo para los malos y una erupción, siempre ha habido volcanes en erupción, castiga a buenos y malos. Era un razonamiento simpático. El interior de la Tierra ha dado pie a creencias, fantasías y especulaciones, de tal manera que todos los descensos son una saga con parábolas, con significados distintos al compás de la cultura de la época. Yo me he quedado en Verne, Dumas y Sand. Normalmente estos autores del XIX hacen como Swift en 'Gulliver', que le envía a una tierra desconocida donde unas veces encuentra enanos y otras gigantes que son la excusa para comparar con realidades en su país, Gran Bretaña. En el caso de los que hacen el viaje interior, encuentran sociedades parecidas a las de la superficie. Siempre tiene una carga social y política. Me he divertido haciendo este libro en el que he querido estructurar la imagen de estos viajes imaginarios.
–Fue alpinista, ¿no le tentó la espeleología? La define como «la geografía de los descubrimientos propia de nuestro tiempo».
–De joven hice espeleología en Castilla, hice los mapas de las cuevas de Pedraza. Luego me tiraron más los paisajes abiertos, más las montañas que las cuevas. Los espeleólogos son gente estupenda, gente interesante y poco conocida. La aventura en la oscuridad es fascinante y la cueva es hogar de grandes mitos, de los dragones, del acceso al inframundo. Creía que era bueno hablar con un espeleólogo y elegí a mi amigo Carlos Puch para el epígrafe el libro.Es un hombre entregado a la espeleología desde joven.Sus palabras aclaran mucho sobre la mirada de estas gentes a la exploración científica ya la aventura del último paisaje por conquistar de al tierra.
–George Sand es conocida por su relación con Chopin y sus novelas románticas. Usted la descubre como 'pirineista'.
–Sí, es más conocida por los amores románticos. La novela sentimental. Pero su obra está llena de referencias a la montaña. Tiene cuentos sobre ellas y en sus memorias habla mucho de su estancia durante 1825 en el Pirineo. Entonces era una joven fuerte y audaz, le gustaba adentrarse en el paisaje agreste, ir con guías que eran contrabandistas a ver osos. Escribió unos cuentos poco antes de morir para sus nietos contando sus aventuras pirenáicas. Tuvo tal afán por la naturaleza que le llevó a estudiar la vida mineral y animal. En 'Laura' propone una expedición al Polo Norte para encontrar el agujero que llevaba al interior planeta. Fue una visionaria que imagina cómo se forman las geodas y un paisaje de piedras preciosas. Hay una alucinación en torno a un interior cristalizado, lleno de joyas. Eso prueba que la imaginación es un modo de acercarse a una realidad como la ciencia. La imaginación tiene el poder de encantar. Al mismo tiempo aparece la codicia, la rapacidad del hombre que siempre existió y cómo da pie al afán destructivo de un personaje como Naias. Es un juego entre tres vértices del triángulo: la ciencia pura, la imaginación desbordante y la codicia.
–Es un gran defensor de la protección de los parajes naturales ¿los subterráneos necesitan defensa?
–El mundo de las cavernas tiene un afán turístico muy grande. Algunas lo soportan estupendamente y otras, peor. Es un ecosistema a vigilar y mantener porque hay seres vivos, los troglobios, que las habitan. En la superficie terrestre tenemos que tener más cuidado porque las amenazas son mayores y es donde vivimos, no vivimos en cuevas de forma habitual. Mi pasión por las montañas y el paisaje me ha hecho conservacionista porque he conocido, gracias a ese conocimiento he admirado lo que me ha producido respeto. Eso me lleva al proteccionismo.
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