Concepción Porras, en un café de Valladolid. José C. Castillo

Concepción Porras: «La exhibición del poder femenino hace que la mujer lo pierda»

La profesora de la UVA debuta en la ficción con 'Espejos para una corte', novela histórica sobre el espionaje industrial de Luis XIV a Venecia

Victoria M. Niño

Valladolid

Jueves, 27 de enero 2022, 00:08

Escribir forma parte de la práctica diaria de su tarea como profesora de arte de la Universidad de Valladolid, pero fue una coyuntura personal la que la llevó a la ficción, esa otra escritura libre de la tiranía de la cita académica. María Concepción Porras ... Gil creó «un mundo paralelo» que la ayudó «a soportar la cruda realidad. Por eso elegí Versalles». Así nació 'Espejos para una corte', novela histórica que ha visto la luz en la colección de la UVA Licenciado Vidriera.

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Le encanta el espionaje industrial y se zambulló en un episodio histórico, el robo de la patente de los espejos venecianos por parte de Francia. Las aventuras de la Corte de Luis XIV, su traslado de París a Versalles, las industrias del lujo que disfrazaban un estado en bancarrota y el poder en la sombra de las mujeres conforman el paisaje en el que se mueven una veintena de personajes, muchos de ellos reales –Madame de Montespan, Colbert, Olimpia Mazarino...– y otros salidos de la pluma de Porras.

«Soy una mujer y escribo desde ese punto de vista. Creo que la mujeres tienen más recorrido, su universo es más rico, menos evidente», afirma quien detecta el cambio del barroco hasta hoy. «Ahora exhibimos ese poder y lo que se muestra demasiado pierde a veces su esencia para quedarse en una formalidad. Entonces hacía una labor sutil, sería lo que hoy llamamos un poder blando, el que no detectamos pero existe, cambia las mentalidades y es capaz de dirigir guerras». Hay una conversación en la novela en la que una aristócrata dice «el poder siempre ha sido dominado por las faldas. En París las llevamos las mujeres y en Roma, la curia». Yes que aunque Luis XIV era «el rey sol, alrededor gravitaban muchas mujeres y, a veces, dirigían su órbita».

Imparte clases de Percepción y gusto artístico y de Arte islámico. «La primera estudia el pensamiento de cada época y lo inclina hacia las artes. No hay formas arbitrarias». Quizá por ello Porras se vestía con un jersey «muy María Antonieta» cada vez que escribía, quizá por eso puso especial empeño en meterse en la mentalidad del momento.

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«Los historiadores manejamos documentos y los valoramos desde nuestro tiempo. En la novela, me sumerjo en el barroco, en esos nobles que enfocan la vida desde ese estado superior que tiene una normas distintas que disculpan cosas punibles en otras clases». Memorias y correspondencias han sido fundamentales en la elaboración. «Hay citas sacadas directamente de alguna carta, como cuando Ninon le dice a su discípula Marguerite 'el amor es una comedia en la cual los actos son muy cortos y los entreactos extremadamente largos'».

La cerámica de Iznik (Turquía) y su entrada en Europa a través de Delft, en los Países Bajos, la artesanía del cristal de Murano, los textiles o la moda arquitectónica que intenta imponer Bernini en el Louvre son réditos documentales basados en su quehacer académico.

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«En ese momento comienza el cambio de modas. No se podían usar los mismos vestidos en verano que en invierno y había que renovar el atuendo cada poco en ese escaparte que era la corte. Así que se aligeran las telas. Tejidos como el algodón o la sarga, que nadie usaba antes en la nobleza, se utilizan por ser más baratos. Por otra parte, con lazos, broches y puntillas transformaban un traje. Es el momento en el que se configura el glamur francés, el chic, el estilo». No en vano Luis XIV encarna el poder del oropel.

«Los historiadores siempre dicen de él que con un billete de segunda viajó en asiento de primera, es decir, con un estado en bancarrota solo le quedaba representarse a sí mismo. Por eso contrata a Bernini, el artista del papa. Aunque a este le perdió su locuacidad. Se le echó la corte encima porque consideraba solo válido el arte romano y ninguneaba lo francés. Hasta que las nobles galas reaccionan y se preguntan por qué importar el patrón romano pudiendo hacer uno propio».

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Porras envía a Giulia a copiar la forma de hacer espejos en Venecia, cuando la serenísima república guarda celosamente las patentes que permiten el monopolio de un objeto demandado en toda Europa. «Las mujeres han sido grandes espías de hecho el término es femenino. Si vas al Archivo de Simancas, en la documentación aparecen 'las' espías. El mejor aliciente para soltar la lengua son las sábanas. Las mujeres grandes espías y grandes envenenadoras a lo largo de la historia», explica.

El quid del azogue

En cuanto a la moda de los espejos, esa que pervive en los teatros, por ejemplo, le da pie a muchas metáforas. «El espejo tiene mucho embrujo, permiten ver la realidad invertida y logra enmarcar, encerrar, lo que vemos normalmente en movimiento. Guarda muchas posibilidades, valores, creencias. Unos ven lo real, otros consideran que captura el alma. Se creía que cuando alguien moría su alma podía chocar con el espejo y perder el rumbo, por eso se tapaban. O si se rompían, auguraba mala suerte». El primer artesano que intenta fabricar espejos en Francia tras espiar en Venecia, Della Mota, se queda en «espejos negros, porque no dominaba los azogues. En vez de reflejarse la luz sobre una base plateada, lo hacía sobre una base negra. Es una metáfora del submundo, de los bajos fondos. La fascinación era ver la realidad de forma nítida».

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El fulgor barroco de Versalles y la organización de las fábricas reales de manufacturas llegaron a España con los Borbones. En Madrid cierra su periplo novelesco Concepción Porras, que ya está en la siguiente ficción histórica.

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