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En pocas páginas se ha visto a Machado «tan humano» como en este diario de viaje que, de la mano del poeta Carlos Aganzo, recorre los escenarios vitales del genio de 'Campos de Castilla'. De los patios andaluces de su infancia a los días azules de su exilio francés. De sus escapadas juveniles a París hasta su formación en Baeza. De su constante regreso a Madrid a sus largos años en Castilla yLeón, con paradas fundamentales (para su vida, su obra, su corazón) en Soria y Segovia.
'Las ciudades de Machado' –ya va por su segunda edición en Tintablanca y este martes 26 se presenta en la capital segoviana– es una biografía móvil, con ilustraciones del cordobés Daniel Parra, que acompaña al poeta, al dramaturgo, al intelectual («el primer santo laico de la historia») por las calles que pisó, las pensiones donde durmió, las cafeterías en las que se enamoró. «Los santos lugares machadianos».
Hilvanados los datos con los versos más destacados de cada época, el libro permite comprobar «cómo cada ciudad en la que vive condiciona la vida del personaje». Sevilla, Madrid, París, Baeza, Rocafort, Barcelona, Collioure. Pero, sobre todo, Soria y Segovia.
«Machado se hace poeta en Soria. Y no solo poeta, sino icono de la generación del 98», explica Aganzo. El 1 de mayo de 1907, llegó en tren a la ciudad, la capital de provincia más pequeña de España (7.151 habitantes tenía entonces). Antonio acababa de ganar las oposiciones a profesor de francés en segunda enseñanza y eligió Soria como destino, por delante de Baeza o Mahón (sus otras opciones). No sabía aún que allí viviría «los momentos más dulces y terribles de su vida».
Su primer cobijo lo halló en la pensión de Regina Cuevas, en el número 54 (hoy 34) del Collado, la calle más concurrida y comercial de la localidad. Apenas pasó allí unos meses, porque la pensión cerró en diciembre y los huéspedes fueron realojados en otra casa, la que atendía Isabel, la hermana de Regina, en la esquina de la calle Estudios con Teatinos.
Isabel Cuevas y su marido, Ceferino Izquierdo (sargento jubilado de la Guardia Civil) eran los padres de Leonor, una joven de 13 años de la que el poeta (tenía 32) quedó perdidamente enamorado.
«Machado encontró el amor de una manera bestial. Un amor dificultoso, con la terrible complejidad de que ella menor de edad», cuenta Aganzo, quien recuerda que los paseos de la pareja por el Collado se convirtieron en «la comidilla de la ciudad». Al año siguiente, Antonio le pidió a Ceferino la mano de Leonor. Se casaron en la iglesia de Santa María la Mayor (aunque el templo al que solían ir a escuchar misa era Santo Domingo). «Si la felicidad es algo posible y real –lo que a veces pienso– yo la identifico mentalmente con los años de mi vida en Soria y con el amor de mi mujer», escribió.
Los ecos sorianos de Machado resuenan en el instituto que hoy lleva su nombre y que aún conserva intacta el aula en la que impartió clases.Entonces se llamaba Instituto General y Técnico, en un antiguo convento jesuita del siglo XVII. La ruta invita a acercarse por el Círculo de la Amistad (Casino Numancia), donde Machado compartía tertulia con José María Palacio Girón, director de 'El porvenir castellano', quien acompañó al poeta hasta la Laguna Negra que inspiró 'La tierra de Alvargonzález'. Aquí, en Soria, fruto de sus largos paseos y de la implicación con el paisaje, escribe su libro «más machadiano», 'Campos de Castilla' (editado en 1912). «Dejó de lado el modernismo para adentrarse en 'lo esencial'», explica Aganzo.
Un año antes, en 1911, Machado aprovecha una beca de ampliación de estudios del Instituto de Instrucción Pública para pasar una temporada en París. Era la tercera vez que Antonio visitaba la capital francesa (después de dos viajes de juventud junto a su hermano Manuel). Ahora le acompañaba su joven esposa Leonor, entonces 16 años. Se alojaron en el Hotel de l'Academie.El 13 de julio, «cuando preparaban una pequeña escapada por la Bretaña», Leonor se siente mal y empieza a escupir sangre. Hasta el día siguiente no es atendida por los médicos. Tuvo que estar mes y medio ingresada, antes de que le recomendaran regresar al aire puro de Soria, que podía ser beneficioso para tratar su enfermedad. Pero el mal era irreversible.
A su regreso a Soria, alquilaron una casa en el camino del cerro del Mirón y salían a pasear (ella en silla de ruedas) por el entorno de la ermita y hasta el mirador de los Cuatro Vientos. Leonor murió el 1 de agosto de 1912. Una semana después, el día 8, Machado abandona Soria y solo regresará a la ciudad treinta años después, el 6 de agosto de 1932, cuando el Ayuntamiento de la ciudad le nombra hijo adoptivo, en el rincón del poeta, en el paseo desde San Polo hasta San Saturio.
Los primeros duelos de la viudez los pasa Machado en Baeza, donde completa sus estudios universitarios, conoce a García Lorca y «termina de convertirse en el espolón poético del 98». Siete años después, el 26 de noviembre de 1919, llega a Segovia, ciudad donde permanecerá trece años. Bajo el acueducto vive «su plenitud literaria;es el triunfo del Machado pedagogo y pensador, más allá del poeta», se cuenta en este libro de viajes.
Antonio tenía a su madre y la mayor parte de su familia (hermanos, tíos, sobrinos )en Madrid. Y su deseo era estar lo más cerca posible de ellos. La plaza disponible más próxima era Segovia, donde vivía entre semana para, los viernes, poner rumbo a la capital. Aquellos primeros días segovianos, en noviembre de 1919, se alojó en un pequeño hotel hasta que, muy pronto, un amigo, el archivero José Tudela, «le condujo hasta la casa de huéspedes de Luisa Torrego, en la calle de los Desamparados», convertida hoy en casa museo.
Allí tuvo cuarto Machado hasta 1932. Solía vivir en pensiones, de forma frugal, austera, porque buena parte del dinero que obtenía con su sueldo como docente lo destinaba a obras sociales y, sobre todo, lo ahorraba para viajar y ayudar a su madre y su familia en Madrid. En Segovia, Machado impartía clases en el instituto General y Técnico de la ciudad, bautizado luego como Mariano Quintanilla, uno de sus grandes amigos.
Otra de las amistades que cultivó en Segovia fue la de Blas Zambrano (el padre de María, la gran pensadora española del siglo XX). Junto a Zambrano y José Tudela, Machado participaba cada semana en las tertulias de San Gregorio, donde profesores, escritores y artistas se reunían en el taller del alfarero y ceramista Fernando Arranz.
En el seno de esta tertulia nació la idea de la Universidad Popular Segoviana (en 1927 se rehabilitó la iglesia románica de San Quirce como sede). Ese mismo año, Arranz se marchó a América y la tertulia quedó huérfana. Machado encontró acomodo para sus charlas y encuentros con Quintanilla en los cafés Castilla, Juan Bravo, La Suiza o el Casino de la Unión, en la calle Real.
«A caballo entre Segovia y la capital del reino, el autor de 'Campos de Castilla' se consolida en este tiempo como uno de los escritores de referencia de la Edad de Plata», escribe Aganzo. Los versos van dejando paso a «las reflexiones, la crítica, el pensamiento». Y el teatro. Junto con su hermano Manuel escribió varias piezas que cosecharon ovaciones en los escenarios madrileños. 'Julianillo Valcárcel', 'Juan de Mañara', 'Las adelfas' o 'La Lola se va a los puertos' los convirtieron en eminentes figuras. Machado era no solo un gran poeta e intelectual.Era ya un personaje ampliamente conocido.
Hay otro escenario fundamental en la vida segoviana de Machado: el Gran Hotel Comercio (en la calle Melitón Martín, hoy de la Herrería). Allí se alojó la poeta Pilar de Valderrama «con una tarjeta de presentación del actor Ricardo Calvo (amigo de Machado) en el bolso».
Venía del «derrumbe» emocional al descubrir que su marido le había engañado con otra. De hecho, su esposo le confesó la infidelidad, en marzo de 1928, justo después del suicidio de la joven amante. En un segundo viaje de Valderrama a Segovia, en junio, se citó con Machado (envió a un botones a su pensión de los Desamparados). Al igual que ocurrió en Soria, en su otra ciudad castellana, Segovia, Machado vivió «el renacer del amor».
«Se volvió a enamorar perdidamente de Pilar de Valderrama (Guiomar), en una relación de amor puro y absoluto, muy pocas veces visto, un amor desinteresado e inmaculado», dice Aganzo, quien recuerda que Segovia fue crucial para otro aspecto de la vida de Machado. Él fue el encargado, en abril de 1931, de ondear la bandera republicana en el Ayuntamiento segoviano. «Ese gesto va a condicionar todo lo que vino después y su exilio en Collioure». El recorrido machadiano por Segovia no puede olvidarse de la Casa de los Picos, en cuyo patio dictó su primera conferencia allí, y que forma parte del itinerario turístico que en la actualidad promociona la ciudad.
«En general, la figura de Machado sí que está bien tratada y es recordada en las ciudades en las que vivió», cuenta Aganzo. Los ecos del poeta, del amante, del profesor y el intelectual siguen vivos en estos núcleos –con Soria y Segovia como paradas fundamentales–, pero, sobre todo, en su obra inmortal.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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