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Daniel V. Villamediana (Valladolid, 1975) tuvo, como todo adolescente de la época, su tertulia con voces del mas allá a través de citas espiritistas. Aquellos contactos le hacían despegar de una ciudad que sentía inhóspita y de una vida escolar tediosa. Creció y mantuvo su « ... búsqueda espiritual» desde la historia y la antropología. Acaba de publicar 'La belleza de lo oculto' (Eolas) dentro de la colección de ensayo que dirige Gustavo Martín Garzo.
«Ese interés por lo espiritual nace de la necesidad de comprender, de acercarse a una realidad invisible que afecta a nuestra forma de entender el mundo. Es una constante que va de los chamanes hasta los pintores del siglo XX. Hay una pintora sueca Hilma af Klint, considerada pionera del arte abstracto, muy relacionada con el esoterismo», relata quien hace un recorrido por aquellos que se han asomado a lo oculto desde la filosofía, el arte o la ciencia.
«Desde mis estudios humanistas he ido entendiendo mis impulsos y mis necesidades, que concuerdan con la necesidad general del hombre por creer en utopías, en esos paraísos invisibles llenos de belleza a los que solo la libertad de pensamiento permite llegar. No son realidad y, sin embargo, hay personas que son capaces de verlos».
De fantasmas, personales y compartidos, de viajes astrales y de la experiencia de su bola de cristal habla también Daniel, de todos los «atisbos de trascendentalidad». Porque en «todas las culturas, desde San Juan de la Cruz a los aborígenes australianos hay una esperanza de lugares extraordinarios para vivir tras la muerte. Ese es el gran tema, un lugar donde mantener nuestras almas sin cuerpo. Es una misma idea con distinto imaginario».
Ese es el punto de partida de muchos artistas convocados en el texto del vallisoletano. «Es una cuestión creativa en el sufismo y en William Blake, por citar dos»
Villamediana escribe y también hace películas. «Me interesa el lado místico del cine, la capacidad de la cámara para captar lo invisible, lo que escapa a nuestro ojo, lo extraordinario y lo único. Desde el principio me gustó el cine que tenía una vena espiritual, que buscaba lo trascendental, por eso me interesa Valdelomar, Ozu, Bresson o Paul Schrader que quieren captar lo espiritual».
La cámara, como las tablas de espiritismo, como la bola de cristal, como los espejos, es un «invento mágico, una máquina de capturar almas de muertos, otras realidades.Una herramienta de visión que permite asomarse a otros lugares y acceder a otros tiempos, tanto pasados como futuros». Eso lo ha llevado a su cine, por ejemplo en 'Cábala Caníbal'.
Daniel conecta con una magia renacentista que se acerca más a procesos mentales, a «técnicas de concentración antiguas». El deseo de algo es el primer paso para su ejecución. «De joven fue para mi una forma de aprender a visualizar una obra en mi cabeza.Ya se hacía en el arte rupestre, los pintores trasladaban a la pared la imagen que tenían en al cabeza. La imaginación es fundamental. Colón fue un gran imaginador cuyas ideas estaban por encima de la realidad, de manera un poco quijotesca. La idea del sueño previo a la realidad está en Marsilio Ficino, en Giordano Bruno. La magia antigua estaba ligada al Eros, a la atracción, no eran los ejercicios mágicos de Harry Potter sino que respondían a la concentración y a la conexión con el objeto de deseos hasta tal punto que se tenía potestad sobre él. Siempre es interesante ir a la fuentes».
El romanticismo decimonónico crea una estrecha relación «entre la magia y los sobrenatural, lo misterioso, que convierte a la magia en algo fantasioso y literario, en la búsqueda de lo sublime. Sin embargo, hasta el Renacimiento los que sabían de magia también tenían conocimientos científicos. porque todo está relacionado con el conocimiento del universo». Lo que sí es común a todos y en todos los tiempos, a decir de Daniel, es que «todos creemos en la suerte, en el destino, en las energías, pensamos que harán que nos pase algo bueno».
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