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Nació de la voluntad de un hombre, Rodrigo Calderón, al que sucedieron otros. Sin embargo las 'calderonas', la comunidad dominica femenina de Valladolid, logró defender ... sus derechos ante la justicia y frenar las injerencias de sus patronos. A esa conclusión llega Silvia de la Fuente en su investigación que comenzó en 2018 y ha cristalizado en el libro 'El convento de Porta Coeli y las dominicas calderonas de Valladolid'. Su tesis, inspirada por Jesús Palomares y dirigida por Margarita Torremocha, ha sido publicada por el Ayuntamiento, el Instituto Simancas y el Ministerio de Ciencia y Universidades.
Los dos catedráticos de la UVA reconocieron que faltaba investigación sobre la espiritualidad femenina en los cenobios modernos. De la Fuente había trabajado en monografías de monjas del XVI y del XVII para ser el convento dominico su primera 'casa' a estudiar. Torremocha y la doctoranda empezaron a frecuentar «el hogar de las dominicas» y su archivo marcó el trabajo de ambas. Mientras Silvia indagaba en la historia de esas monjas, Margarita estudió el desaparecido convento Madre de Dios que en el XIX se vacía por una inundación del Esgueva, refugiándose sus moradoras y su archivo en la casa dominica de Teresa Gil.
Rodrigo Calderón (1576-1621), miembro de una familia hidalga de origen extremeño, se aupó sobre las redes clientelares de su padre llegando a ser 'valido del valido', o sea, privado del Duque de Lerma a su vez, mano derecha de Felipe III. El trabajo de Silvia de la Fuente gira en torno a tres ejes: la fundación del convento, el espacio del mismo y la comunidad femenina.
Calderón quiso fundar una comunidad que rezara por la salvación de su alma. Pensó en 36 celdas, sin necesidad de que sus candidatas pagaran dote para lo que adjudicó una partida de 36.000 ducados de renta y se reservó el poder de elegir a las monjas, «en un momento en el que había más demanda que celdas».
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El espacio ha permanecido invariable durante cuatro siglos y a reconstruir la vida intramuros dedica buena parte del trabajoDe la Fuente. Calderón fue generoso con su iglesia a la que legó buena parte de sus cuadros de Rubens, hoy en el Museo del Prado, entre otros maestros flamencos.
Calderón se reservó el control para su familia aunque con los años se fue diluyendo su ascendencia. En 1621 fue ajusticiado en Madrid, famosa es su dignidad en el último lance, y aunque no ocupa el lugar principal en la iglesia del convento, las actuales moradoras siguen custodiando la momia.
Las calderonas siempre estuvieron bajo la supervisión de la comunidad masculina de la misma orden, la de San Pablo. «Las dominicas tuvieron que afrontar las ambiciones de distintos patronos», advierte De la Fuente, por ejemplo cuando en 1766 quisieron fundar capellanías colativas o la negativa a que vendieran ropa de sacristía para procurarse sustento cuando carecieron de ingresos. Acudieron a la Real Chancillería cuando lo necesitaron, justicia civil cuando la eclesiástica no fue suficiente, con la colaboración de figuras jurídicas. «Las fuentes hablan de sororidad entre estas mujeres», sostiene la investigadora, quien apunta que dentro de la «espiritualidad en plena Contrarreforma, según las disposiciones del Concilio de Trento, con la obediencia como punto de partida se fue construyendo la identidad de estas mujeres».
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