![«La categoría de una persona la miden sus vínculos y sus renuncias»](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/201712/26/media/cortadas/Dors-kIm-U50470101423rpC-624x385@El%20Norte.jpg)
![«La categoría de una persona la miden sus vínculos y sus renuncias»](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/201712/26/media/cortadas/Dors-kIm-U50470101423rpC-624x385@El%20Norte.jpg)
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Le define su condición de escritor y de sacerdote, «anécdotas» para Pablo D’Ors (Madrid, 1963) quien asegura que su vida «no se juega radicalmente en ninguna de las dos, lo esencial es ser una buena persona». Su última novela ‘Entusiasmo’ es una autobiografía con «tanta fantasía como memoria», centrada en la evolución intelectual y espiritual del protagonista a partir de su vocación religiosa. A la vez que sus gafas han perdido redondez en pos del rectángulo, la negociación constante entre individualidad y comunidad ha ido esbozando una suave crítica con ecos del cardenal Martini que diagnosticó a la Iglesia «200 años de retraso».
–‘Entusiasmo’ ha surgido de 25 años de cocción a fuego lento. ¿Vivir para contar?
–Sí. Casi todos mis libros me han llevado dos años. Este, que tiene un tinte autorreferencial más fuerte, me ha costado toda la vida escribirlo. Como quiere ser una autobiogafía ficticia, –tiene las mismas referencias explícitas de mi vida–, puede leerse como una biografía, todo sucedió pero quizá no así. Lo que cuento es verdad pero nada es histórico. Todo tiene que ver con cosas que he sentido, experimentado o soñado. La historia conlleva un concepto de verdad, pero igual de verdad es la que aporta la literatura y la poesía. Son verdades distintas.
–Sostiene que «la principal función de un escritor: hacer ver que la propia biografía puede componerse como una obra de arte» ¿lo ha logrado?
–Es el gran desafío para un escritor, igual que de cualquier persona, hacer de su vida una obra de arte. El arte nos introduce en un territorio singular porque se trata de conseguir la expresión de la experiencia y lo más elocuente posible. Se logra la virtud artística cuando el resultado es muy personal y de esa manera, muy universal. Muchas personas me escriben para contarme que se sienten identificados y es una gran cosa, buscan cómplices y al entrar en la esfera de lo que el libro propone lo encuentran formulado.
–Hay más científicos que sacerdotes en España hoy, ¿se ha convertido en una vocación exótica?
–Vocación es voz interior, se trata de poner palabras a esa voz interior. En este caso se configura religiosamente y sacerdotalmente, pero creo que el libro –si se lee bien–, va más allá de la anécdota religiosa del personaje. Muchos jóvenes con otras vocaciones distintas podrían sentirse interpelados igual que cuando lees una novela negra no hace falta que seas un asesino para que te interese. Lo que busca es dar verosimilitud a una existencia humana, vivida desde un arquetipo, desde unas coordenadas. Tenía ganas de hacer una novela religiosa. Tengo 22 libros y solo ‘El olvido de sí’ es religioso.
–¿Hay literatura católica en España?
–No la hay quizá porque la religión ha sido un asunto que ha dejado de interesar en Occidente. Claudel o Chesterton son autores que marcan la estela de ‘Entusiasmo’. Hasta ahora ha sido muy bien acogido por el público aunque en la crítica, salvando alguna excepción, el peso sociológico es tan grande que difícilmente lo leen como una novela y desde la valoración literaria. Se quedan más en el tema que en la forma, algo fundamental en la literatura, el cómo se cuenta. Procuro aventurar mi narrativa en pos de la claridad y la plasticidad. Intento que en cada página haya una imagen. Lo que aporta la narrativa es distinto al pensamiento, las ideas alimentan la mente y la literatura, el alma. Junto a la claridad y la plasticidad, la vivacidad, la impresión de vida. El arte es el espejo de la identidad, uno lee o escribe un libro porque tiene interés en saber quién es. Resulta una simple exploración en la identidad movida por el interés de saber qué somos y qué nos pasa. En España no hay huella de novela religiosa, con la excepción de Unamuno o algunos escritos de mi abuelo (Eugenio D’Ors).
–Su ‘Biografía del silencio’, sobre la meditación, es un ‘best-seller’ ¿despierta más pasión que la religión?
–En las últimas décadas ha vivido un proceso de secularización importante y eso ha hecho que el mundo religioso deje de ser atractivo para el arte. El fenómeno más interesante reciente es que la desaparición de lo religioso del universo diario de los españoles no implica el fin de la sed espiritual, que sigue existiendo pero no encuentra referentes para saciarla. Hay una minoría de buscadores espirituales, entre los que se encuentran buena parte de mis lectores, que siente esa sed.
–Entre sus modelos Hesse y Gandhi, ¿se quedó con el segundo?
–Con los dos. Soy escritor y sacerdote y he sido fiel a mis dos referencias. Noha triunfado un arquetipo sobre otro, siempre he vivido con esta doble vocación artística y religiosa hasta que descubrir que no es doble sino una sola. Son distintas formas de expresarse; silencio y palabra, religión y arte, dos caras de la misma moneda. No hay mística sin poética, no hay fondo sin forma. Mi vida es la modesta traducción de esa afirmación.
–¿Por qué esa defensa del silencio siendo orador y escritor?
–Tengo una gran fe en el silencio y en la palabra. El silencio nos cambia a nosotros y la palabra cambia al mundo. Es importante releer nuestro patrimonio cultural y espiritual del cristianismo y la literatura desde la clave del silencio. Creo que el cristianismo se ha leído desde la clave de la palabra y, seguramente, era necesario, pero no se ha leído de manera clara, rotunda y sistemática desde el silencio que nos puede abrir a un horizonte diferente. En cuanto a la literatura, no se ha subrayado su carácter espiritual. Nos hemos enamorado de las sombras, no hay novelas luminosas, todas son oscuras y ¿por qué? Porque los escritores no hemos purificado nuestra mirada y no hemos visto la luz, nos hemos quedado en la oscuridad, que es más evidente, más fácil de apreciar, pero eso no significa que sea lo único que existe. Cuando hablo de la dimensión espiritual de la literatura quiero decir que el escritor debe trabajarse a sí mismo para justificar su narrativa, para poder contar que en el mundo hay mucha luz. Por ejemplo, si en vez de subrayar el pensamiento subrayamos la contemplación, seguramente nos curaremos del frenesí prometéico de creer que por hacer muchas cosas arreglamos el mundo, tenemos la agenda y cabeza llena. Y eso no nos conduce a nada sensato. La realidad no está ahí para ser transformada en primera instancia sino para ser recibida, saber recibir y solamente así veremos si hay que cambiar algo. Hemos sido víctimas de esta transformación social. Con el afán de cambiar hemos manipulado cosas para dejarlas peor de lo que estaban.
–¿Mantienen su sentido los votos cristianos –pobreza, obediencia y castidad– en el siglo XXI?
–Tienen un sentido total. Empezando por la pobreza, el más fácil, nos recuerda nuestra condición: cuanto menos tienes, más eres –siempre que sea voluntario–. Si te desapegas de las cosas, tienes la experiencia de la libertad, de estar suelto para lo que tengas que hacer en la vida. Los bienes materiales están para ayudarnos pero muchas veces son obstáculos. La gente con voto de pobreza nos recuerda que nuestra plenitud no está en la materialidad. La castidad se suele leer en clave de renuncia. Para entenderla hay que ver a lo que uno dice sí, al amor universal, más allá de un amor exclusivo. Y respecto a la obediencia: por encima de tu criterio individual, hay otro que incluyendo el tuyo lo trasciende en pos del bien de la humanidad. Los votos son configuraciones existenciales muy radicales.
–El protagonista de ‘Entusiasmo’ se plantea la adopción de una niña. ¿Ese dilema cabe en la Iglesia?
–La categoría de la persona la mides por categoría de sus vínculos y renuncias. Vincularse a algo es renunciar a otras, en la vida de todos hay renuncias y cuanto más grandes sean, más importantes son las opciones por las que te inclinas. El absoluto es complejo: el amor universal tiene que traducirse en opciones concretas, el amor concreto te abre al mundo entero, lo demás sería egoísmo. El asunto entre vida matrimonial y el celibato no se reduce a la confrontación amor universal y concreto. Mi personaje acaba renunciando a actuar. Hacemos lo que vamos pudiendo y se van revelando las consecuencias de esas decisiones después. Lo más interesante es el punto de vista que está narrado. Detrás de este asunto hay una crítica a la sociedad y a la Iglesia de muchas formas. Pero no es una crítica amarga sino desde la compasión en el mejor sentido de la palabra; no nace de un corazón resentido sino reconciliado y esa perspectiva narrativa es bastante insólita. Escribir de manera muy crítica y no amarga no es frecuente. La adopción, como los demás temas, trasluce un punto de vista que no niega la problematicidad pero tampoco se queda en ella, en la denuncia, sino que la trasciende y te abre a la complejidad en la que vivimos.
–«La novela es siempre un experimento con la infelicidad» ¿por la frustración del autor?
–Lo esencial a la hora de escribir es que tú estés satisfecho. Te pueden alabar pero si tú no estás contento, no te lo crees. Te pueden criticar pero si tú estás contento, la alegría no te la quita nadie. Estoy contento con este libro porque hago un ajuste de cuentas conmigo mismo y me parece que recojo el espíritu de una década de mi vida de manera suficientemente expresiva. Con la literatura muchas veces no he logrado expresar la riqueza de la vida y también he tenido la experiencia contraria, he logrado con palabras mucho más de lo que la vida me dio. Tengo la sensación de que lo que cuento en libro es más verdad para mí que lo que viví en esa década.
–¿Cuál es su cometido en el Consejo Pontificio de Cultura?
–Hay algo que la cultura cristiana tiene muy claro y es que culto y cultura van de la mano. Ambos derivan del cultivo de uno mismo, en la medida que te cultivas eres culto y así das culto a la vida. La cultura no la entendemos meramente intelectual; lo que dicen los científicos, pensadores, literatos, no es solo pensamiento sino que incluye una manera de vivir, que puede potenciar esta capacidad y anularla. Desde ahí trabaja este organismo en el que hay 14 miembros cardenales y 30 consejeros de todo el mundo; hombres y mujeres, clérigos y laicos, de ámbitos muy distintos. Hay astrónomos, químicos, poetas. En el Vaticano no había novelistas, quiero pensar que me llamaron por eso. Mi función es acercar la sensibilidad sociocultural en que me muevo para que sus documentos no caigan de una nube, sino que respondan a lo que gente de la calle. Está bien que se debata, allí te das cuenta de que la Iglesia es plural, amplia y poliédrica.
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